Capítulo 40: La fiesta

1.2K 220 10
                                    

Cuando por fin tuve un momento de respiro salí a la terraza a tomar el aire.

La cena había seguido con normalidad y el señor Santoro incluso me había ofrecido presentarme a un colega suyo director de cine. Había declinado la oferta porque ni era actriz de verdad ni quería dar la sensación de que estaba allí utilizando a Vincenzo para hacer contactos. Aun así insistió en que haría que su secretaria se pusiera en contacto conmigo y me dio su tarjeta.

Tras los postres habíamos pasado a otra estancia donde se sirvieron unas copas y se permitió a los invitados fumar mientras deambulaban de un lado a otro por el amplio comedor formando pequeños corros. Quizás porque era la novedad, la señora Santoro y la señora Della Torre estuvieron pegadas a mí parloteando sobre el mundo del cine, Reino Unido y batallitas suyas. Tuve que aguantar estoica y fingir que me divertía y encontraba interesante cada comentario banal hasta que mi presencia pasó a un segundo plano y pude salir afuera, lejos de aquel circo en el que no dejaba de sentirme el payaso.

La terraza era tan amplia que se podría haber montado la mesa para cenar allí, y la barandilla de piedra a la altura del estómago le daba un aire antiguo y señorial. La finca se extendía alrededor cubierta por la intimidad de la noche y yo alcé la mirada al cielo, esperando algún consuelo en las estrellas. El sonido de las cigarras actuaba de ruido blanco y me permitía alejarme del murmullo de las voces y los acordes de los instrumentos que pretendían dar un toque sofisticado a la reunión y solo me resultaban un alarde de excentricidad y derroche.

Prometido.

La palabra quemaba como el ácido en mi interior, en una lenta agonía que ni siquiera me podía permitir expresar en voz alta. Me sentía una estúpida. ¿También lo había estado durante nuestro tiempo juntos en Wrightswood o era algo más reciente? No estaba segura de querer saberlo. Ni siquiera debería importarme... Pero lo hacía. Se había acostado conmigo estando prometido a otra mujer y me lo había ocultado. Me había hecho partícipe de algo horrible sin mi consentimiento. 

Y lo peor era darme cuenta de que en realidad Vincenzo no había dicho ninguna mentira: al ponerme el collar matizó que yo no debía estar con nadie más, pero desde que nos habíamos reencontrado no había mencionado ni una vez que fuera a darme lo mismo por su parte. De hecho, él había sido muy claro diciéndome que nunca sería más que una amante, que no habría nada más entre nosotros. 

Había sido una idiota ingenua, como siempre.

—Yo también necesito escaparme un ratito a veces.

Pegué un brinco al oír esa voz a mi espalda. La chica del collar de la estrella estaba allí, entre las sombras, apoyada en la pared entre las dos salidas a la terraza como si jugara al escondite.

Ella también llevaba un vestido negro, pero mucho más informal que el mío. La ajustada falda era bastante corta y la parte de arriba se anudaba al cuello dejando toda la espalda al aire. Parecía más un vestido para una fiesta que para aquella reunión tan elegante. Quizás daba esa sensación sobre todo porque llevaba el cabello algo despeinado y no sentía la necesidad de llevar ningún tipo de joya salvo su collar.

—Perdona, no quería asustarte —rio con esa cantarina voz tan infantil que la hacía parecer varios años más pequeña pese a aparentar mi misma edad—. ¿Te puedo hablar en inglés?

—Claro —contesté insegura de en qué idioma me estaba hablando en ese momento. El anillo traductor no me permitía notar la diferencia.

—Soy Stella —se presentó de nuevo—. Y tú eres Elyse, ¿verdad?

Se la veía tan dulce y jovial que invitaba a sentirse cómodo enseguida. No pude evitar corregirla como si pudiera permitirme tomarle confianza.

—Casi todos me llaman Honey. Por mi apellido —me di prisa en aclarar.

Palabra de Bruja SilenciadaWhere stories live. Discover now