Capítulo 22: El secuestro

1.3K 286 11
                                    

Ese maldito psicópata volvió a hechizarme. Me dejó aturdida y me vistió como si fuera una muñeca. Después me cogió de la mano y me sacó de allí por mi propio pie, porque no podía hacer otra cosa que seguirle. Me sentía solo un títere. Era como estar drogada de nuevo pero mi mente era consciente de lo que ocurría. Estaba atrapada dentro de mi propio cuerpo, incapaz de moverme por mí misma. Y ser consciente del control que tenía sobre mí con su magia era terrorífico.

Me llevó hasta un coche y me sentó tras el conductor antes de acomodarse a mi lado. Sin intercambiar ni una palabra el auto se puso en marcha, así que no era un simple taxi; debía de ser su cómplice. Seguramente era el mismo vehículo en el que me había trasladado al hotel la noche anterior estando drogada.

Estuvimos un tiempo que se me hizo eterno en aquel coche, completamente en silencio. El chófer fue a poner la radio, pero el mago le dijo que la apagara. Así que nada amenizó aquel horrible viaje en el que no fui capaz ni de mirar por la ventana. No sé cuánto tiempo pasó hasta que por fin paramos.

Entonces, la mano de aquel desgraciado cogió mi cara con indeseada delicadeza y me obligó a mirarle, aunque era físicamente incapaz de centrar mi mirada en sus ojos.

—Lo siento, pero el resto del viaje lo tendrás que hacer dormida. Por precaución.

¿Precaución para quién? No habría podido preguntar ni aunque no estuviera hechizada, porque volvió a usar su mentalismo contra mí y todo se apagó a mi alrededor una vez más.

* * * *

Lo primero que pensé al abrir los ojos y ver un enorme televisor es que me había quedado dormida viendo alguna película. Pero el recuerdo de todo lo que había pasado me golpeó la consciencia y me hizo alzarme de un salto en aquel sofá; mirando a todas partes completamente desorientada.

Aquel lugar era imponente. Había varias estanterías con libros por la estancia que llegaban hasta el techo, un enorme televisor que parecía costar mi sueldo de un año y el enorme sofá isabelino en el que yo estaba tumbada además de dos sillones individuales a juego, uno a cada lado, rodeando una lustrosa mesita de café. En uno de los sillones, el que estaba a mis pies, estaba sentado mi secuestrador.

Me di prisa en ponerme de pie para apartarme de él. Fue entonces cuando le hice reparar en que había despertado.

Puse el sofá entre nosotros mientras estudiaba mis opciones. Había una puerta detrás de mí y otra detrás de él. Si era rápida quizás podría salir por la que estaba a mi espalda y...

—Ni se te ocurra.

Se me puso la piel de gallina por sus palabras. Noté un cambio en su tono: sonaba mucho más duro y amenazador que antes. Y, aunque intentaba ocultarlo, notaba el deje de un acento en su voz que no terminé de ubicar.

Apagó la televisión y me miró con seriedad. Se había cambiado de traje, vistiendo ahora uno mucho menos elegante, y estaba sentado de forma bastante desgarbada. Todo en él había cambiado a pesar de seguir siendo él mismo. Su ropa, su pose, su actitud... hasta su forma de mirarme. La situación era aún más escalofriante.

—Me avisó de que darías problemas. —Sonaba desganado, rudo, mucho más acorde a sus facciones—. A menos que quieras acabar esposada no me toques las narices. Vamos a llevarnos bien, ¿eh?

¿Quién le avisó? No, ni hablar, no me iba a quedar a averiguarlo. Había aprendido una valiosa lección en Wrightswood: lucha mientras aún puedas, antes de que acabes con una bolsa en la cabeza. Cooperar no servía de nada.

Eché a correr hacia la puerta. Apenas eran unos metros y él tenía que esquivar el sofá, tenía una ventaja. Con lo que no contaba es con que la puerta no se abriera. Luché contra el picaporte con todas mis fuerzas pero mi desesperación no sirvió de nada. Estaba allí encerrada. Encerrada con él.

Palabra de Bruja SilenciadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora