Capítulo 20: El salto (I)

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Lo que pasó después está borroso en mi memoria. Tan solo recuerdo fragmentos y no sé qué partes ocurrieron y cuáles fueron fruto de mi mente narcotizada.

Recuerdo la música. La recuerdo como algo vivo, intenso y arrollador que me envolvía y me arrastraba por la pista. A ratos las caras de mis amigas entraban en mi campo de visión pero la mayor parte del tiempo habría jurado estar sola rodeada de gente en aquella pista de baile, como si fuera incapaz de concentrar mi atención en nada de lo que me rodeaba. Solo estábamos la música y yo.

No sabía cuánto tiempo había pasado, ni me importaba, pero aquel milagro no fue eterno. En realidad, eso lo agradecí más tarde, porque aquella sensación habría sido adictiva. Durante un rato no existían los problemas ni las preocupaciones, no vivía en mí. Mis recuerdos, mis miedos, mis traumas... todo se esfumó. Era maravilloso sentirse tan relajada y libre, tan feliz. Habría pasado el resto de mi vida de sustancia en sustancia para volver a ese estado y quedarme allí para siempre.

Pero de forma inesperada, el embrujo se rompió.

Oí risas. Normal, ¿no? Había gente de fiesta. Pero no eran risas normales... Eran las de ellos. 

Sus voces y su tacto eran todo lo que había tenido aquella horrible noche. Por ello no solo la sensación de aún tener sus manos tocándome volvía para atormentarme, también sus malditas voces. A veces creía oírles. Cuando estaba por la calle, en el trabajo, haciendo la compra en el supermercado. En cualquier momento de pronto cualquier voz era la suya y el calor desaparecía de mi cuerpo llevándose el color de mi cara y la paz de mi espíritu.

Me giré alerta. Me costaba enfocar la mirada y estaba muy oscuro. Había risas y voces masculinas por todas partes. Estaban allí. No sabía cómo lo sabía, pero lo sabía. No como esas veces que creía oírles. Ahora les oía claramente, eran sus risas crueles.

De la nada, una mano me tocó el culo.

«Quizás lo justo sea tocar nosotros algo suyo».

Estaba demasiado asustada hasta para gritar. Traté de ver quién había sido pero había demasiada gente. Todos moviéndose en aquella penumbra. La música empezó a ser un ruido angustiante, una capa para esconderles a ellos en vez de protegerme a mí.

Y, lentamente, las manos volvieron. En mi culo. En mi pecho. Sujetando mis brazos. Apretando mi cuello. Las sentía en todas partes. Retrocedí y topé contra alguien. Vi unas manos sujetarme. ¡Las vi! Me intentaban mover de sitio. Tiraban de mí hacia algún lugar.

Luché contra el agarre y eché a correr. Porque podía. Porque aún no estaba en esa silla sin poder escapar. Debía huir porque ahora sabía lo que pasaría. Me pondrían esa bolsa en la cabeza y empezaría la pesadilla. Debía salir del aula. Debía correr hacia el pasillo. Debía pedir ayuda.

Corrí hacia la puerta. O eso creo. Mis pies sabían el camino, yo solo los seguía. Me limitaba a darme todo el impulso que podía y dejar que mi propio cuerpo deshiciera sus pasos y me sacara de allí.

En un parpadeo, ya no estaba en el aula ni había ruido. Había vuelto al callejón. ¿Había llegado a irme? Todo era muy confuso. Era confuso y tenía miedo.

Reconocí al hombre trajeado de antes. Él no estaba en Wrightswood, sino en Londres. Mi mente encontró lógica en que si estaba con él no volvería al aula, porque él no podía estar allí, no pertenecía a aquel recuerdo. Sería mi ancla. ¿Tenía eso sentido? Para mí, en aquel momento, sí. Por eso me aferré a su chaqueta con desesperación.

—Por favor... Por favor, necesito algo más fuerte. ¡Lo que sea! Te pagaré —le prometí.

No sé por qué dije eso. No consigo recordar el curso de mis pensamientos en ese punto. Tal vez simplemente dije lo único que creí que haría que un camello me ayudara. O quizás de verdad quería algo en ese momento para salvarme de mi pesadilla porque, en un momento de lucidez, comprendí que solo era mi imaginación jugándome una mala pasada de nuevo.

Palabra de Bruja SilenciadaWhere stories live. Discover now