Capítulo 47: El viaje (II)

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A pesar de que la cama era una delicia, en cuanto el sol cobró algo de fuerza y se empezaron a oír a lo lejos las voces de los bañistas no pude seguir durmiendo. La noche anterior dejamos las persianas subidas para poder ver el mar desde la cama mientras nos dormíamos y ahora tocaba pagar la contraparte de la cercanía a la costa.

Vince, en cambio, debía de estar tan agotado por su semana de trabajo que dormía profundamente, ajeno a todo. Le observé dormir unos minutos con el corazón henchido de amor. Me sentía tentada de despertarle a besos, impaciente por empezar un día tan maravilloso como el anterior perdiéndome con él en aquella preciosa ciudad y dejando atrás Italia, las discusiones y todo lo que prefería mantener alejado de mi mente ese fin de semana. Sobre todo porque tenía la esperanza de que, tras un reparador descanso, despertara con la libido repuesta.

Pero no tenía corazón para despertarle. Debía de estar agotado si mantenía un sueño tan profundo a pesar del sol y el ruido, así que le dejé dormir un poco más. Corrí las cortinas con cuidado para que el sol no le molestara y, tras pasar por el baño, cogí el protector solar que el propio hotel nos había dejado junto a los cepillos de dientes y salí a la terraza para no molestarle.

Me tumbé un rato en la hamaca tras pringarme entera de aquel aceitoso líquido blanquecino. Eso es lo que solían hacer las chicas en las películas: tomar el sol y volver a casa con un envidiable bronceado. Pero, tras apenas unos minutos, empecé a aburrirme. Aquello también lo podía hacer en el jardín de Vince. No había ido hasta España para tumbarme con los ojos cerrados cuando tenía justo delante de mí unas vistas tan espectaculares.

Me levanté para observar como el mar brillaba prometiendo un agradable baño, como si sus aguas relucientes estuvieran a estrenar, cálidas y transparentes. Y en la orilla, la gente ya corría de un lado a otro. Algunos incluso se habían traído frisbees, raquetas y pelotas para divertirse mientras otros optaban por tomar el sol o leer bajo las sombrillas.

Aquella visión era mucho más estimulante que tener los ojos cerrados mientras me cocía bajo aquel potente sol en la hamaca a vuelta y vuelta. Y, tras un rato disfrutando de aquello, tuve una muy mala idea.

Debió de pasar como media hora al menos, antes de que Vince despertara y saliera en mi busca.

—¿Elyse?

Su voz sonó trémula, asustada. Giré la cara hacia él con un eco de su ansiedad encogiendo mi pecho, preocupada de lo que provocara ese tono. Estaba pálido, como si hubiera visto a un fantasma. Vestido todavía nada más que con el pantalón del pijama, se acercó a mí apenas un par de pasos con sus pies descalzos, muy despacio.

Como si yo fuera el fantasma.

—¿Vince? ¿Qué ocurre? —pregunté contagiándome cada vez más de su preocupación.

—¿Qué estás haciendo?

Fruncí el ceño sin comprenderle. Me miré de a mí misma, como si buscara un arma en mis manos que no supiera que tenía. Estaba sencillamente sentada en la repisa, con la barandilla horizontal en mi estómago y una vertical a mi lado para darme equilibrio, con las piernas descolgadas hacia el vacío y disfrutando de la sensación de ingravidez en los pies. Seguramente aquello era ilegal, pero jamás volvería a tener una ocasión de sentarme ante el mar de esa forma, como si estuviera en la cima de un precipicio.

Entonces entendí lo que estaba pasando.

—¡No, no! Solo estaba...

—Elyse, por favor, bájate de ahí —me pidió muy despacio, sin atreverse a acercarse más. Todo su cuerpo parecía en tensión, como si temiera tener que saltar sobre mí para sujetarme en cualquier momento.

Palabra de Bruja SilenciadaNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ