Capítulo 8: El abrazo

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Ya estaba en pijama desde hacía un par de horas. Nadia se había quedado un rato más en la ceremonia, pero no mucho después ella también se había excusado para marcharse. Temí que me preguntara por mi conversación con Vince pero no lo hizo. Quizás Marcus había sido una agradable compañía y la había mantenido distraída, lo cual sería un alivio. Me preocupaba tener que contarle lo que me traía con el italiano. Alguien como yo no estaba hecha para los secretos.

Pero Nadia se había ido a dormir pronto y yo, tras perder el tiempo inútilmente intentando concentrarme en estudiar algo de teoría alquímica —algo que en absoluto me ayudaba con la práctica pese a mi insistencia—, había empezado a prepararme para irme a la cama.

Vince dijo que no había pruebas, que decía lo que quería directamente, ¿no? Bien, eso significaba que podía tomarle la palabra y elegir si quería ir o no. Y no quería. Así que me iba a ir a la cama y no acudiría a la cita.

Estaba cepillándome los dientes en el baño de nuestra habitación cuando algo brilló en un rincón del dormitorio. Mi corazón se encogió por la sorpresa un instante hasta que comprendí que era el adorno metálico que colgaba de mi maleta, que debía estar bailando al son de la corriente de viento que se formaba entre la ventana y bajo la puerta, devolviéndome el brillo de la luz del baño.

Solo que... no corría ni una pizca de viento.

Acobardada, intenté fingir que no lo veía, convencerme de que no era nada. Sí, lo sé, una bruja no debería tener miedo de los fantasmas... Pero no soy una buena bruja. Ni siquiera podía controlar mi poder lo suficiente como para cerrar mi visión a los espíritus como hacían la mayoría de magos por comodidad. Y si no era capaz de controlar eso, mucho menos tendría poder para alejar a uno de mí.

Terminé de enjuagarme la boca pero, cuando fue el turno de volver a la habitación, el brillo seguía ahí, lanzándose de forma intermitente hacia mí. Nadia estaba dormida en su cama, podría despertarla... pero no valía la pena molestarla por algo así.

Tragué saliva y me encaminé hacia mi cama, decidida a ignorarlo. La mayoría de los fantasmas se rinden si les ignoras. Pero, al pasar junto a la maleta para subirme a la cama, vi que bajo el llavero titilante había unas fresas. Alcé las cejas sorprendida. Media docena de fresas hacían un pequeño montón junto a mi cama.

Me agaché para examinarlas y entonces oí algo bajo la cama. Sonó como piedras chocando entre sí.

Me quedé muy quieta. Hice mi mayor esfuerzo por no girar la cabeza hacia ese lugar, por no mirar debajo la cama bajo ningún concepto. No debía dejar que supiera que podía oírle.

Tomé una de las fresas entre mis trémulos dedos. Sin saber muy bien qué debía hacer, la acerqué a mis labios. Olía a fresa. La mordí confiando en mi intuición, aunque el sabor chirriaba contra la menta del dentífrico. Era una fresa normal, por supuesto. Rara vez los fantasmas podían alterar los objetos del mundo físico más allá de moverlos de sitio o crear pequeñas ilusiones.

Sin embargo, el sonido volvió a oírse. Cada vez más cerca. Se movió hacia mí, arrastrándose bajo la cama, y yo me quedé lo más quieta que pude, masticando como podía con los ojos llenándoseme de lágrimas por la angustia.

Pero cuando salió de debajo de la cama no pude reprimir una mirada furtiva por el rabillo del ojo, incapaz de ignorar lo que fuera. Como tampoco pude reprimir el tremendo suspiro de alivio ni la risa nerviosa al ver que se trataba del domúnculo.

—Tonto, no limpies a estas horas —le susurré mientras le ayudaba a salir de debajo de las mantas—. Menudo susto me has dado. ¿Tú no duermes o qué?

Las piedras que pretendían fingir ser unas manos se cerraron en mi muñeca. Eran tan solo dos piedras normales a la vista, —después de todo tenía la forma de un muñeco de nieve hecho de piedras—, pero te prometo que sentí como unos pequeños dedos invisibles sostenían mi muñeca saliendo de ellas.

Palabra de Bruja SilenciadaWhere stories live. Discover now