Capítulo 6: Las reglas

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Esa noche no hizo nada. A pesar de que fui todo el camino a la torre completamente aterrorizada, alerta a cualquier movimiento por su parte, Vince se limitó a acompañarme y darme las buenas noches en la escaleras que separaban los dormitorios femeninos de los masculinos, sin ponerme la mano encima ni una sola vez.

Y así fue también los días siguientes. Era como si nada hubiera cambiado... Salvo que yo sabía que no era así.

Apenas pude dormir nada esa semana. Iba de un lado a otro sin vivir en mí. Era apenas una cáscara vacía con una sonrisa falsa pintada en los labios. El miedo y el desasosiego alimentaban mi imaginación, llevándome a escenarios perturbadores en los que Vince me hacía cosas horribles. Vivía en la constante tensión de que, de un momento a otro, me llamara perra frente a los demás o viniera a reclamarme como a un trofeo.

Me pasaba la mayor parte de las noches llorando contra la almohada para que Nadia no me oyera, sintiéndome sola y desconsolada. Y cuando no me quedaban más lágrimas pegaba algunas cabezadas, pero de todas me despertaba sobresaltada sintiendo que Vince entraba en el dormitorio a buscarme.

El lunes pensé en quedarme en la cama y fingirme enferma, esconderme de él en la única zona en la que no podía entrar a pesar de lo que dijeran mis sueños. Pero temí que eso le contrariara. Tarde o temprano, Vince iba a conseguir lo que quería y temía que enfadarle hiciera todo aquello aún más traumático.

Para mi sorpresa, no se acercó a mí en todo el día. Ni tampoco me hizo llegar una nota o similar para citarme esa noche en el aula de nuevo. De hecho, durante los cinco días siguientes viví una extraña calma. Actuaba como si yo no existiera y eso casi era peor, porque me hacía sentir desorientada, sin saber qué esperar.

¿Se suponía que como había accedido al acuerdo era yo quién debía ir tras él? ¿O quería que esperara hasta que a él le apeteciera contactar conmigo? ¿Era aquella otra manipulación de las suyas y estaba jugando con mi mente? Fuera o no su intención, sin duda estaba quebrando mi cordura. Porque no dormía, no comía y no podía pensar en nada salvo en el momento en el que vendría a cobrarse su deuda y la espera me consumía tanto como la idea de que esta acabara abruptamente.

A pesar de todo, no estuve preparada para cuando sentí su aliento en mi oído desde mi espalda.

—Hola, Elyse.

El pánico hizo que la taza se resbalara de mis dedos y derramara el café por el suelo, estallando ruidosamente para marcar el final de la tregua que me había dado el italiano.

Por suerte no había nadie cerca. Los sábados todo el mundo solía dormir hasta un poco más tarde o se iban al comedor a desayunar, solo una pequeña minoría empezaban fuerte el fin de semana en la biblioteca o el gimnasio. De hecho, lo normal en mí habría sido seguir en la cama un par de horas más, hasta que fuera buena hora para empezar a prepararme para ir a grabar el programa de radio. Pero al parecer ese lujo era parte del pasado con mi nuevo insomnio.

Quise agacharme a recoger el estropicio, pero mis reflejos estaban mermados por el cansancio; y antes de poder reaccionar, el domúnculo del salón salió de su parálisis en la esquina para comenzar a limpiar él. Me resultaba de lo más inquietante que todo el tiempo que no estuviera trabajando se quedara en un rincón fingiendo ser una estatua con forma de querubín. De hecho, era como si estuviera formado a partir de una figura de porcelana que, cuando tuviera que moverse, se dividiera en pedazos como un gran puzzle, desmontándose en el aire para poder maniobrar con ese extraño cuerpo articulado mediante magia.

Puede que el de mi dormitorio tuviera menos glamour y fuera tan solo un puñado de piedras que se apilaban en un rincón hasta que tuvieran que trabajar, pero a mí me parecía más agradable en su sencillez que aquella estatua siniestra que nunca dejaba de sonreír.

Palabra de Bruja SilenciadaOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz