Capítulo especial: Vincenzo (III)

1.4K 254 45
                                    

No podía dormir. No podía comer. No podía pensar.

Lo ocurrido el domingo se repetía en mi mente una y otra vez, como una película en bucle. Me horrorizaban las palabras de Carol Rosier casi tanto como me enorgullecía la reacción de Elyse plantándole cara de una vez por todas. Pero la discusión en el avión había podido conmigo.

Estaba furioso solo de pensar que algo como lo que decía Rosier hubiera podido ocurrir sin que yo me enterara, sin poder hacer nada por proteger a Elyse. Y, de ser así, no entendía por qué no querría contármelo. 

No entendía que su ciega confianza en mí tuviera una excepción. Una tan importante. Que renunciara al collar antes que a su secreto.

Que lo prefiriera por encima de mí.

Así que hice lo único razonable que me quedaba por hacer. Con determinación, según subí los tres escalones del porche de aquella elegante casa inglesa adosada, pulsé el timbre. No me di ni un segundo para pensarlo dos veces o encontraría una estúpida razón para volver a Italia sin resolver aquello. Averiguaría lo que estaba pasando de una vez por todas.

Una joven enjuta y con un elegante traje pantalón me abrió la puerta pasados un par de minutos. Cualquier otra persona habría pensado que no había nadie en casa, pero yo conocía muy bien a aquella chica de ojos oscuros y cabello castaño que tenía lápices sujetando el improvisado moño de trabajo rompiendo su estética formal. Debía de llevar varias horas trabajando si ya estaba de esa guisa, y eso que apenas era medio día.

—Vincenzo Di Fiore, ¿qué te tengo dicho de aparecer sin llamar? —me regañó con el agotado tono autoritario de una maestra un viernes a última hora.

—El teléfono te da la opción de decir que estás ocupada. Con permiso —dije mientras me tomaba la licencia de entrar sin esperar ser invitado.

—Es que lo estoy. Tengo más clientes, Vincenzo. No quiero que te plantes aquí cada vez que te aburras o te den tus neuras.

Me quité la chaqueta y la coloqué en el respaldo de una de las sillas de su recibidor. El perchero podría dejar marcas. Con total confianza, avancé hasta la cocina.

—¿Tienes café preparado?

—¿Cuándo no hay café preparado en esta casa?

La oí refunfuñar algo en voz baja mientras iba al salón del domicilio, que había sido convertido en una especie de oficina al tratarse de la habitación más espaciosa.

Antes de seguirla fui a servirme una taza de café, pero apenas cayeron gotas de la cafetera. Con diligencia, me remangué la camisa para darle un rápido enjuague y preparé otra cafetera. Si a estas alturas ya no quedaba café significaba que llevaba toda la noche trabajando y la necesitaba despierta. Cuando estuvo listo serví dos tazas y fui hasta el salón, donde Spencer se había rodeado de una montaña de papeles y seguía trabajando como si yo no estuviera allí.

—La primera taza de café es la que mejor huele —gimió cerrando los ojos un instante, embriagada por mi ofrenda de paz. Tomó la taza de mis manos e inhaló el aroma de nuevo antes de darle el primer trago—. ¿Tanto se me nota?

—Era una apuesta segura.

Afiló la mirada, examinándome con recelo.

—He estado practicando... Prueba con otra cosa.

Suspiré negando con la cabeza para mí mismo. No valía la pena perder tiempo en intentar disuadirla. Ya lo había intentado la primera docena de veces sin éxito.

Sin apenas esfuerzo, sondeé levemente sus defensas mentales. Sí que las había fortalecido pero lo que ella no era capaz de entender es que, por más que entrenara, ninguna magia podía hacer frente a un poder primordial. Eso era una bendición de la Diosa. Ninguno de nosotros tenía poder para enfrentarse a la magia que ella misma concedía.

Palabra de Bruja SilenciadaWhere stories live. Discover now