Capítulo 44: La gumar

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Si por mí fuera, habríamos quedado esa misma tarde; pero a Dante no le gustaban las prisas y quería dejar hablados primero con Vincenzo los detalles de aquella escapada. Parecía mi niñero concertando con mi padre minuciosamente qué podía merendar y a qué hora acostarme, en lugar de mi supuesto guardaespaldas. Novedad, por cierto, que no quiso debatir conmigo. Con su habitual locuacidad dijo que ahora eran así las cosas y se quedó tan a gusto.

Me sentí algo decepcionada cuando Dante me dijo que había hablado con Vincenzo. Una parte de mí habría deseado que me pasara el teléfono para hablar con él yo misma, saber que me estaba echando de menos. Pero me conformé con pensar que si no me dejaba "sin salir" es que no estaba enfadado por lo de Veronica. Aunque habría que esperar al fin de semana para estar seguros.

Además, era yo la que había pedido espacio para pensar sobre nosotros. A estas alturas ya debería tener bien aprendido que el italiano respetaba al pie de la letra todas mis exigencias y límites, en el sentido más literal posible. Era un hombre de palabra.

La cuestión es que, al final, Stella y yo quedamos en vernos al día siguiente.

Admito que sin la ayuda de su distintivo collar no habría podido reconocerla en mitad de aquella plaza. Y no es porque hubiera demasiada gente, sino porque aquella tarde apareció con su larga melena suelta y teñida de un vivo pelirrojo anaranjado y con unas enormes gafas de sol con forma de corazón que la hacían parecer una actriz famosa tratando de pasar desapercibida. Completaba el conjunto con un sombrero de paja con un lazo en un lateral y un liviano vestido azul celeste de tirantes en el que se intuía que no llevaba sujetador. Pero a ella no parecía importarle que la gente se diera cuenta, se sentía cómoda en su propia piel. Parecía una modelo posando para un catálogo veraniego. 

—¡Hola! —saltó con entusiasmo al verme, lazándose sobre mí en un afectuoso abrazo.

—¡Cuánto tiempo! —bromeé sin pizca de ingenio. Tenía la sensación de que, tras tantos días encerrada, había olvidado cómo socializar—. Llevas el pelo genial —la elogié.

La verdad era que ese color realzaba más su piel clara y representaba mejor su vivo carácter. Yo siempre había pensado en teñirme, pero al final nunca me había atrevido a salir de mi rubio natural.

—¡Gracias! —contestó entusiasta—. Me gusta cambiármelo de vez en cuando, pero me esperé al domingo. Papi me quería formalita en la cena —añadió guiñándome un ojo.

Me cogió del brazo tras un alegre saludo a Dante; eso sí, sin contacto físico. Parecía que el italiano le había marcado sus límites tiempo ha. Y, tras informarme de que iba a enseñarme lo mejor de Roma, echó a andar cogida a mí como buenas amigas mientras Dante nos seguía unos metros más atrás, dándonos cierta privacidad para hablar. O quizás queriendo ahorrarse escuchar la charla femenina.

Stella hablaba por los codos y me trataba como si fuéramos amigas de toda la vida. Puede que en otro momento me hubiera parecido intensa en exceso, pero lo cierto era que echaba de menos ese trato amistoso tras tanto tiempo de soledad extrema. Así que agradecía la amigabilidad de la americana como agua en el desierto.

—No me diste tu teléfono —me recordó sacando el suyo con la clara intención de anotar mi número—. Es demasiado raro hablar con Dante como intermediario.

Fue evidente mi incomodidad en ese instante. No tenía claro cómo contestar aquello sin poder mentir y, a la vez, sin dejar mal a Vince.

—Es que... ahora mismo no tengo.

—¿Cómo que no tienes? ¿Lo has perdido? O... ¿Tan controlador es Vincenzo?

Hice una mueca. Se la veía genuinamente sorprendida y es que no era para menos. ¿Qué persona de nuestra edad no tenía móvil?

Palabra de Bruja SilenciadaKde žijí příběhy. Začni objevovat