Capítulo 1: La deuda

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No debería estar aquí.

Tenía muchas razones para decirme aquello. Era un pensamiento muy recurrente en mí desde que tenía memoria. Aquella vez fue concretamente por mi incapacidad para crear una mísera luz que me alumbrara en mi escapada nocturna.

Había logrado salir de la torre ayudándome con la escasa luz lunar que entraba por las ventanas pero, una vez en los pasillos, apenas había logrado avanzar unos pasos en la densa oscuridad hasta comprender que no sería factible seguir caminando a ciegas hasta el punto de encuentro pactado.

Cerré los ojos y traté de concentrarme en mi respiración. Ahuequé las manos formando una esfera, sabiendo que me sería más fácil si la hacía aparecer en un lugar donde no pudiera verla, imaginando que todo el tiempo hubiera estado ahí. Un pequeño truco que solo evidenciaba aún más mi torpeza: hasta para hacer magia tenía que hacerme trampas a mí misma.

Sacudí la cabeza para alejar esos pensamientos como si fueran molestos insectos. Podía hacerlo. Lo había hecho muchas veces, y sin los profesores observando con condescendencia era aún más sencillo. Allí no había nadie mirándome con desprecio por mis nulas dotes mágicas, estaba completamente sola en mitad del pasillo.

Por favor... Por favor, una pequeñita...

Cuando aparté las manos el alivio se escapó de mis labios en forma de alegre risita. Apenas tenía el tamaño de una canica y no lanzaba tanta luz como una linterna, pero era perfecta para moverse con cierto sigilo por la espesa oscuridad de la academia a medianoche.

—Parece que alguien está haciendo travesuras.

El susto me robó una exclamación ahogada y toda mi concentración, haciendo que la luz se desvaneciera. Dejándome a solas en la oscuridad con aquella voz que no supe reconocer.

Con una suave risa que reverberó en su garganta, casi una docena de pequeñas motas de luz se encendieron en el aire sobre mí. Sin palabras, sin tiempo para concentrarse, quizás incluso sin ayudarse de gestos. Como se suponía que debía ser capaz de obrar un mago con un truco tan sencillo.

La tenue luz iluminó el rostro oscuro de Marcus Lane, apenas un par de tonos más claro que nuestro negro uniforme. Pero bajo la iluminación, por leve que fuera, los bordes dorados de sus solapas, bolsillos y mangas me recordaron que estaba en presencia de uno de los prefectos del curso. La pequeña insignia metálica con la W de Wrightswood en su solapa era una redundancia tan cerca del emblema bordado en la chaqueta, sobre su pecho al igual que en el mío; pero su presencia hostil tenía como función hacer notar que estaba además ante un miembro del Consejo.

—Buenas noches, Marcus —saludé forzando una sonrisa, tan avergonzada como incómoda por haber sido descubierta fuera del dormitorio después de la hora de cierre de puertas—. Técnicamente... son los niños los que hacen travesuras, ¿no?

Se me escapó una risita nerviosa sin saber muy bien qué otra cosa hacer o decir que no fuera mentira. Yo nunca incumplía las reglas. Aquella situación era ajena para mí, así que no sabía si debía aceptar con entereza las consecuencias o tratar de suplicarle que me dejara ir. Él y yo ni siquiera éramos amigos. Los alumnos de la Torre Norte prácticamente en su totalidad sentían un abierto rechazo por la gente como yo, que no descendíamos de un antiguo linaje como ellos. Expósitos nos llamaban, con la cruel indiferencia de tratar de aparentar que no era un insulto.

Aunque quizás Marcus, pese a ser miembro de uno de los ocho aquelarres más importantes de Reino Unido y su futuro heredero, podía opinar de forma diferente al resto de sus amigos. Él parecía una persona cordial con todo el mundo; no como Rosier o Maddock, que disfrutaban haciendo saber a la gente como yo que no éramos bienvenidos en la academia de magia por ser hijos de vacuos.

Palabra de Bruja SilenciadaUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum