Capítulo 25: La discusión

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No me extrañó cuando, a media tarde, Vincenzo apareció en la habitación. Llevaba una bandeja con dos tazas, como si fuera un requisito traerme alguna ofrenda alimenticia en cada visita. Sin decir nada, me tendió la taza con el frappé antes de dejar la bandeja sobre el escritorio y tomar su cappuccino. Las mismas bebidas que aquella vez en el Le Fay. Y no supe si considerarlo una ofrenda de paz o un intento de manipulación.

De todas formas, acepté la bebida. Pero, en lugar de ofrecerle salir a la biblioteca y sentarnos en los sofás para hablar como adultos, preferí quedarme sentada en la cama, con la espalda apoyada en la pared. Sinceramente, no me apetecía guardar las formas. El protocolo salió por la puerta junto con el italiano el día que me encerraron allí.

—¿Estás enfadado?

Mi propia voz me sorprendió. Conseguí preguntar sin sonar asustada ni nerviosa. Sonaba bastante calmada, como si no temiera las consecuencias. Me di cuenta entonces de que así era. ¿Qué me quedaba ya por perder?

Él me miró fijamente antes de suspirar y sentarse a mi lado, con la espalda también contra la pared. De alguna forma, él también parecía agotado mentalmente.

—No —dijo al fin.

Fue un alivio saberlo de todas formas. Aun así, mi boca me traicionó como siempre que él andaba cerca.

—Tampoco me pienso disculpar. Si te portas como un carcelero no me dejas más remedio que actuar como una rehén.

Ahora sí me tensé un poco, pero me obligué a mantener la vista en el vaso, en las diminutas partículas de cacao que coronaban la nata. Pese a que me había quedado sin comer por mi intento de fuga, mi estómago no despertó al recibir la caricia del olor dulzón. Sin embargo, tener algo entre las manos me ayudaba a sentirme menos ansiosa.

El italiano solo profirió un segundo suspiro.

—Tienes razón —aceptó. Y le dio un trago a su café.

Le miré sorprendida. ¿La tenía? No pude evitar sospechar de su tranquilidad después de que el propio Dante me avisara de que me había metido en un lío tirando a un ministro —y seguramente dueño de la casa— al suelo.

—¿Te he buscado problemas?

Intenté mantener ese tono indiferente pero no creo que lo consiguiera. Por un lado, quería haberle buscado problemas porque aquello era culpa suya. Pero por otro... odiaba la idea de hacerle algún mal. Era patética teniendo en cuenta cómo actuaba él.

—No realmente.

—¿No le ha sorprendido que tuvieras a una chica secuestrada? —pregunté entre sorprendida y molesta.

¿Qué clase de familia desquiciada tenía Vincenzo? Ni siquiera ser un político corrupto justificaba aquello.

—Mi padre tiene suficientes preocupaciones como para dedicar su tiempo a mi vida privada.

—¿¡Tu padre!?

No pude evitar la sorpresa en mi voz. Aquel hombre le sacaba como diez años a mi padre. Había dado por hecho que sería su abuelo o su tío. O tal vez eso es lo que habría querido que fuera para aligerar la diferencia de estatus con respecto a mí.

Vincenzo asintió, ignorando mi tono.

—Nunca me dijiste que eras... alguien importante.

Se mantuvo en silencio, tan reacio como siempre a hablar sobre su familia aunque ahora fuera para confirmar lo evidente. Tan solo me miró interrogativamente. Nunca había sido muy hablador, pero aquella versión taciturna del italiano me hacía sentir incómoda.

Palabra de Bruja SilenciadaWhere stories live. Discover now