Capítulo 35: La esclava

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De vuelta en la mansión, Dante me quitó la flor del pelo él mismo y me dijo que no comentara nada con Vincenzo, que ya se encargaría él de ese asunto. No me gustó su forma de dejarme fuera pero no quise ser paranoica; yo no conocía a los hombres que nos habían parado ni había entendido la conversación, no tenía nada que aportar.

Lo que sí fue una sorpresa agradable es que Dante no me llevó a la habitación sin ventanas de nuevo, sino que me llevó al mismo cuarto donde había pasado la noche: el dormitorio contiguo al de Vince.

—¿Aquí? —pregunté con inseguridad. No quería hacerme ilusiones.

Dante asintió con la cabeza mientras prácticamente me empujaba dentro de la habitación, con prisa por marcharse.

—Ya han traído tus cosas aquí. En un rato te traerán la cena y el vestido estará listo para mañana. Buenas noches.

Y puerta cerrada. Aquello era raro hasta para Dante pero traté de no obsesionarme. Seguramente el tipo era otro político y yo no tenía nada que ver con todo el asunto. Y, por descontado, Vincenzo no me iba a explicar nada, así que no valía la pena pensar más en ello.

En su lugar, miré a mi alrededor tratando de averiguar cómo me sentía en aquel lugar.

Aún entraba luz por la ventana y el sol de la tarde bañando la habitación fue suficiente para hacerme sonreír de nuevo. Era el cuarto de "las chicas" de Vincenzo y esa idea era muy incómoda para mí. La misma cama, la misma ducha... el mismo destino. Pero tampoco quería pensar en eso. Yo había aceptado estar allí, no tenía sentido deprimirme por mi propia decisión.

Luchando por mantener mi ánimo en alto, me fui a darme una ducha para quitarme el sudor veraniego de encima. Una vez me sentí limpia y a gusto en mi propia piel, me senté en albornoz bajo la ventana a observar cómo el sol se iba marchitando, disfrutando del redescubierto placer de poder observar el mundo fuera de aquella casa. Pero la falta de sueño de la noche anterior y la actividad de aquel día me pasaron factura. 

Tras unos pocos minutos observando las hojas de los árboles mecerse por la suave brisa del jardín, me quedé dormida contra el cristal.

* * * *

El sonido lejano de un repiqueteo perturbó mi tranquilidad pero estaba demasiado cómoda como para hacerle caso. El sonido se repitió y creo que agité la mano aún medio dormida, como si tratara de espantar a una mosca o apagar un despertador a tientas.

—¿Elyse?

Pero esa voz... Esa voz no podía ser ignorada.

Todavía en la neblina del sueño, sonreí plácidamente. Una mano cálida envolvió mi mejilla y me restregué contra ella, como siempre hacía. Pero la mano no se quedó ahí. Murmuré una queja al sentirla de nuevo, ahora en mi frente. Me iba a despeinar.

—¿Te encuentras bien?

Acerté a pensar que aquel tono necesitaba una respuesta y me obligué a salir de mi ensoñación. Abrí los ojos para, inmediatamente, volver a cerrarlos con molestia por la luz artificial del techo. Cuando pude intentarlo de nuevo, Vince estaba a mi lado con mirada preocupada.

Parpadeé buscando ubicarme. Estaba tumbada en los cojines de la repisa, en la mansión de Vincenzo. En un acto reflejo bastante estúpido dada la situación, me di prisa por cerrarme el albornoz, que se me había abierto mientras dormía.

—¿Qué hora es? —pregunté con voz pastosa.

—Casi las once. Me han dicho que no respondiste cuando te trajeron la cena.

Palabra de Bruja SilenciadaWhere stories live. Discover now