Capítulo 14: La cita

1.6K 289 32
                                    

Oía el piar de los pájaros. Una suave brisa se colaba por la ventana y me traía susurros mientras el sol de media tarde me acariciaba sin fuerzas para molestarme en sueños. Sentía el colchón demasiado duro, incómodo, pero una suave fragancia me envolvía y me hacía sentir confortable a pesar de todo. Ese olor me evocaba el mar, una playa al atardecer, los pies descalzos en la arena. Quería quedarme ahí para siempre.

Una voz familiar susurró algo. No sabía qué decía pero su tono era cálido, calmante. Quería seguir escuchándola mientras se entremezclaba con las olas rompiendo dulcemente contra la orilla, acariciando la arena dorada.

—¿...Enrique VIII... 1542?

Extrañas palabras. No encajaban con aquel lugar. La imagen se fue alejando mientras una mano se posaba en mi brazo y su caricia me traía de vuelta. Al abrir los ojos no estaba en la playa ni en mi cama sino en el regazo de Vince.

Miré alrededor confundida. Estábamos en nuestro banco de piedra del laberinto, donde nos veíamos a escondidas cuando nos citábamos de día. Busqué su mirada, aún adormecida, esperando que él pensara por mí.

—Esto no era lo que tenía en mente cuando te propuse estudiar juntos.

Ah, es verdad. Habíamos quedado para estudiar Historia Arcana. Yo me había acomodado en su regazo y, mientras él recitaba las fechas de las Actas de Brujería más importantes de Reino Unido, yo me había quedado dormida como si se tratara de un cuento para niños.

Le dirigí una sonrisa perezosa, indolente con mi falta de compromiso con el estudio. Aún medio dormida, hice ademán de ir a acurrucarme de nuevo. Quería seguir en su regazo, oliendo su aroma y sintiendo su calor mientras su voz me acunaba aunque dijese cosas extrañas. Pero su mano me sujetó del hombro, alejándome de mi fantasía.

—No, no, no. Se acabó la siesta, bambina. Ahora toca trabajar.

Gimoteé como protesta e hice un puchero. Me daba igual suspender si podía estar un ratito más tumbada. Su regazo era mejor que cualquier cama.

—Así que tienes el despertar lento... Debe costarte mucha fuerza de voluntad madrugar todos los días para arreglarte el pelo y maquillarte antes de ir a clase.

Asentí con la cabeza, sintiendo aún los párpados pesados. No quería luchar contra el sueño por despertar, prefería probar suerte a ver si se ablandaba y me dejaba volver a mi sitio mientras estudiaba él.

—Venga, despierta. Es muy descortés por tu parte quedar conmigo para estudiar y dejarme solo.

Descortés...

Apreté los labios para tratar de contener una sonrisa burlona. Qué repipi era. Cómo se notaba que los de la Torre Norte venían de familias de clase alta. Pero en él esa forma de hablar me gustaba; era tan elegante como él.

—Ah, pero tú querías una perra. Las mascotas duermen mientras los humanos trabajan —razoné encogiéndome de hombros—. De hecho, deberías dar gracias de que no me coma tus deberes.

—Mírala cómo se envalentona porque se cree que no va a llevarse unos azotes por estar al aire libre.

Su tono era divertido, pero no tenía dudas de que la amenaza era real. Puse los ojos en blanco y me desperecé, dando por perdida la batalla contra la vigilia. No era nada elegante hacer eso en público pero mis modales aún estaban tratando de despertarse. Un café iría genial aunque seguro que si sugería ir al ala oeste en vez de ponerme a estudiar de una vez me daría una buena tanda de azotes de los "no buenos".

—Es la verdad —dije con el coraje de los imprudentes—. Ser tu perra es muy confuso. Si me porto como un perro te quejas; y si no lo hago, también.

Palabra de Bruja SilenciadaWhere stories live. Discover now