Advertencia: Ligera mención sexual explícita.
—Rhaegar.
—Padre. ¿Sucede algo?
—No, sólo quería verte. —Daemon sonrió, a pesar de jamás haber amado a Rhea, Rhaegar eran sus ojos. —Caraxes extraña volar contigo.
—Y yo. —él sonrió. —iré en un momento.
—Apresúrate, Rhaenyra vendrá con Syrax.
—Hmm.
Daemon cerró la puerta de los aposentos de su hijo, una vez que esté la cerró completamente Rhaegar sonrió.
Por fin vería a la mujer que tanto amaba.
Una vez que estuvo preparado fue hacía afuera, en donde Vermithor, su dragón se encontraba, Rhaenyra ya se encontraba ahí, vestida de negro mientras se bajaba de Syrax, mirándolo fijamente mientras respiraba, bajándose de Syrax. Una vez que tocó tierra se quitó los guantes con sus dientes.
—Primo. —Rhaenyra sonrió.
—Prima. —Rhaegar sonrió.
—Sobrina.
—Tío Daemon.
—¿Deseas qué te enseñé Dragonstone?
—Me encantaría. —Rhaenyra sonrió, provocando que una sonrisa tonta saliera de los labios del peliblanco.
—Padre, vendremos despúes.
—No se alejen mucho.
[***]
—Rhae...
—Lo juro, Alicent es cada vez más caprichosa, cree que por ahora ser la reina tiene derecho alguno a mandarme, y no.
—Rhae te entiendo, se nota que una vez que alguien es reina cree que tiene poder, eres la princesa heredera, no tiene más poder que tú.
—Ella es reina consorte, yo seré una reina.
—Y la más hermosa que haya existido jamás.
—Y tú serás mi rey, padre de mis herederos, niños corriendo por todo el Castillo.
—Creí que no te gustaba la idea de tener herederos, creí que preferías morir en batalla.
—He cambiado de opinión. —Rhaenyra sonrió, levantando su cabeza del regazo de Rhaegar. —quiero que tú seas el padre de mis hijos.
—Me siento tan halagado princesa.
—Eres el amor de mi vida Rhaegar, jamás lo dudes.
—¿Y sí te obligan a casarte con alguien más?
—Nos casaremos nosotros. —la peliblanca sonrió. —tienes el cabello más suave y más lacio que yo.
—Bueno. ¿Qué puedo decir? —Rhaegar rió recibiendo un golpe en la frente de Rhaenyra. —¿Y eso por qué?
—Deseo que todos mis herederos tengan tu cabello, me encanta.
—Y lo tendrán. —Rhaegar rió, sin terminar su sesión de besos con Rhaenyra.
[***]
Rhaegar Targaryen Royce (por desdicha de Daemon, hijo de Rhea Royce) era el único hijo de Daemon Targaryen, sacando todos los rasgos valyrios junto al característico cabello lacio de Daemon, la delicia del reino, prometido a su prima, todo iba bien.
Hasta que vio a Rhaenyra y a su padre fugarse del Castillo, por medio de los pasadizos secretos.
Miraba directamente hacía la ventana, cuando vio dos personas encapuchadas, conocía a la perfección la silueta diminuta de Rhaenyra al lado de Daemon.
¿Por qué huirían solos al pueblo?
El peliblanco no pensó más, caminó hacía los pasadizos de sus aposentos siguiéndolos sigilo y alejadamente, escondiéndose cuando alguno de los dos volteaba y como se miraban.
Primero, los siguió a un lugar en donde denigraban a Rhaenyra, y ponían por encima suyo a Aegon, el único hijo varón vivo del rey Viserys.
Seguidamente miró como Daemon le daba una manzana a Rhaenyra y huían, sabía lo que su padre hacía, quería que Rhaenyra sintiera la adrenalina.
Los siguió en la oscuridad, hasta que ambos llegaron a un lugar en donde las mujeres y hombres estaban desnudos, brindándose placer los unos a los otros.
Asqueado, pensó que habían tomado un atajo, hasta que el cabello de Rhaenyra lo detuvo.
Aquellos cuerpos no podían ser de su amada y de su padre, aquel hombre no podía ser su padre besando a su amada y menos tocándola descaradamente de tal manera, tampoco podían ser esos jadeos de su amada Rhaenyra, tenía que ser una equivocación.
Y como deseaba que lo fuese.
Miró como ambos se besaban con deseo, como ambos devoraban sus bocas con insaciable deseo, deseosos por más.
Miró una parte desnuda de Rhaenyra, una parte que Daemon le había quitado, asqueado y con la traición de ambos, decidió volver al Castillo, esquivando los cuerpos.
—Querido. ¿Tan pronto te vas?
—No deseo tener nada, muévase por favor.
La mujer lo miró, deseosa sabiendo de quienes se trataban, si algo era bien sabido, era que Rhaegar no era un niño santo, pero no era natural verlo por esas zonas.
La mujer lo dejó pasar, Rhaegar agradeció internamente y se marchó nuevamente al Castillo, entrando por las puertas en donde todos podían verlo.
—¿Príncipe Rhaegar?
—Reina Alicent. ¿Necesita algo?
—Yo... ¿Estabas afuera?
—No, deseaba comer algo.
—Oh. —Alicent dejó salir una risa nerviosa, ni su propia mejor amiga sabía que su mayor amor era Rhaegar Targaryen. —¿Te ha sucedido algo?
—No.
—Rhaegar, no soy tonta, soy la reina, y algo te sucede, puedes decirme.
—No es nada descuide.
—¿Estabas en una Casa del Placer?
—Por voluntad propia no.
—¿Qué sucede?
—Nada importante tenía que ayudar a un amigo con unas cuantas cosas, gracias a los Dioses ya está fuera de apuros.
—Umh. —Alicent sonrió, acercándose a él, su pijama dorada con rosado no le permitía ver mucho, sin embargo, Alicent se les ingeniaba. —¿Mi príncipe necesita algo?
—No. —murmuró, Alicent sonrió, acercándose aún más a él.
—¿Seguro mi príncipe? —murmuró encima de sus labios.
—Estamos en un pasillo, a luz de todos, no deseo que piensen mal.
—Y no lo harán. ¿Me deseas Rhaegar?
—Alice...
—¿Me deseas?
—Yo...
—¿Lo haces o no?
—Podrín asesinarnos por traición, eres la reina. ¿Qué pasa con Viserys?
—Duerme, nadie lo sabrá. —murmuró besando directamente los labios de Rhaegor, siendo está su perdición.
Tomó a Alicent de la cintura mientras la dirigía a sus aposentos, no sabía el porqué nadie custodiaba su puerta, sin embargo agradeció por ello.
La pijama de Alicent estaba regada en el duro piso de piedra mientras la espalda de la pelirroja chocaba con el pecho del peliblanco dejando escapar los sonidos más lascivos, mientras sus pieles chocaban y la cama del príncipe chocaba bruscamente contra la fría pared de piedra.
—Alicent... —gruñó.
—Hazlo. —gimió la pelirroja.
Rhaegar intentó escapar de su placer, sin embargo, su placer era mayor, Alicent tomaría el té de luna y no quedaría prueba alguna de su traición, su tío no sospecharía y posiblemente, desgraciadamente aún lo obligarían a casarse con Rhaenyra.
Esa noche, despidió a una temblorosa y feliz Alicent, quien después fue a dormir con su esposo, el rey Viserys.
Hasta que nueve lunas después, el príncipe Aemond llegó.