Alicent Hightower

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—Me parece una falta absurda que hables de bastardía, explicitamente tú, Alicent.

—¿Disculpe príncipe Rhaegar?

—¿Qué insinúa contra la reina?

—Tío Viserys, quiero disculparme.

—¿Por qué querido?

—Los hijos de Alicent no son tuyos, son míos.

—¿Qué dices?

—Engendré a Aegon una noche antes que tú, también engendré a Helaena, Aemond y a Daeron días antes que tú lo hicieras.

—¿Pero qué dice, príncipe Rhaegar? Son insinuaciones hacía la reina, mentiras, ha insultado a sus hijos con el término de...

—¿Bastardos? Simplemente me parece muy injusto que la reina hablé de bastardía y juzgue tal acto cuando ella ha hecho lo mismo, no una, sino cuatro veces.

—¿Eso es cierto, Alicent?

—Mi rey...

—¿Es o no cierto?

—Mi rey. ¿Cómo puede creerle? Mi amor. ¿Cómo puedes creerle? Es hijo de Daemon, Daemon me odia, a mí y a padre. ¿No crees qué inventa?

—Rhaegar, eres mi único sobrino varón, quiero que jures que eres el padre de esos niños.

—Rey Viserys, tío Viserys, juro ante los Siete que esos niños son mis hijos.

—¿Cómo te atreves? —Alicent gritó. —¡Son mentiras y lo juras ante los Siete!

—Juro solemnemente la verdad ante los Siete. —Rhaegar habló, a lo que Aemond lo miró, cuando había perdido su ojo, Rhaegar, su primo había llegado a sus aposentos y le había entregado un zafiro, un parche y un poco de ungüento, cosa que Viserys ni se había preocupado en ir a verlo en la noche.

Recordaba como Rhaegar escuchaba atentamente las divagaciones de Helaena, reprendia a Aegon de su mal comportamiento y defendía a Daeron de los abusos de Otto.

¿Qué otro hombre habría hecho lo mismo sino fuesen sus hijos?

Además, había notado rasgos suyos en su primo, ambos tenían el cabello lacio, la barbilla y cara igual de afiladas, los ojos azules brillantes y el mismo carácter, además, ambos se paraban y batallaban igual.

En Aegon, había notado que había sacado su nariz, y cuando niño, tenía el cabello lacio, con el tiempo, fue ondulado.

En Helaena, había notado sus labios y sus ojos azules, además de las delicadas facciones y su rara tranquilidad.

En Daeron, había notado su destreza y valentía, sus ojos azules, y a pesar de ser el menor, era un muchacho temible, tal y como Rhaegar lo era a su edad.

Pero él, era el que más parecido era, jamás se había preocupado, algunos juraban que su parecido era a su tío Daemon.

—¡Él miente! —Alicent gritó histérica. —¡Soy la reina, quiero su lengua!

¿En dónde mi reina? Pensó el peliblanco, intentando no reír.

Sino hubiesen estado los hijos de su prima, sus hijos y la dulce e inocente Helaena, hubiese dicho su pensar.

—Alicent, ya fue suficiente.

—¿Le crees a él? —Alicent parecía querer llorar. —ellos son tus hijos Viserys, tu sangre.

—Ciertamente llevan mi sangre, pero no son míos, no son mis hijos.

—Viserys, soy tu esposa, me desposaste a mis quince inviernos y desde ahí, hemos tenido hijos, he cumplido mi deber de darte herederos, a ti y al reino.

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