Aemond Targaryen

8.6K 576 20
                                    

Tercera parte del one shot.

Visenya después de salir de la habitación, voló hacía una colina cercana, en donde lloró en el lomo de su dragón, Renax sentía el dolor de su jinete, no pudo evitar soltar lágrimas asustando a Visenya.

—Descuida Renax, está todo bien. ¿Quieres comer algo? —el enorme dragón bufó. —iré por algo, quédate aquí.

La castaña bajó del lomo del gran dragón, adentrándose un poco al bosque, tomando unas cuantas manzanas y cosas que sabía que su dragón amaría.

—Cabello castaño tan oscuro como la noche, ojos tan oscuros como el océano, piel morena como el caramelo.

—¿Disculpe?

—Princesa. —una mujer pelinegra, blanca y ojiverde se había acercado hacía ella, inclinándose.

—¿Necesita algo?

—No, sólo quiero presentarme, soy Alys Ríos.

Alys Ríos, la amante de Aemond.

—Un placer. ¿Necesita ayuda?

—No, sólo quiero que sepa algo.

—La escucho.

—Su esposo es el príncipe Aemond, tienen cinco príncipes, pero yo soy madre de los hijos de Aemond —¿Hijos? ¿Cuántos habían? ¿No habían fallecido? —yo también viajé en Vaghar, también me miró como una diosa, me prometió el cielo, me hizo el amor en el atardecer más caliente. —Visenya no era tonta, quería provocarla. —¿En serio creíste ser la única, niña? Aemond jamás te verá como una mujer, mírame a mí, soy mayor, soy una mujer.

Sin importarle ninguna palabra de la mujer, Visenya giró sobre sus talones.

Volvió con Renax dándole un poco de comer, para después montarlo y finalmente ir devuelta al castillo.

Al llegar miró a sus hijos, Aegon III y Daeron entrenaban junto a Sir Criston Cole, Maekar y Viserys II entrenaban junto a sus primos y su pequeña Aemma II venía bajando de una colina junto a su abuela.

Caminó sigilosamente hasta la adentrarse completamente en el castillo, pasando sus pasillos, recordando todo lo que había vivido.

Jamás había deseado casarse con Aemond, pero no quería que su mellizo muriera, le había sido fiel, a pesar de todo.

Antes de llegar a su habitación se topo con Alicent, quien al verla sólo la abrazó.

—Eres fuerte, Visenya. Hazlo por tus hijos.

¿Alicent sabía algo?

—Aemond es difícil, no lo niego, pero él te ama, te ama a ti y a tus hijos.

Alicent no sabía nada al parecer.

Visenya sonrió y Alicent se retiró.

Espero lo suficiente, cuando Alicent ya había desaparecido del pasillo entró a los aposentos que compartía con Aemond.

Aemond estaba sentado en un sillón individual admirando el fuego, cuando sintió la presencia de su esposa.

Visenya pasó detrás de su persona, sintiendo la mirada del ojiazul recorriendo su espalda, escuchó como se levantaba del sillón, acercándose por detrás a ella, con su respiración en su cuello.

—Mi amor. —murmuró besando suavemente el cuello de la castaña.

—No me toques.

—¿Qué dijiste? —tomó bruscamente el brazo de la menor, volteándola.

—No quiero que me toques Aemond, nunca más.

—¿Por qué? ¿Para qué otros sí puedan hacerlo? Me perteneces Visenya, me perteneces desde el día de nuestra boda, desde que puse en tu vientre a mis herederos.

—¿Y cuántos herederos tienes, Aemond?

—Cinco Visenya. ¿Por qué?

—¿Y los qué tienes con Alys?

—Ellos no—

—¿ELLOS NO QUÉ, AEMOND? ¿CUÁNTOS SON?

—¡CÁLMATE!

—¡NO PUEDO AEMOND! ¡TUVE A MIS PRIMEROS HIJOS CON QUINCE AÑOS Y TÚ VEINTE! ¡TUVE A MIS SEGUNDOS HIJOS A MIS DIECISIETE Y A TUS VEINTIDÓS! ¡MAEKAR Y VISERYS NACIERON A MIS DIECIOCHO Y DIECINUEVE Y A TUS VEINTITRÉS Y VEINTICUATRO! ¡AEMMA NACIÓ A MIS VEINTE Y A TUS VEINTICINCO! ¡NO ME PIDAS QUE ME CALMÉ CUANDO LO ÚNICO QUE HE HECHO ES SERTE FIEL Y DARTE HEREDEROS!

—Tuve hijos con Alys, pero ellos no nacieron.

Visenya sollozó, no lloraba por Aemond, ni por Alys, lloraba por la niña que no la dejaron ser. Lloraba porqué jamás pudo enamorarse, nunca pudo amar, nunca tuvo una cita, nunca se entregó a alguien quien ella amará, lloraba porqué Aemond le prohibió a todos los maestres darle un té de luna.

Aemond miró a la menor, solían discutir de vez en cuando, Aemond siempre salía para calmarse mientras que Visenya caminaba por el castillo intentando lo mismo.

Se hincó ante la menor haciendo algo que jamás había hecho.

Tomó suavemente las mejillas de su esposa, limpiando suavemente las lágrimas que caían de sus ojos, sin embargo, cada vez salían más mientras Visenya lo empujaba y lo aruñaba.

Besó las mejillas de su esposa sintiendo el sabor salado de estás, llorando junto a ella.

Lloraba por no haber hecho feliz a Visenya, lloraba por haberse dejado llevar por la rabia provocada por Otto, lloraba por haber escuchado a su pequeña hablar así de él, lloraba por nunca haber enamorado a Visenya.

Temeroso a lo que la menor hiciera, tomó sus mejillas u la besó, un beso suave y cálido, que él esperaba que le demostrará cuanto la amaba.

Pero un sollozo salía de estos mientras intentaba alejarse del mayor.

—Por favor Visenya, yo te amo.

—Y yo intenté hacerlo Aemond, pero no lo haces, sí lo hicieras, Alys jamás se habría cruzado. Por favor, déjame anular el matrimonio, puedes ser feliz con ella, puedes desposarla, tienes permiso de una segunda esposa.

—No anularé el matrimonio. —murmuró provocando un golpe por parte de la menor.

—Vete, Aemond.

—Visenya, somos esposos, no puedes hacer est—

—¿Mami? —una suave voz se había hecho presente en el lugar.

Ambos voltearon, la pequeña albina abrazaba a su oso de peluche que su tía y su madre le habían bordado mientras sostenía una manta, vestía un camisón y frotaba sus ojos.

—¿Aemma? ¿Qué sucede cariño? Aún no es hora de dormir. —Visenya se acercó junto a Aemond.

—¿Puedo dormir con ustedes?

Visenya suspiró, Aemma realmente no tenía sueño, sólo quería sentir el calor de su padre y madre juntos.

A lo lejos divisó a su madre abrazando a Aegon III.

¿Todos se habían dado cuenta?

—Ve por tus hermanos, dormiremos juntos. —dijo Aemond y la pequeña sonrió entusiasmada.

—¡Pijama real con mami y papi! —chilló cantando hacía sus hermanos.

Visenya sonrió mientras limpiaba su cara y ordenaba un poco la cama.

Aemond sonrió mirando a sus hijos sonrientes, él había soñado con una familia feliz toda su vida.

Al cabo de unos minutos después, los cinco albinos se encontraban en la habitación de sus padres, acomodados en la gran cama, mientras Visenya leía un cuento y Aemond peinaba sus cabezas.

Visenya no podía odiar a Aemond, no podía odiar a quien le dio la felicidad.

Sus hijos.

Aunque sabía que su odio era más fuerte y más grande que cualquier cosa.

Odiaba, odia y odiaría a Aemond Targaryen toda su vida.

HOTD OSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora