Lucerys Velaryon

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Aenyra despertó sintiendo unos besos en su espalda y cuello, sabiendo de quien se trataba.

Su esposo Aemond.

—Buenos días esposa.

—Esposo, buenos días.

—Aemond la tomó de la cintura, besándola mientras la menor intentaba separase, buscando su camisón. —¿Sucede algo?

—No descuida, tengo algo de frío. —dijo y el peliblanco asintió, levantándose junto a ella, también vistiéndose.

—Iré a ver a los niños. —deposito un beso en su frente mientras salía de la gran habitación.

Sus doncellas entraron, ayudándola con el baño, una vez en la enorme bañera recordó aquellos ojos azules y aquel cabello pelinegro del niño que tanto amó.

—¿Princesa?

—¿Sí?

—¿Desea ayuda para vestirse?

—Por favor. —pidió, un vestido rojizo reemplazó aquella toalla, unos aretes de acero valyrio y un collar adornaban sus orejas y cuello, mientras miró a su esposo entrar. —pueden retirarse, gracias. —dijo y las doncellas salieron mientras el mayor se acercaba a ella.

—¿Ya estás lista?

—Hmmm.

—Te ves preciosa, amor mío. —dijo besando su frente. —los niños ya estarán listos para el torneo de Maegor.

—Me parece perfecto. —sonrió pasando sus manos por aquel vestido, intentando liberar su emoción.

—¿Sucede algo, querida?

—Descuida, me parece irreal lo mucho que Maegor ha crecido.

—Es un Targaryen, fuerte y sano como sus padres, verdaderos dragones. —sonrió quitándose su parche mientras se deshacía de su pijama, entrando en la enorme bañera. —¿No deseas acompañar a tu esposo?

—Ya estoy lista Aemond.

—¿Puedes ayudarme?

Aenyra asintió, tomando aquella esponja pasándola por sus fuertes pálidos brazos mientras el mayor cerraba sus ojos, sintiendo el tacto cálido de su esposa.

—Creo que ya estás querido. —murmuró mientras dejaba la esponja a un lado y peinaba su húmedo cabello.

—Y todo gracias a ti. —sonrió.

Aenyra mantuvo su mirada ante la mirada descarada del mayor en su escote.

—Cada día eres más perfecta.

—Tú igual. —dijo alejándose mientras el mayor se cambiaba.

Sentada en la enorme cama, recordó todo lo que Aemond había hecho por ella, a veces se odiaba por no amarlo como él la amaba a ella, cada que lo veía, recordaba a aquel príncipe pelinegro.

—Ya estoy listo, pediré que traigan a los niños. —dijo saliendo de aquella habitación.

Aenyra asintió mientras salía al balcón, un día soleado en King's Landing, los caballeros entrenaban entre ellos, los dragones salían a recibir el sol, los maestres recorrían el Castillo, los carruajes entraban y salían del reino, personas iban y venían con canastas.

¿Qué hubiese pasado sí se hubiese casado con Lucerys Velaryon?

—¡Mamá!

—Maegor. —dijo alzando al menor. —¿Quién ya es un príncipe grande?

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