Mis padres no saben que le daré un hijo bastardo de mi amante Luke a mi esposo Aemond.
Me llamo Aeverea Velaryon.
La hija bastarda de Harwin Strong y Rhaenyra Targaryen había sido entregada en matrimonio a su tío Aemond, el hijo menor de su abuelo.
—Está usted encinta mi princesa. —anunció un maestre y Aemond rió, su sangre estaba en el vientre de su sobrina, su amada esposa.
Aeverea sonrió un poco, su hijo podía salir castañono peliblanco, Aemond no sospecharía. ¿Cómo hacerlo sí su esposa es castaña y el peliblanco?
—Felicidades hijo, nuera. —Alicent sonrió besando la frente de ambos. —serán unos padres excelentes.
—Lo seremos madre. —pocas veces Aemond estaba feliz, era extraño verlo tan feliz junto a su esposa.
Pero su deseo paterno no había cambiado.
Aeverea sonrió aceptando el beso del mayor, fingía amarlo y respetarlo, mientras en su cabeza estaba su mayor y primer amor.
Su hermano Lucerys Velaryon.
[***]
—Brindemos por mi futuro hijo con mi amada esposa. —Aemond celebró.
La familia bebió de su copa, exceptuando a la castaña quien tenía que evitar el vino a toda costa.
—La sangre valyria permanece pura. —Alicent dijo y Rhaenyra la miró.
—No tan pura por algunos. —dijo Daemon bebiendo de su copa.
—Celebremos por el nacimiento de mi cuarto nieto.
[***]
—Respire princesa.
—Llamaré a la reina y a la princesa.
—Dyana, llama al hijo de perra de Aemond.
Cada grito que la castaña soltaba era un llamado para que su padre estuviese con ella, ayudándola en su primer parto y siendo el primero en cargar a su hijo, añoraba la presencia de su hermano, deseaba que estuviese presente en el nacimiento del primer hijo de ambos, tenían que mantener las apariencias, nadie podía saber que aquel bebé tan esperado no era del príncipe de un sólo ojo.
Cuando el príncipe de un sólo ojo llegó a los aposentos miró a su esposa de rodillas mientras se intentaba apoyar de la silla, las doncellas a su lado intentaban alzarla para que estuviese más comoda, pero la princesa era terca y no quería que nadie la tocará.
—Mi princesa, permítanos ayudarle.
Aeverea gritó cuando sintió un jalón en su vientre el cual la había obligado a retorcerse.
El tiempo no estaba a su favor, el niño no salía de su cuerpo bajo ninguna posición.
—Cariño respira, está bien.
—No mamá, nada está bien. —se quejó.
Se había jurado ser una guerrera y defender a su reino en vez de estar en una cama de partos, sin embargo estaba sobre aquella horrible cama pujando temiendo su muerte. ¿Quién cuidaría a su hijo de un momento malvado y cruel?
Había quebrantado su promesa e ideales dando a luz a su primogénito, lo cuidaría así tuviese que dar su vida por él.
Pujó por última vez escuchando el agudo llanto del bebé, Aemond había sido el primero en tomarlo entre sus brazos, sonriendo en cuanto lo había tenido.
—Mi pequeña dragona. —murmuró el mayor besando la nariz de la menor.
—¿Qué es?
—Es una niña princesa.
—¿Cómo está?
—Sano como un dragón princesa.
Alicent se acercó cargando a la menor, su cabello castaño era inconfundible, lo había heredado de su madre, al menos eso querían creer todos.
—Una niña, por lo que escuché.
—Padre. —Rhaenyra lo saludó. —es una fuerte y dulce niña.
—Se parece tanto a su padre. —rió Viserys cargándola. —¿Ya tienen nombre?
—Aún no...
—Daera. —respondió rápidamente el peliblanco.
—Es un hermoso nombre. —Alicent sonrió mirando a Viserys.
—Quién los ve pensaría que se aman. —susurró Daemon en el oído de su sobrino. —no tendría que hacerte reír pero quiero hacerlo.
Aeverea rió, quejándose al instante.
—Por eso te dije, pero eres más terca que Caraxes cuando busca a Syrax.
—Eso es asqueroso.
—No en ese ámbito sobrina perversa.
—Una niña. ¿No? —Lucerys entró buscando a la menor. —¿Cómo estás?
—Fue un parto doloroso sin duda. —suspiró. —pero estaremos bien.
—¿Y cómo se llama?
—Daera.
—Es un hermoso nombre, se parece a ti, tío Aemond.
—Lo sé. —presumió el mayor. —preciosa como su madre.
—Mientras no saqué el carácter de su padre, estaremos bien.
Aeverea y Lucerys jamás podrían decirse lo mucho que se amaban, su relación se complicó cuando la primera hija de Lucerys y Rhaena nació, Laena II Targaryen, la primogénita de ambos príncipes, pero su relación se quebrantó completamente con la llegada de Aemma II, Aegon IV y Aemond II, los únicos hijos que la princesa había engendrado con su esposo.
Las canciones fueron escuchadas y los libros relatados como un amor de hermanos, a los ojos de todos amaban a sus respectivas parejas.
Daera había enfermado poco después del nacimiento de Laena II, la castaña había enfermado gravemente de una tos, preocupando a sus padres.
—La princesa Daera puede fallecer pronto.
—No, no. —sollozó Aeverea. ¿Era esté un castigo de los Dioses por su traición?
—Tienen que hacer algo. —gruñó Aemond en la cara del maestre.
—Y lo hacemos mi príncipe, pero tememos que no sobreviva la noche.
Aeverea no se separó de su hija en toda la noche, la menor tosía cada vez peor, su respiración era cada vez más débil y lenta, cuando dormía, su madre la despertaba, la escuchaba llorar débilmente, sus pulmones se escuchaban débiles según los maestres.
—¿Es esto una maldición?
—Mi princesa, es normal que los infantes enfermen a estás edades.
—Mi hija está muriendo. ¿Es eso normal?
—Princesa, debe entendernos, su hija puede morir, pero tiene que dejarla dormir.
—¿Y sí fallece? ¿Sola en su cuna?
—La princesa estará bien, entendemos su preocupación, la primera hija siempre es preocupante.
Aeverea negó, nadie comprendía su miedo, temía que todos supiesen su secreto, temía que su hija estuviese sido envenenada.
—Amor, tenemos que dormir.
—No quiero, no debo.
—Tampoco quiero, pero Daera necesita a sus padres juntos y fuertes, tenemos que dormir, dormirá a nuestro lado.
—¿Qué pasa sí fallece y no lo sabemos?
—Descuida.
Odiaba a Lucerys y a Rhaena por tener a su hija sana y salva y por estar dando a luz a otro heredero. ¿Por qué tenía qué morir su hija? ¿No era justo qué sí Daera moría, también lo hiciera Laena II?
Suspiró rendida, caminando hacía su cama, sin lograr dormir, acercándose a la ventana, rogándole a los Dioses.
—Dioses, curen a mi hija, es una niña inocente en un mundo malvado y cruel. —pidió en medio de las lágrimas.
Y pareció que los Dioses la escucharon, Daera había sobrevivido la noche y todas las demás.