Capitulo 105

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En el momento que el cielo se tiñó de negro, dando inicio al anochecer, Juan Pedro salió del garaje con Mariana a su lado. El BMW apenas había sido manejado antes de ese momento, pero éste volteó con bastante facilidad, y tuvo la satisfacción de que Lali lo llamara su «carro James Bond».

El tráfico en Londres, un martes por la noche y con partido incluido, era bastante llevadero. Peter no podía evitar su repentina impaciencia, aun cuando no creía que Pérez intentara una posible confrontación. Para ser justos, Ignacio no era de los que se dejaba llevar por el pánico. Es más, era de los tipos que preferían lo brusco. Por ese motivo, Peter había guardado una pistola en el bolsillo de su casaca.

No debería tener una pistola en Inglaterra, y si lo descubrían con ella, mucho menos usándola, tendría muchos problemas. Esto, no obstante, no era una reunión de negocios con un posible socio, y no estaba dispuesto a ir desprevenido.

Estacionaron al doblar la esquina de la casa de Pérez. Era un barrio tranquilo, habitado en su mayoría por parejas jubiladas, que habían envejecido con las casas que los rodeaban.

—¿Es ésta? —preguntó Mariana cuando llegaron a la esquina.

—Sí.

—¿En qué piso vive?

—En toda planta baja. A Ignacio no le gustan las escaleras.
Ella siguió mirando fijamente la torre de pisos.

—En la planta baja y podría estar esperándote. Yo digo que entremos por la ventana de atrás.

—Yo voy a entrar por la puerta principal.

—De acuerdo, tú ve por delante y yo iré por adetrás. Quizá encuentre la tablilla.

—Mariana, no quiero que infrinjas la ley.

—Eres tú quien infringe la ley —dijo, dándole un golpecito en el bolsillo de la casaca—. Yo te ayudo.

—Demonios, a veces me das miedo. Lo sabes todo.
Ella frunció el ceño.

—No cambies de tema, chico rico. Este tipo te robó.

—¿Qué pasa con eso de «la venganza es un plato que se sirve frío»?

—Olvídalo. Un camión ha intentado atropellarme. Ahora estoy demasiado enojada.
Le cogió la mano cuando ella se disponía a atravesar el cerco más próximo, cargada con su maletín.

—Tú también intentabas robarme, Mariana.

—Sí, pero nunca fingí ser tu amiga o socia mientras lo hacía.

Y pensar que se decía que no había un código de honor entre ladrones. La siguió por el angosto callejón hasta la parte trasera de la casa. Las luces estaban encendidas, y Peter pudo oír a lo lejos un locutor relatando el partido. Y el Chelsea iba ganando, lo cual mantendría la atención de Ignacio.
Mariana probó la puerta trasera. Estaba cerrada con llave.

—Dame un par de minutos —susurró mientras sacaba un cable de cobre del bolsillo—, luego haz tanto ruido como quieras en la parte delantera.
No era así como Peter quería jugar, pero ella tenía razón.

Seguramente Lali podría hallar más respuestas a su modo de las que él pudiera sonsacarle a Ignacio por la fuerza. Se inclinó para rozarle los labios con los suyos.

—Ten cuidado.
Ella sonrió abiertamente.

—Tú también.

Peter observó hasta que ella abrió lentamente la puerta y entró, acto seguido se dirigió hacia la parte delantera de la casa. No esperó los dos minutos, porque no le agradaba la idea de que Lali estuviera sola allí dentro. Dio un paso atrás y golpeó la puerta con el pie. Ésta vibró y se abrió con un crujido, rompiéndose una de sus bisagras. La hizo a un lado, y entró a la sala.

—¿Qué rayos pasa aquí? —vociferó la conocida voz de Ignacio Pérez—. ¡Tengo un bate de beisbol, así que más le vale salir antes de que llame a la policía!

—¡Llámalos! —respondió Peter a gritos, dando un paso adelante.
Dobló la esquina cuando Ignacio entró en el pasillo con el bate en alto.

—¿Peter? ¿Qué...?

—Hola, Ignacio. ¿Sorprendido de verme?

—¿Qué demonios haces aquí? ¡Me has roto la puerta! —Alto y grueso, Pérez había sido todo un jugador de beisbol algunos años antes, en la universidad.
Juan Pedro le brindó una sombría sonrisa, la sangre le hervía. Casi esperaba que Ignacio fuera con el bate hacia él, así tendría una excusa para darle una paliza.

—Me has robado la tablilla —respondió.

—¿Que yo, qué?

—Querías que me quedara un día más en Punta del Este —continuó Juan Pedro, alargando la mano rápidamente para atrapar el bate. Lo arrojó a un rincón—. ¿Fue para protegerme o para asegurarte de obtener aquello por lo que habías pagado?

—No tengo ni idea de lo que...

—Han muerto tres personas, Ignacio. Te sugiero que consideres cuidadosamente cuál va a ser tu historia.

—Peter, te has vuelto loco. —La cara de Ignacio se ensombreció—. ¡No sé qué demonios está pasando, pero no tienes derecho a entrar en mi casa a la fuerza y a amenazarme! Yo...

—¡Peter!
Peter se dio la vuelta y fue corriendo por el pasillo al oír el grito de Mariana.

Arte Para Los Problemas(LALITER) Where stories live. Discover now