Capitulo 42

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—¡Dios! —Se pasó la mano por el pelo, y se deshizo la cola de modo que sus suaves y desaliñadas ondas caoba cayeron a modo de cascada sobre sus hombros—. Podría. Eso explicaría algunas cosas. ¡Ajjjjjj, maldita sea!.

Juan Pedro se apartó a un lado de la autopista, murmurando entre dientes, antes de que ella pudiera empezar a dar golpes a diestro y siniestro. Lali saltó del carro todavía en marcha, paseándose furiosamente arriba y abajo con las manos rígidas formando dos puños a ambos costados. Juan Pedro se unió a ella pero apoyó el trasero contra el auto y dejó que echara chispas.

La idea de que pudiera haber sido ella el blanco se le había ocurrido la tarde en que se había metido por su ventana. En aquel entonces no contaba con motivo alguno, tan sólo con un presentimiento. Desde ahí había descubierto el aviso de un ladrón de excepcional destreza ahora muerto, un trabajo encomendado a través de alguien en quien Mariana no confiaba y una tablilla de piedra desaparecida... pero no mucho más. Y la policía todavía menos.

—¿Por qué iba a tenderte una trampa? —preguntó.

—Por dinero. Es lo único que lo motiva y lo único que le importa.
La observó pasar por su lado y hacerlo de nuevo en dirección contraria.

—Dime tu opinión sobre esta teoría —dijo mientras miraba a su reloj. No tardaría en oscurecer, si ella era el objetivo, no quería exponerla en el borde de una carretera como aquélla—. Cruz envió a Recca a robar la tablilla y a ti como oportuno chivo expiatorio. A ti te mata la bomba que tú misma activaste distraídamente al intentar salir a salvo de la finca. Y después Cruz se encarga de Recca para no tener que compartir los beneficios.

—Podría valer, salvo por dos cosas: la primera es que Cruz es un cobarde, y no creo que tuviera agallas para matar ni a una mos...

La voz de Lali se fue apagando a medida que un BMW negro se aproximaba por la carretera, cambiaba al carril de salida más próximo y reducía la velocidad al llegar hasta ellos. Juan Pedro dio un paso hacia la puerta del pasajero para estar más cerca de la pistola que había vuelto a guardar en la guantera momentos antes tras la protesta de Mariana. Pero el auto no se detuvo en medio del tráfico restante, y aceleró al pasar por su lado. Genial. Cuidado con los buenos samaritanos: policías y asesinos.
Mariana también mantuvo la mirada fija en el BMW.

—Y dos, si me hubiera matado, la policía esperaría que tuviera la tablilla conmigo. Esta ha desaparecido, así que tiene que haber alguien más implicado. Hubiera tenido que contratar a alguien, y todo esto habría reducido sus beneficios.

—Tal vez Cruz esperaba que creyéramos que la tablilla había sido destruida en la explosión, junto contigo.

—Tal vez. No se me ocurre por qué querría a Maxi muerto, si es que lo contrato en un principio. Los tipos que asesinan a sus proveedores no duran mucho en este negocio. —Lali se calmó mientras reflexionaba en voz alta, sus manos se relajaron lentamente y sus furiosas zancadas se tornaron en un paseo—. Necesito pensar en eso —farfulló, deteniéndose delante de él.

—Pensemos mientras comemos —dijo, sujetando la puerta del pasajero para que ella entrara—. Vamos.

El tráfico era bastante denso, como lo solía ser en Buenos Aires. Pero nadie más redujo la velocidad para mirarlos y ambos se reincorporaron a la carretera sin mayor problema. A Juan Pedro le preocupaba más Mariana Espósito que el tráfico. Por indeseable que considerara su trabajo, si alguien estaba intentado acabar con ella por ese motivo —o por cualquier otro—, tenía toda la intención de hacer algo para evitarlo. Ni siquiera estaba seguro de cuándo había tomado tal decisión, o de cuándo se había convertido en su guardaespaldas, sólo sabía que lo había hecho.

Quince minutos llegaron al estacionamiento de Osaka. El lugar estaba abarrotado de gente, como de costumbre, y la música flotaba hasta la calle. A pesar de la falta de privacidad, le gustaba aquel sitio.

—Buenas noches señor Lanzani —lo saludó la mesera con una amplia sonrisa—. ¿Mesa para dos esta noche?

—Gracias, Ana. Al fondo, si es posible.

—Por supuesto que es posible.

Le indicó a Mariana que siguiera a Ana hacia el fondo del restaurante. Cuando estaba en la ciudad siempre le tenían una mesa reservada apartada del tumulto, únicamente como deferencia a su predilección por la tranquilidad y la privacidad. Mariana tomó asiento de cara a la puerta principal, lo que no le sorprendió, y él acomodó su propia silla a un lado de la mesa para que estuvieran en ángulo recto y poder así ver la entrada por encima del hombro de Lali. James Bond o no, comenzaba a sentirse como un agente secreto.
Pidió una botella de champagne y acto seguido se acercó disimuladamente a Mariana cuando se fue el mozo.

—Esto es algo poco corriente para ti, ¿no? —murmuró—. La bomba, no el lugar.

—Es que no puedo creer que Maxi... —tragó saliva—. Pero no creo que supiera que yo estaba allí. De lo contrario no habría estado tan enojado cuando lo llamé.

—No creo que Cruz estuviera dispuesto a utilizar, sin más, tu muerte a conveniencia.

—Eso es una suposición. Supongo que se trata de algo más que de conveniencia.

—Pues dime qué podría ser.
Mariana cesó en su observación del lugar para mirarlo. En sus labios se dibujaba una leve sonrisa.

—Pareces disgustado.

—Estoy disgustado. —Tomó la mano que ella tenía sobre la mesa y cerró los dedos en torno a su palma.
Ella se sobresaltó un poco, pero no retiró la mano.

—Esto lo cambia todo, ¿sabes? —dijo—. Si no estás en peligro, no tienes motivo para ayudarme a salir de ésta. —Mariana tomó aire—. De hecho, sería una estupidez por tu parte seguir involucrado en esto.

—Todavía sigue sin aparecer mi tablilla troyana —dijo en voz baja—. Y una vez que has dormido bajo mi techo, estás también bajo mi protección.

—Otra vez te comportas como un señor feudal, ¿no? ¿El conde de Buenos aires?
Sus labios se curvaron.

—Como tú dices, nadie merece morir por un objeto. Y voy a asegurarme de que no te suceda a ti.

—Eso es muy arrogante, su señoría. —Aun así, sus dedos se tensaron entre los de él—. Y te lo agradezco.

—Me has salvado la vida, Mariana. Lo menos que puedo hacer es devolverte el favor.

Arte Para Los Problemas(LALITER) Where stories live. Discover now