Capitulo 57

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Frenándose en la entrada, se asomó a la habitación. Ella estaba tumbada en el suelo, apoyada sobre la mitad de su espalda y apretando con una mano una granada sujeta con cinta adhesiva a la pared a la altura del muslo. En el otro lado, otra granada se meneaba con la sujeción todavía puesta, pero sólo porque el cable no la había soltado por completo. Tenía la pierna izquierda enredada en el cable.

—¡Dios! ¡No te muevas! —Aferrándose al marco de la puerta, se inclinó por encima de ella hacia la segunda granada.

—¡No lo hagas! ¡Sal de aquí! ¡Tú sólo llama a alguien!

—De acuerdo —respondió, concentrándose en mantener la mano firme mientras tocaba el extremo de la traba de seguridad—. Dentro de un minuto. —Ayudándose con el dedo índice, empujó el seguro de nuevo en su sitio. Se acercó a ella mientras lo sujetaba. Con la mano libre desenganchó el cable de su pierna. La anilla de seguridad de la primera granada colgaba de su extremo—. Voy a buscar ayuda, luego colocaremos el otro seguro en su lugar —dijo, tratando de que no le temblara la voz. Si Lali no hubiera tenido las manos ágiles... ¡Santo Dios!

—Deja la anilla —respondió—. Estoy bien. Llama desde la sala de estar y luego sal de aquí.
Moviendo el cable con cuidado para atenuar la presión sobre la granada intacta, se puso de pie y se dirigió a la mesita de noche.

—No me voy a ninguna parte. Ven aquí si quieres discutirlo.

—Mierda. No seas estúpido.

—Shhh. Estoy al teléfono —llamó a Iván.

—¿Sí, señor?

—Iván, llama a la policía. Comunícales de que hay una granada en la suite verde y de que mi novia la está sujetando con la mano.

—¿Una gra...? Ahora mismo, señor Lanzani. ¿Quie...?
Peter colgó el teléfono.

—¿Qué tal lo manejas, Mariana? —preguntó mientras se ponía en cuclillas junto a ella.

—Mejor que tú, imbécil. Dile al resto de tu gente que salga. Y no soy tu novia.

La había puesto furiosa, lo cual, al menos, hizo que su cara recuperara algo de color. Todavía estaba sorprendentemente pálida, pero la expresión de puro terror de sus ojos se había aliviado un poco.

—El periódico dice que lo eres.

—Sí, bueno, me gustaría verlo.

—Más tarde. Deja que sujete la traba.

—No. Así es más seguro. Es un sistema bastante tosco, pero no quiero arriesgarme a prender la mecha volviendo a meter la anilla. O sacando esa cosa de la pared, si es eso lo que estás pensando.
El sudor empapaba su frente, pero ella se las arreglaba para parecer una auténtica profesional.

—Por Dios, eres asombrosa —murmuró, levantándose para llamar de nuevo a Iván y decirle que evacuara el edificio, pero que no permitiera que nadie saliera de la mansión.
Tan pronto como hubo acabado, regresó a su lado.

—¿Ahora apoyas la teoría del asesino en casa? —pregunto, moviéndose un poco.

«Ya debía de dolerle el brazo», pensó Juan Pedro. Se colocó a su espalda para que pudiera apoyarla contra su costado y restar así algo de tensión a su hombro y su brazo. Lo que Peter deseaba hacer era agarrar la granada él mismo, pero por heroico que pudiera resultar, también sería increíblemente estúpido. En ese momento, Lali tenía la situación bajo control.

—Ya la respaldaba, pero ahora quiero asegurarme de no dejarlos escapar para que elaboren una coartada. Voy a matar a quien haya tratado de hacerte esto, Mariana.

Diez minutos más tarde entró el equipo de artificieros en la habitación. A juzgar por sus expresiones, aquél no era el tipo de escenario que acostumbraban a encontrar. Aun así, arrastraron un contenedor a prueba de bombas junto con sus pesados protectores para el cuerpo, la cara y los ojos. Equiparon a Mariana todo lo bien que les permitía al tener uno de los brazos aplastado contra la pared y acto seguido se dispusieron a asegurar la granada.

La negativa de Peter de marcharse probablemente enojaba a todos, pero le daba lo mismo. No iba a irse hasta que ella lo hiciera.
Finalmente, aseguraron el resorte a la granada con otro pedazo de cinta adhesiva y tiraron de Mariana hacia atrás.

—De acuerdo, que salgan de la casa todos los civiles —ordenó el teniente.

—Como si yo quisiera quedarme —comentó Mariana, dejando que Juan Pedro la ayudara a levantarse.

Estaba temblando y él le rodeó la cintura con el brazo para ayudarla a salir por la puerta. Ella se soltó después de bajar dos tramos de escaleras y de llegar a los escalones exteriores.

—Muy bien. Voy a sentarme —dijo, dejándose caer pesadamente en los escalones de granito blanco.
Juan Pedro se sentó a su lado, rodeándole la espada con el brazo porque fue incapaz de no hacerlo.

—¿Estás segura de que estás bien? —preguntó en voz baja, besándola en la cabeza.

—Ni siquiera lo vi. Fue una verdadera estupidez —explotó.

—¿Qué pasó?
Exhaló una bocanada de aire e hizo un movimiento con los hombros, tratando obviamente de calmarse.

Arte Para Los Problemas(LALITER) Where stories live. Discover now