Capitulo 58

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—Llevé mis cosas adentro, luego arrastré el petate hasta el dormitorio para poder sacar algo de ropa. Mi pierna topó con algo y retrocedí, pero oí saltar el seguro. —Mariana se encogió de hombros—. Alargué la mano de golpe y atrapé el resorte antes de que saltara, luego me di cuenta de que había otra granada en el otro extremo de la puerta. Fue pura suerte que ése no saltara.

—Suerte, y unos reflejos muy rápidos.

—Jamás debería haber pasado. Sé que no debo bajar la guardia.
Para sorpresa de Peter, una lágrima rodó por la mejilla de Lali.
Juan Pedro la abrazó fuertemente.

—No digas eso. Alguien ha intentado por segunda vez ser más astuto que tú y no lo ha logrado.
Mariana se zafó de su brazo, luego se golpeó la rodilla con el puño.

—En mi vida he estado tan asustada.

—Ya pasó —dijo. Era demasiado tarde para salvarla, pero no podía evitar que su instinto quisiera protegerla. Aunque el temor había remitido, era evidente que seguía enojada. En cuanto a él, su corazón todavía latía con fuerza—. Nos vamos.

—No. Las respuestas están aquí. —Sacudió la cabeza, y clavó la mirada fijamente en él—. Y lo que ahora realmente quiero es encontrarlas. Parece que nuestra teoría era acertada; es a mí a quien quieren muerta.

El auto de Castillo recorrió el camino de entrada y se detuvo. Mariana se puso rígida bajo el brazo de Peter, pero él se negó a soltarla.

—Tienes que confiar en mí —murmuró—. No dejaré que nada te pase.

—No me preocupa confiar en ti, Peter. Y no lo olvides, esa tablilla sigue en mi habitación, dentro de mi mochila, rodeada por veinte policías.

—Han tenido una mañana ajetreada, ¿no es verdad? —dijo Castillo, subiendo los primeros escalones hasta llegar a la altura de ellos—. ¿Están todos bien?

—Nadie ha salido volando por los aires —dijo Mariana, sacando a la luz su habitual humor sardónico.

—Eso es un punto a favor. —El detective continuó subiendo la escalera—. Quédense aquí, señor Lanzani, señorita Espósito. Iré a ver qué pasó.

Juan Pedro se alegró de verlo caminar. Necesitaba unos minutos para decidir cuánta información debía darle y cuántas mentiras tendría que tejer para hacerlo y ser capaz de proteger a Mariana... de la policía, de quien quiera que hubiera intentado matarla de nuevo, e incluso de ella misma.

Domingo, 1:30 p.m.

—Debería llamar a Gastón —dijo Peter, aunque no se movió.

Mariana se limpió las rebeldes lágrimas. Era la adrenalina; todavía temblaba debido a los restos de energía. Estaba acostumbrada a dar el golpe, pero estar a punto de saltar por los aires no tenía parecido alguno con la emoción que producía un robo bien ejecutado.

—¿Cuánto vas a contarle a Castillo? —preguntó, agradecida de que Juan Pedro fingiera no darse cuenta de su estúpido llanto.

—Lo suficiente para que podamos averiguar quién ha estado colocando bombas en mi casa. —Con expresión retraída, desenganchó su celular de la correa de su pantalón.

—Dirá que he sido yo, ya lo sabes.

—Por eso llamo a Gastón. Aun en el caso de que Castillo pueda detenerte, te sacaremos bajo fianza en una hora.
Le sobrevino otra oleada, esta vez de temor, y se levantó como un rayo.

—No. No pienso...

—Mariana, cálmate. No dejaré que...
Retrocedió otro paso, esquivando con facilidad su mano.

—No es asunto tuyo. No pienso ir a la cárcel para que puedas ponerte la armadura de caballero y rescatarme. No.
Peter se paró con rapidez.

—¿No preferirías quedar fuera de sospecha a tener a Castillo y a la policía vigilándote cada segundo de tu vida?
Él no tenía ni idea de lo que era vivir su vida.

—Estoy acostumbrada a esconderme, y no puedo ser absuelta —siseó, comenzando a temblar de nuevo. No iba a ponerse histérica; ella no se ponía histérica. Ni siquiera cuando la gente trataba de matarla y una persona en quien comenzaba a confiar le sugería que el que fuera a la cárcel era algo positivo—. Si me encierran, no saldré.

—Tranquilízate. —Peter mantuvo la voz baja y firme, probablemente previendo que pudiera huir. Lali deseaba huir. Dios, ya había desarrollado una salida—. Muy bien. No te preocupes. No vas a ir a ninguna parte. Siéntate y déjame llamar a Gastón.

—Me calmaré —respondió—, en alguna otra parte.

—Alguien acaba de intentar matarte —dijo con mayor dureza—. No voy a quitarte la vista de encima.

—Entonces sígueme —contestó, dándose la vuelta—. Me voy a dar un paseo.

Lali oyó su grave protesta y a continuación sus pies en el camino. Peter la seguía. Sintiéndose algo más calmada aún a su pesar, se dirigió hacia el estanque.

Arte Para Los Problemas(LALITER) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora