Capitulo 25

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—No lo sé. Conveniencia, supongo. Las otras dos están en colecciones privadas. Y puede que por el precio.
Gastón resopló.

—¿Quiere decir que su tablilla era más asequible que las demás?
Los suaves labios de Lali se contrajeron. Al menos Juan Pedro imaginaba que serían suaves.

—Puede —contestó—. O puede que el comprador tenga su base Argentina. Conseguir objetos y pasarlos de contrabando de un país a otro puede ser caro... y delicado. Sobre todo ahora.

—Hum —musitó Juan Pedro, dando la vuelta a los filetes—, en unos días estaría en Londres. Puede que tenga razón.

—Pero no vamos tras el comprador —señaló Mariana—. Vamos detrás de alguien que utiliza explosivos en lugares cerrados, y tras quienquiera que pueda haberla contratado. —Poniéndose en pie, se acercó a la parrilla, y observó a Juan Pedro juguetear con los filetes—. Huele bien.
«También ella.»

—Es mi mejor receta.

—En serio me gustaría ver otra vez la galería. Podría darme algunas ideas.

—¿Sobre otros objetos que pueda "rescatar"? —sugirió Gastón, fríamente.
Mariana se apoyó contra el asador y sonrió con dulzura.

—¿Le gustaría hacerle otra visita al fondo de la piscina?

—Niños —advirtió Juan Pedro, cogiendo el plato de cebollas y champiñones salteados que le ofrecía Reinaldo cuando el mayordomo apareció desde la cocina—. Compórtense.

—Di mi palabra de que nada desaparecería de este lugar, Dalmau. Yo cumplo mi palabra.

—Creí que siempre mentía.
Los ojos de Lali se endurecieron, pero su sonrisa se volvió más coqueta.

—Sólo sobre algunas cosas. Sabe una cosa, Lanzani, puedo buscarle un loro que realice el mismo trabajo que Dalmau, y el único costo sería una jaula y algo de alpiste.

—Claro —contestó Gastón—, pero el pájaro se cagaría sobre todos sus documentos.
Juan Pedro dio la vuelta a un filete.

—Declaro una tregua —dijo, intuyendo, aunque Gastón no lo hiciera, que el abogado tenía todas las fichas para ganarse una visita a la piscina otra vez—. Quien no desee acatarla puede irse de mi casa. —Sostuvo la mirada de Mariana—. Cuando Gastón se marche, vamos a la galería.

—Genial. ¿También vas a darle una llave?
Peter hizo caso omiso de la queja de su amigo. Además, esta invitada no necesitaba una llave.

—Siéntese, Mariana —dijo suavemente, sonriendo—. He conseguido que la carne esté exquisita, en su punto.

Viernes, 8:03 p.m.

Lanzani tenía razón en una cosa. Sabía cómo hacer un buen filete a la parrilla.
El alumbrado de la piscina se encendió mientras la noche los envolvía, seguido por una estela de luces que bordeaban las flores y se internaban entre las palmeras en torno a la zona de la piscina. Reinaldo salió de la casa con unas velas para las mesas que colocó con experta precisión.

—Esto empieza a parecer una cita —murmuró Mariana, mirando a Lanzani—. Salvo que se trate de una cita con Harvard.

—No es por mí —dijo Gastón desde su mesa, situada al otro lado de la zona de la piscina. Desperezándose, se puso en pie—. Así que ya que no tiene nada que ver conmigo, me largo.

—Bueno... adiós.

Miró a Mariana con el ceño fruncido y luego le pasó el brazo sobre los hombros a Peter mientras se dirigían hacia la casa.

—Tendré listo parte del papeleo del seguro para mañana. Imagino que quieres que te lo traiga aquí.

—Sí.

Cuando ellos doblaron la esquina de la casa, Lali se acomodó para tomar otra profunda bocanada del aire perfumado con el aroma de flores. En ese momento tenía que pensar si había tomado la decisión correcta al decidir encontrarse con el multimillonario. De lo contrario, hubiera estado escondida en aquella tétrica casa vieja en Monte Grande, buscando las noticias y esperando no tener que correr hasta que los de seguridad del aeropuerto se cansaran de buscarla con tanto ahínco.

—¿Lista para ver la galería? —preguntó Peter cuando reapareció. Para cocinar se había puesto un jean, un polo verde suelto que le llegaba hasta las caderas y una camisa gris abierta encima. También él se había calzado unas chanclas, y la ligera brisa alborotaba su cabello con dedos suaves. A ella no le importaría entrelazar los suyos en aquella masa.
Lali tragó saliva.

—Primero, al cuarto de vigilancia.

Lali pudo ver en su rostro que él seguía teniendo sus dudas en cuanto a proporcionarle acceso, y por eso lo había presionado. Estaban haciendo un examen de confianza y bien podría sudar él también un poco.
Lanzani la dirigió hacia el camino de la entrada principal.

—Por aquí.
Él accedió a la entrada de la casa a través de la puerta del jardín recién arreglada.

—Impresionante —dijo ella, mirándola—. ¿Tiene puertas de reserva o es que la compañía de reparaciones es suya?

—Ni lo uno ni lo otro. Resulta que soy encantador.
Por supuesto que lo era.

—¿Qué le pasó a la otra puerta? —preguntó Lali.

—La tiene la policía —respondió—. Me imagino que estarán buscando huellas.

—No encontrarán ninguna mía.

—Espero que no. Si se le ocurre algo que pudiera vincularla con la otra noche, sería mejor que me lo dijera ahora.

—No se me ocurre nada —declaró—. Le dije que soy buena en lo que hago.

—No lo dudo. Sólo intento atajar cualquier problema. —Peter entró en la casa más allá de la cocina. Un tramo de escaleras conducía a la zona subterránea, que albergaba un cuarto de contadores, el de las calderas y la bomba de agua y, a continuación, la sala de seguridad y vigilancia.

—Señor Lanzani. —Un hombre vestido con el uniforme color teja de Mayer-Smith se puso en pie tan aceleradamente que la silla salió rodando hacia atrás. Lali la detuvo hábilmente con un solo pie y la empujó de nuevo hacia él.

—Luis, únicamente estamos de visita. —Con un gesto, Lanzani le mostró la habitación.

Veinte monitores se albergaban en el cuarto, apilados de cuatro en cuatro, con una computadora principal en medio y otras dos unidades a un lado con el propósito de ser utilizadas para la reproducción.

—¿Suele haber sólo un tipo aquí? —preguntó.

—Sólo es necesario uno —dijo Luis, Tomando asiento de nuevo—, a menos que haya una gran fiesta.

—¿Cómo es que te sorprendimos al entrar? —insistió—. ¿No nos viste venir?
El guardia se aclaró la garganta.

—Estaba observando las cámaras del perímetro exterior —repuso, su expresión se tornó defensiva—. Con el debido respeto, señora, no habría conseguido entrar aquí si el señor Lanzani no la hubiera acompañado.
Lali tenía varias respuestas a eso, ninguna de las cuales iban a gustarle, pero se limitó a asentir.

—De acuerdo. Los policías tienen las cintas de la otra noche, imagino.

—Sí —respondió Lanzani—. ¿Algo más?

Continuará...

Arte Para Los Problemas(LALITER) Where stories live. Discover now