Capitulo 36

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Sábado, 1:18 p.m.

—No vamos a ir en limusina. —Mariana se cruzó de brazos.
Intentando no sonreír, Juan Pedro se mantuvo en las escaleras de la puerta principal junto a ella y decidió no preguntar por qué tenía tantos prejuicios en contra de su limusina.

—No dije que fuéramos a hacerlo, linda.

—Le dijiste a Ben que trajera el auto.
Un Mercedes Benz SLK amarillo dobló la esquina de la casa y se detuvo delante de ellos.

—Sí, pero no dije cuál.

—¿James Bond no manejaba un BMW o algo así? —preguntó ella, dirigiéndose al lado del pasajero mientras Ben ocupaba el asiento del conductor—. Amarillo plátano. ¡Pero qué discreto!

—No soy James Bond. Así que, cállate y sube.

Le gustaba el auto; Peter pudo notarlo en la sonrisa burlona de Lali cuando tomó asiento. Mariana pasó la mano por el tablero, lo cual era otra buena señal. Parecía aprender por medio del tacto. Resultaría interesante ver si aquello era igual en el dormitorio. Se removió en el asiento, sintiéndose de pronto incómodo. «Ducha fría. Piensa en una ducha fría.»
Finalmente, ella se abrochó el cinturón y le sonrió.

—¿Podemos bajar el techo del plátano?

Peter, atento, pulsó un botón del tablero. La maletera se abrió y el techo se levantó, se plegó hacia atrás y se introdujo en el compartimiento trasero en un único y fluido movimiento.

—¿Mejor?

—Genial —fue cuánto ella dijo, mientras recorrían el camino de entrada.

La policía seguía instalada fuera de la casa, pero comenzaban a parecer más aburridos que esperanzados de atrapar al que colocó la bomba. Naturalmente que ya habían encontrado al sujeto que fue arrastrado a las orillas del río, tanto si lo habían comprendido como si no. Peter miró a Mariana, que tenía un brazo reclinado sobre el marco de la ventana y la barbilla apoyada en él.

—La policía ha identificado a Recca y lo considera sospechoso —dijo él—, pero, dado que yo describí a una mujer dentro de mi casa, no han abandonado la búsqueda.

—Posiblemente se imaginen que tenía un socio. Seguirle el rastro no los va a llevar hasta mí, pero no estoy en absoluto libre de sospecha. —Le lanzó una mirada—. Aún.

—¿Había usado explosivos antes?

—No conozco todos los trabajos que ha realizado, pero no me sorprendería. No habría llamado para advertirme que me mantuviera al margen si hubiéramos estado compitiendo por un simple objeto. —Se encogió de hombros—. Él ya había dado golpes con anterioridad, pero siempre decía que no suponían un desafío demasiado grande. La gente va de un lado a otro y se vuelven vulnerables. Los objetos son inanimados y eres tú quien tiene que ir a por ellos.

—¿Alguna vez Recca y tú fueron... cómplices?
Lali se recostó y encendió el estéreo con brusquedad.

—¡Ah, ésta sí que es buena! —Frunció el ceño mientras Mozart inundaba con sus melodías el interior del auto—. Cómplices. Supongo que te refieres a si lo fuimos en la cama igual que en el trabajo. En el trabajo, no.
Juan Pedro asintió, aferrándose al volante; el estómago se le contrajo por un ataque de celos tan inesperado como ridículo.

—Entonces, lo siento.

—Deja de disculparte. No fue tu culpa. La gente entra y sale de mi vida sin parar. Estoy acostumbrada a eso.

—Estamos en plan cínico, ¿no?

—Intento inclinarme a aquello en lo que soy buena. Además, no deberías quejarte. Tú estás dentro en este momento.
«¿Por cuánto tiempo?», se preguntó Peter.

—Era un comentario. No una queja.
Mariana le lanzó una sonrisa burlona.

—Ok. Sea como sea, sólo espero que Nicolás sepa quién contrató a Maxi. Si no, estaremos estancados casi en el mismo punto en el que está la policía. —Su pelo castaño le azotaba la cara, y Lali sacó una liga de su bolso Gucci para recogerse la morocha masa en una elegante cola.

—Creía que estábamos intentando no desentonar —comentó—. ¿A qué viene esa cartera cara?

—Era lo único que tenía conmigo. Además, me ayudará a parecer una turista. Espero que hayas traído un gorro ridículo o algo parecido.

—Lo siento, no rebusqué en la sección ridícula de mi closet esta mañana.
Lali contempló con atención su perfil por un instante, mientras él fingía seguir concentrado en la carretera. Gracias a Dios que el tráfico era ligero.

—Limítate a llevar los lentes de sol puestos. No llevas traje, así que eso debería ser de ayuda. Te conseguiremos un sombrero tipo Gilligan o algo parecido.

—No, nada de eso.
Mariana guardó silencio durante un momento, aunque contempló la radio con una expresión de decepción tan intensa que casi resultaba cómica.

—Le has dicho a tu perro guardián Gastón adónde íbamos, ¿supongo?

—Confío en él, Mariana. Y...

—Yo no. Nunca confío en alguien que sabe lo mucho que vales.

—Todo el mundo sabe cuánto valgo.

—Claro, pero no todo el mundo tiene la clase de acceso de la que él dispone. —Tamborileó con los dedos sobre el marco de la ventana—. Tu muerte le reportaría un enorme beneficio adicional.

Juan Pedro frunció el ceño, y enseguida desechó la idea de su cabeza. Gastón Dalmau era su mejor amigo, el más cercano. La idea era absurda. Y guardaba cierta cautela en lo referente a quién dejaba entrar a su vida en estos momentos... con una excepción evidente.

—Confío en él —repitió Peter—. Olvídalo.

—Está bien. Si te hace sentir mejor, si fuera tú, yo tampoco habría ido a ninguna parte conmigo a menos que se lo contará a alguien en quien confiara. Lo que sucede es que no habría elegido a Gastón.
El cumplido, aun con su doble sentido, lo complació.

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