Capitulo 50

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Juan Pedro se sentía como si acabara de entrar en un abismo con los ojos cerrados, al confiar con fe ciega en encontrar un puente bajo sus pies. Pero a Lali le temblaba la mano cuando él le puso la piedra en ella. Aquélla era la primera vez que la había visto ponerse realmente nerviosa.

—Es preciosa —murmuró mientras con los dedos recorría la áspera superficie, tallada con runas y símbolos por algún escribano muerto hacía más de tres mil años.

Ella contuvo el aliento. Eso, más que cualquier cosa que pudiera decir, convenció a Peter de que jamás la había tocado antes. Pero, claro, deseaba realmente estar convencido de su inocencia.

Más aún, no quería sentir esa desgarradora... decepción otra vez, tal como había sentido cuando había abierto la puerta y descubierto a Pamela y a Martín revolcándose en su cama hacía tres años, y tal como había sentido cuando había abierto su petate en el garaje unos minutos antes. Y por eso mismo mantuvo los ojos y toda su atención centrada en ella mientras se paseaba por la habitación, con la tablilla en mano, y recorría sus marcas con los dedos.

—¿En qué piensas? —preguntó.

—En que alguien se ha tomado muchas molestias para hacerme parecer culpable —dijo pausadamente—. Nadie sabía dónde estaba mi auto. Ni siquiera Nicolás, ni Harvard.
Rechazando su paranoia con respecto a Gastón, Peter se sentó pesadamente en el sillón junto al petate.

—¿Podrían haberlo hecho antes de que pusieras las bolsas en tu auto?
Mariana negó con la cabeza.

—El petate estaba debajo de mi cama. Después de marcharme de casa de Nicolás me quedé un par de días en la mía hasta que apareció la policía.

—Te das cuenta de que no te estás ayudando —advirtió Juan Pedro, algo más convencido por esa idea. De haber sido ella culpable, ya se le habría ocurrido una excusa. A Lali le gustaban las respuestas, igual que a él, y era hábil proporcionándolas.

—¿Por qué abriste el petate en el garaje? —preguntó.
Juan Pedro enarcó una ceja.

—¿Ahora vas a acusarme a mí?
Ella dejó escapar un sonido de frustración.

—¿Demasiada paranoia? ¿Qué te llevó a abrir el petate? —repitió y comenzó a pasearse de nuevo.

—En realidad el bulto asomaba parcialmente y abrí la bolsa para meterlo dentro otra... vez —frunció el ceño—. Tú no lo habrías arrojado dentro de cualquier modo. Habrías sido cuidadosa y reverente, tal como la sostienes ahora.

—Bueno, alguien quiere que pienses que yo robé esto, después de que intentaran apartarme de ello antes —dijo, volviendo al sillón y sentándose junto a él.

—Eso significa que tú eras el objetivo, ni yo ni mi personal.
La expresión de Lali se alteró un tanto.

—Mierda, alguien me odia de verdad.

—O alguien te quiere fuera de su camino. Pero ¿por qué? ¿Por qué contratarte para después intentar matarte y luego poner pruebas en tu contra cuando eso no funcionó?

—¿Y por qué renunciar a la tablilla?

—Encontrarla entre tus cosas probablemente haría que la policía dejara de buscar.
Ella asintió.

—Yo lo creería si fuera Castillo —convino, levantando la tablilla en la mano—. Pero... Hay algo que no encaja.

—¿El qué?

—Yo, o la mujer misteriosa que fingimos que no soy, sigue siendo la única otra sospechosa, ¿no? Ya estoy metida en un lío por esto, con o sin la tablilla.
Peter dio un vistazo al reloj de la pared.

—Lo que me recuerda que Castillo debe de estar preguntándose dónde me he metido.
Lali le quitó el paño y lo depositó junto con la tablilla sobre la mesa de café.

—¿Tienes alguna información sobre la tablilla?

—Tengo una copia del informe del seguro y fotos en mi despacho. ¿Por qué?

—¿Puedo verlas mientras te cambias?

—La puerta está cerrada con llave.
Se paró y le dirigió una veloz sonrisa, aunque sus ojos conservaban aún la expresión más preocupada que había visto en ellos.

—Eso no es problema.
Se levantó mientras ella se encaminaba hacia la puerta.

—Mariana, yo...
Ella se giró y se acercó a él.

—No digas nada que te meta en líos, Peter. Parece que cada vez que das un paso para ayudarme te arriesgas a ensuciarte hasta el cuello. —Respiró hondo y lo agarró de la parte delantera de la bata—. Pero si... si tienes que contarle algo a Castillo, ¿podrías gritar o algo así? Para que pueda sacar ventaja.

Fuera lo que fuese lo que estaba pasando, no iba a decirle nada a Castillo. Todavía no. Y el motivo era muy simple: no estaba preparado para dejar que ella se le escapara. Juan Pedro le pasó un mechón de pelo por detrás de la oreja.

—Si te entrego a Castillo, será porque esté convencido de que tú lo has hecho. Y en ese caso, no te advertiré.

—Me parece justo.

La besó, soltándola de mala gana cuando ella volvió a deslizarse hacia el pasillo. Habían sobrepasado el punto en que podía poner distancia de por medio entre ambos; Dios, había sido él mismo quien anunciara al periodista que estaban saliendo. Y comprendió, aun cuando ella no lo hiciera, que aquélla no era una alianza como otra cualquiera. Había sido engañado en asociaciones de negocios con anterioridad, y nunca se había puesto ni remotamente tan furioso como esa misma mañana.
Tal y como marchaban las cosas, si ella le estaba mintiendo, ninguno de los dos iba a salir con vida.

Arte Para Los Problemas(LALITER) Where stories live. Discover now