Capitulo 99

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Franco Castillo observaba mientras el agente esposaba de nuevo a Cortés y lo escoltaba fuera del cuarto de interrogatorios. Había roto la punta del lápiz con el que había estado tomando notas, pero a pesar de estar lo bastante enojado como para escupir insultos, debía reconocer que Lali Espósito podría haber hecho carrera como detective, si el destino y su padre no la hubieran empujado en otra dirección.

Ignacio Pérez. Debía de ser algún banquero o algo similar, pensó, pero lo comprobaría para estar seguro. No era de la zona, o hubiera reconocido el nombre. Al menos cuando Lanzani utilizaba su influencia y coqueteaba con la obstrucción a la justicia, obtenía información.

Se paró cansadamente. Espósito y Lanzani no habían presionado para obtener el nombre del jefe de Cortés en el robo y en el negocio de falsificación, de modo que era más que un hecho que tenían otra cosa en mente. Y Lanzani había reconocido el nombre. Bueno, parece que por la mañana tendría que hacer otro viaje a su propiedad. Si obtenían o no resultados, había reglas que cumplir. Aunque Lanzani y Espósito sólo quisieran respuestas, él quería una condena. Y ya era hora de dejarse de juegos.

Apenas Mariana había detenido el auto cuando Juan Pedro bajó y se dirigió rápidamente a los escalones que subían a la casa. Tenía algunas llamadas que hacer, y poco le importaba la hora que pudiera ser allí donde iba a llamar.
La puerta de la casa se cerró, sin suavidad, después de entrar.

—¿Vas a decir algo? —exigió Mariana.

—Más tarde —soltó—. Tengo que estar en Punta del Este mañana. —Había subido la mitad del primer tramo de escalera, cuando se percató de que ella no lo seguía. Se obligó a inhalar profundamente, y se dio media vuelta—. Esto acaba de convertirse en algo muy personal, Mariana. Te lo explicaré más tarde.

—De acuerdo —dijo tras un momento, su rostro inescrutable por una vez—. Buena suerte.
Aquello sonaba a despedida. Juan Pedro frunció el ceño.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Justo lo que he dicho. Buena suerte.

—No tengo tiempo para una escena, Mariana.
Ella ladeó la cabeza. En la tenue luz, Peter hubiera jurado que vio una lágrima rodar por su mejilla.

—No se trata de una escena, Peter —respondió con voz fría y firme—. Tú tienes que irte y yo tengo que irme. Eso es todo. No son más que hechos.
El corazón de Peter dejó de latir.

—¿Qué? Sólo voy a Punta del Este. Estaré de vuelta en un día o dos, dependiendo de lo que encuentre allí —dijo, bajando un escalón.
Mariana suspiró, sus hombros se elevaban y descendían con cada respiración.

—Cuando mañana el FBI vaya por Cortés, comenzará a escupir mi nombre para intentar salvar su culo. No puedo quedarme aquí.

Un escalofrío helado recorrió su espalda sólo de pensar en Lali en uno de aquellos diminutos cuartos, frente al espejo.
No tardó ni un segundo en cambiar de idea.

—Ven arriba conmigo —dijo—. Y haz las maletas. Nos vamos a Punta del Este.

—Podrías terminar acusado de complicidad —respondió sin moverse—. Ese no es el objetivo de nuestra asociación.

—La finalidad de nuestra asociación —respondió, volviendo a la entrada con ella—, no es la que era. No dejaré que te vayas. No permitiré que desaparezcas en medio de la noche para no volverte a ver jamás.

—Peter...

La agarró por el hombro, tiró de ella con determinación y la besó con pasión. Lali se resistió durante menos de un instante, luego le rodeó el cuello con los brazos, amoldando su suave boca a la de él. Juan Pedro la abrazó fuertemente, la idea de lo que había estado a punto de dejar que ocurriera le asustaba.

—No —murmuró—. Tú y yo no hemos terminado. —La soltó de mala gana y se conformó con agarrarla de la mano y arrastrarla escaleras arriba—. Tengo que llamar al piloto y pedir que mi avión esté preparado a primera hora de la mañana. Y tengo que llamar a algunas personas y asegurarme de la ubicación de Pérez en este momento. Y luego, tú y yo, nos reuniremos con él para charlar un poco.

—¿Qué es para ti ese hombre?

Dios, incluso detestaba confesárselo. Ya eran tres; tres personas que conocía y que habían intentado robarle lo suyo. Y no servía de mucho consuelo que no sintiera un especial aprecio por Pérez. Pero lo más importante era que la persona en la que había decidido confiar en todo aquello resultaba ser una ladrona profesional.

—Hasta hace dos semanas casi fue mi socio en una empresa bancaria.

Arte Para Los Problemas(LALITER) Where stories live. Discover now