Capitulo 68

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—Pfff, claro. Mi pequeña banda de tipos malos parece estar disminuyendo a un ritmo alarmante, pero, ¡oye!, todo forma parte de la emoción del trabajo, ¿no?

—Está bien. —La abrazó una vez más, después la ayudó a bajarse de su regazo y a ponerse de pie para que pudiera recoger su ropa—. ¿Por qué no vas a ver si puedes reducir un poco la ubicación de las dos tablillas restantes y yo llamo a Castillo. Son... —y echó un vistazo al reloj; un Rolex, por supuesto—, las ocho de la tarde en Londres, así que llamaré a Sarah a casa.
Lali se detuvo.

—¿Sarah?

—Mi secretaria. —Una pequeña y maliciosa sonrisa asomó a su sensual boca—. Es muy fiel y sensible a todas mis necesidades.

—Seguro que sí.

¿Y a ella qué le importaba? Hacía sólo unos días que lo conocía, en algunos días más seguirían caminos distintos y jamás volvería a verlo, salvo como tema de un especial en alguna revista. Tal y como Cortés había dado a entender, no había sido la primera y sin duda no sería la última.
Peter la agarró del brazo cuando ya estuvo vestida.

—Soy un individuo bastante decidido, Mariana. Y ya te lo he dicho, tú acaparas toda mi atención.

—No estoy celosa, Lanzani. —se sentó otra vez—. Eres divertido. Ahora termina con el tema. Estoy ocupada. —¡Ja! Eso le enseñaría. Tampoco él había sido el primero.

—Divertido —dijo lentamente, sin moverse de detrás de ella—. Soy divertido.

—Sí. Anda y cómprate una isla o lo que sea.

Antes de que ella pudiera terminar con una sonrisa de suficiencia arrastró su silla con fuerza, apoyándola sobre dos de sus patas. Lali se tambaleó, tratando de mantener el equilibrio, mientras él se agachaba para mirar su cara.

—Decirme qué debo hacer es el modo correcto de lograr que haga lo contrario, tan sólo para fastidiarte —murmuró, y le cubrió la boca con la suya en un beso devastador que hizo que se le encogieran los dedos de los pies.

—Entendido —consiguió decir, agarrándose al borde de la mesa para volver a enderezarse.

—Aún no, pero no tardarás en hacerlo —susurró, y salió de la habitación con paso decidido y silbando.

—Demonios —murmuró, estremeciéndose, y volvió al libro.

Mientras terminaba la conversación con Franco Castillo y colgaba el teléfono de su despacho, Peter se dio cuenta que no le había avisado a Mariana de que cenarían fuera esa noche. Bueno, aquello suscitaría sin duda una discusión, y teniendo en cuenta el día tan largo que había tenido, le daría algo más de tiempo para recuperarse.

Castillo se había mostrado muy interesado en el fallecimiento de Juan Cruz, aunque, aquello representaba más complicaciones para la policía en lo concerniente a Dante Cortés. Con un cadáver en Inglaterra, era probable que Cortés hubiera desempeñado un papel muy limitado en todo aquel lio, sí es que había jugado alguno.

Se quedó allí sentado, mirando fijamente al jardín y al estanque. En su viaje a Punta del Este de la semana anterior, su pretensión había sido la de comprar una cadena de televisión, pasar un día o dos de relax con Gastón Dalmau y su familia, asegurarse que Dante enviara la tablilla al Museo Británico y seguirla, después de desviarse para atender algunos asuntos de negocios, a fin de pasar algunas semanas en su casa de Devon.

En cambio había estado a punto de volar por los aires en una explosión, habían robado la tablilla, se le había pasado el plazo límite en el asunto de la WNBT, habían lanzado a Gastón a su piscina y, por último, había conocido a Mariana Espósito.

Por supuesto habían habido jugosos sucesos añadidos: ladrones muertos; misteriosos seguimientos; Lali había estado a punto de morir en la habitación que él le había asignado; falsas tablillas; habían arrestado a un hombre que conocía y en quien había confiado durante diez años, y, finalmente, había disfrutado de algunas dosis de sexo realmente estupendo.

Mariana había dicho que era «divertido». Aunque no tenía ninguna objeción personal en contra de aquel término, sabía lo que ella había querido decir, y eso era lo que no le gustaba. «Divertido» se aplicaba a algo que uno hacía una noche o mientras no tenías nada mejor en qué ocupar tu tiempo.

Debería estar perfectamente de acuerdo con ello... pero no era así. Pero expresándolo con claridad, aquello le molestaba. Seguía queriéndola en su cama, entre sus brazos. Y si él no había terminado aún con ella, ella no podía terminar todavía con él.

No obstante, fuese cual fuese la parte del cuerpo con la que estaba pensando, era igualmente consciente de que aquello que había entre ambos era algo más que maniobras en vertical y horizontal. La muerte de Cruz significaba claramente que había alguien más involucrado. Por lo que sabía, el número de personas que tenían que ver con la tablilla por uno u otro motivo eran seis como mínimo: Mariana, Nicolás, Recca, Cortés, Cruz y quienquiera que hubiera matado a Cruz.

—¿Porqué? —farfulló para sí mismo. Sí, era rara y valiosa, pero no era tan magnífica como otros objetos. ¿Por qué ésa, por qué allí, por qué en ese momento?
Alguien tocó a la puerta.

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