Capitulo 45

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—Sabes mucho sobre mí, ¿no?
Ella le regaló una breve sonrisa.

—Sales en Internet.

—¡Qué bien! Dejé que se quedaran con la casa de Londres porque abreviaba los trámites de divorcio y porque parecía... justo, aunque no es que diera saltos de alegría. Sabía que ella no había sido feliz en nuestro matrimonio, y yo no hice mucho por enmendar la situación. —Se encogió de hombros—. Tal vez fuera para poder tener la última palabra.

Justo cuando Mariana comenzaba a felicitarse por haber obtenido algunas respuestas por el único precio de una pregunta, él redujo la velocidad y tomó el camino de entrada custodiado por dos aburridos policías. Esta vez apenas les dedicaron una fugaz mirada antes de abrir la reja.

—Se están volviendo condescendientes —comentó, desperezándose mientras cruzaban por la avenida de palmeras y se detenían frente a la casa—. Tu ineficiente seguridad acaba de perder la mitad de su efectividad.
Bajaron del auto y Peter la cogió del brazo mientras se dirigían a la puerta delantera.

—Me debes una respuesta —murmuró, haciendo que se girara hacia él.
Ella logró sonreír con aire de suficiencia.

—Pensé que ya me la habías dado tú. De acuerdo, ¿cuál es la pregunta?

Lanzani la miró fijamente durante un momento. Alzó la mano para retirarle un mechón de cabello del rostro, acto seguido se inclinó y la besó. Suave, cálida y pausadamente, el calor se extendió por todas partes hasta los dedos de los pies. Su lengua se deslizó por sus dientes y Lali abrió la boca para él sin siquiera pensarlo. Se humedeció. Justo cuando pensaba que iba a fundirse en él, Peter se echó hacia atrás unos centímetros.

—¿Qué me respondes, Mariana? —susurró contra su boca.

Sábado, 9:21 p.m.

Peter cedió cuando Lali lo guió escaleras arriba con la boca unida a la suya. Se sobresaltó cuando los dedos de Lali rozaron su erecto miembro a través de la tela mientras buscaba la llave de la puerta en el bolsillo de sus pantalones ¡Dios! Le hizo bajar de nuevo la cabeza con una amplia sonrisa, besándolo ardientemente al tiempo que metía a tientas la llave en la cerradura y abría la puerta.

Entraron a trompicones al recibidor. Peter cerró y empujó a Mariana contra la pesada puerta de roble, y sujetó su rostro entre las manos mientras la besaba. Sus lenguas juguetearon y se encontraron en un remolino de calor y lujuria —necesidad— mutua que casi le hizo perder el equilibrio. Por Dios, cuando Lali tomaba una decisión, no se contenía.

La deseaba allí mismo, sobre el suelo de mármol, sobre el sillón de la sala de estar más cercana, en la escalera. Únicamente saber que había varios guardias de seguridad deambulando por la mansión a todas horas impidió que se tumbara en el suelo con ella. Mientras bajaba las manos por su espalda, apretándola contra sus caderas, recordó vagamente que no se había sentido así en mucho tiempo. El sexo era divertido; no era una arrebatadora necesidad de posesión. Hasta esa noche. Hasta Mariana Espósito.

—Peter —gimió, tironeando de su camisa abierta por los brazos, arrojándola sobre el falso jarrón Ming y sacándole después el polo negra de los pantalones.

—Arriba —dijo, haciendo uso de toda su fuerza de voluntad, para apartarse contra ella otra vez.

La tomó de la mano antes de que, Lali pudiera discutir y la arrastró hacia las escaleras. No estaba seguro de qué habría hecho si ella hubiera respondido que no. Llevaba todo el día excitado y dolorido desde que habían subido al auto aquella mañana. Separar a la mujer de lo laboral lo había vuelto loco. No tenía sentido que pudiera desearla y al mismo tiempo desaprobar lo que ella hacía. Por eso seguía buscando lagunas jurídicas. A ella le gustaba trabajar en museos y no robaba en ellos. No había motivo por el que no pudiera renunciar a una parte de su vida y continuar con la otra cuando obviamente tanto la disfrutaba.

En lo alto de las escaleras lo invadió de nuevo la necesidad de saborearla. Se detuvo en el descanso para atraerla nuevamente hacia él, saborear su boca, la suave piel caliente de su garganta. Sujetándola contra la pared con el peso de su cuerpo, introdujo la mano entre ambos y le desabrochó el pantalón, y deslizó la mano bajo su ropa interior para tomarla en ella. Ya estaba lista para él.

—Travieso —susurró Mariana.

Ella gimió, apretándose con más fuerza contra él cuando deslizó un dedo en su interior. Todo cuanto había aprendido en la vida, mediante su propia experiencia y gracias a escuchar las historias de otros en su profesión, le decía que lo que hacía era muy mala idea. Clientes o víctimas... no se podía confiar en ninguno de los dos. Pero nada de lo que había hecho desde la noche de la explosión tenía lógica alguna.

Una sombra se movió al fondo del pasillo y Lali se puso tensa. Estaba bien  divertirse, pero no delante de todos.

—Peter —murmuró con voz temblorosa, separando bruscamente la boca de la suya y empujándolo—, para.

Él pareció darse cuento que lo decía en serio, porque retiró la mano de su pantalón, y se volteó rápidamente cuando uno de los guardias de seguridad salió de un pasillo interconectado y se dirigía hacia ellos. A juzgar por la expresión de indiferencia, el guardia había visto con exactitud dónde su jefe había tenido puestas las manos, pero tras saludar con la cabeza siguió caminando hacia el ala oeste.

—Demonios —dijo Peter con respiración agitada—. Vamos.

—No es buena idea —protestó con la última gota de cordura que le quedaba. Aquella cama no era su lugar, por mucho que estuviera comenzando a disfrutar de su compañía y sus atenciones... y de sus atrevidas manos. Peter la hacía perder la concentración. No podía aflojar, su vida, y tal vez la de él, dependían de ello.

—Es una muy buena idea —respondió, besándola de nuevo apasionada y violentamente—. Quiero estar dentro de ti, Mariana.

Arte Para Los Problemas(LALITER) Όπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα