Capitulo 24

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Estudiándola por encima del borde de su vaso, se preguntó si Gastón no tendría razón y estaba pensando con la parte equivocada de su cuerpo. Mostrar su sistema de seguridad a una ladrona, proporcionarle acceso al control del vídeo y de los sensores, era una locura. Pero necesitaba que ella se quedara allí, a menos que quisiera cruzarse nuevamente de brazos y dejar que Castillo hiciera el trabajo.

—Muy bien. Si me enseña cómo logró entrar aquí la primera vez... y la segunda.

—No voy a abrir una academia para impartir clases sobre cómo forzar una entrada, Lanzani.

—Pero la segunda vez no dejó señal alguna de entrada. Nuestro criminal podría haber entrado del mismo modo. —Peter frunció el ceño—. ¿Por qué no entró de la misma forma la primera vez?
Ella se encogió de hombros, como si la respuesta fuera tan evidente que no pudiera creer que él le hubiera formulado semejante pregunta.

—Por la ubicación del objetivo. Atravesar la puerta del jardín la otra noche resultaba más rápido, y estaba esquivando a los guardias de seguridad.

—¿Por qué eligió la madrugada del martes?
Su mirada rozó la de él, divertida.

—Se suponía que usted no estaba, y había anunciado que iba a enviar la tablilla al Museo Británico.

—¿Cómo sabía que no iba a estar?
Ahora en su boca apareció una levísima sonrisa.

—Le anunció al Clarín que estaría en Punta del Este hasta el jueves.

—¿Qué es tan gracioso? —inquirió, preguntándose lo que ella diría si supiera que había cancelado una cena con una senadora y su esposo para cocinar para ella en la parrilla junto a la piscina.

—Mi compañero dijo que no se puede confiar en alguien que le miente al Clarín.

—¿Su compañero? —repitió suavemente él, alargando el final de la pregunta.

—Mi agente. Mi negociante. La persona que vende las cosas que robo.

—Ah. Me imaginaba que podría tener un socio —dijo.

—No. Hoy por hoy, trabajo sola.
En realidad se sentía más aliviado de la cuenta por la confirmación de que actuaba en solitario.

—¿Supongo que no sospecha que su compañero esté metido en nada de esto?

—Antes sospecharía de Gastón Dalmau.
Él sacudió la cabeza de modo negativo.

—Gastón no es un ladrón.

—No, es abogado. Eso es peor. Y usted confía en él, lo cual es una estupidez.
Juan Pedro entornó los ojos.

—Estábamos hablando de su amigo... no del mío. ¿Tiene nombre ese compañero?

—Supongo que sí —dijo despreocupadamente, y tomó otro trago de té helado—, pero le estoy confiando mi libertad, no la de él.
No podía deshacerse de la sensación de que ella sabía salgo específico sobre todo esto... y no toda esa estupidez de la intuición de ladrón.

—Si está involucrado con esta investigación...

—Si lo está, Sherlock, entonces lo pensaré. Pero no lo está. Yo... Genial.
Peter no tuvo que dar la vuelta para saber que Gastón había vuelto a la piscina.

—Gastón, ¿cómo...?

—Estaré por aquí —interrumpió el abogado, y cogió su cerveza cuando se sentó en la mesa más apartada.
La mirada que le lanzó a Mariana no era nada amistosa, pero a Juan Pedro no le preocupó lo más mínimo. Gastón sabía que se había pasado de la raya y, aunque lanzarlo a la piscina pudiera haber sido extremo, también lo eran las circunstancias.

—Iba a preguntarte cómo querías tu carne.

—¿Vas a preparar la salsa esa de champiñones y cebolla?

—Hans está en la cocina preparándolo mientras hablamos.

—Entonces, al punto.

—Así que, ¿cocina mucho en la parrilla? —preguntó Mariana, dividiendo su atención mientras seguía sin quitarle la vista a Gastón. No había estado bromeando; a Lali Espósito no le gustaban los abogados. Sin embargo, él sí parecía agradarle, y Peter descubrió que eso lo complacía.

—Cuando estoy aquí —respondió—. Gastón y su familia son buenos objetivos para ser mis víctimas culinarias.

—Dudo que les importe.
Juan Pedro la miró cuando se disponía a darle un vistazo a los carbones.

—¿Qué quiere decir?

—Por favor. Si normalmente lo tiene pegado como chicle. ¿Cree que iba a quejarse de que lo inviten a cenar en la versión del palacio de Buckingham que hay en Buenos Aires?

—¿Eso es un cumplido?

—A mí, que estoy pegado como chicle, no me lo ha parecido —gruñó Dalmau.

—Sonne Brilliant es bonita —declaró ella.

—Gracias.
Sus ojos verdes se cruzaron con los de Peter y seguidamente se apartaron de nuevo.

—De nada. Pero ya sabe que siempre miento.
Gastón bebió otro trago de cerveza.

—Qué tierno, pero me gustaría saber quién intentó hacer volar a Peter en pedazos, si no les importa. Ya que no fue usted, Espósito.

Juan Pedro comenzaba a desear que Gastón no se hubiera quedado a cenar. Aparte de que preferiría estar a solas con Mariana, deseaba que ella se relajara un poco, o jamás conseguiría más que una mínima parte de la información que quería.

—Después de que comamos, Gas. Por ahora, pregunta a la señorita Espósito qué piensa de las porcelanas de Meissen, ¿si?

—Preferiría preguntarle qué piensa de las tablillas de piedra troyanas. —Gastón dejó su lata sobre la mesa de hierro con un sonido metálico—. Pero no intentó robarla para usted, ¿verdad? ¿A quién se la iba a vender... o es que roba cosas para buscar un comprador después?

—Trabajo con contrato —respondió. Los dos hombres se mostraron sorprendidos—. Mi colega recibe la petición de un objeto, algunas veces un emplazamiento, convenimos un precio y los pasos a seguir, me instruyo un poco y luego voy por ello.
Juan Pedro pensó en lo que ella había dicho al tiempo que colocaba los filetes de carne en la parrilla y los cubría con salsa.

—La tablilla sólo iba a estar aquí quince días, pero no era ningún secreto. —Frunció los labios, considerando lo personal que podía hacer su interrogatorio antes de que ella lograra cambiar nuevamente de tema—. Sin traicionar ninguna confidencia, ¿apuntó su colega si este comprador pidió una pieza en especial?

—Las tablillas troyanas no son artículos que puedan encontrarse con facilidad —respondió, lanzándole una mirada de ligera superioridad, como si hubiera esperado que él supiera algo así. En realidad, lo sabía, pero le tocaba a Lali mostrar sus conocimientos—. Por lo que recuerdo, sólo existen tres —prosiguió, jugueteando con su vaso—. Pero sí, querían concretamente la suya.

—¿Por qué?
Ella permaneció en silencio por un instante.

Continuará...

Arte Para Los Problemas(LALITER) Where stories live. Discover now