Capitulo 54

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Domingo, 11:54 a.m.

Iván había sido cambiado al turno de día después del robo, y estaba sentado en su silla delante de los monitores de vídeo y de la computadora cuando Juan Pedro hizo entrar a Mariana en el cuarto de vigilancia.

—Señor Lanzani —dijo el guardia, parándose de su asiento. Su nuez se movió por encima de su corbata y llevaba el escaso pelo rubio engominado hacia atrás de un modo bastante desfavorecedor. Un aspirante a policía, decidió Lali de inmediato, que probablemente no se imaginaba por qué seguía fallando en la parte del perfil psicológico del examen de ingreso.

—Iván. A la señorita Espósito y a mí nos gustaría revisar las grabaciones del garaje, comprendidas entre las nueve de anoche y las diez de esta mañana.

—Y las del camino de entrada principal al mismo tiempo —añadió Mariana.
Iván se sentó otra vez.

—Hum, de acuerdo. Las pondré en esas pantallas de allí. Deme un minuto.

—¿A qué hora comenzó tu turno esta mañana, Iván?
Continuó con el tema Mariana, rozando ligeramente el brazo de Juan Pedro con la mano al pasar por su lado.

Ella lo enloquecía con sólo estar en la misma habitación. Y lo había acusado a él de distraerla demasiado. Desde que se había metido en su despacho para pedirle ayuda, se había convertido en su obsesión. Había cancelado tres reuniones, cuatro conferencias y un vuelo a Miami para salir con ella. El costo de su negligencia podría aumentar, potencialmente, a millones, pero no le importaba. Parecía más importante que cuando Mariana estaba cerca el corazón se le desbocaba, la sangre le hervía y la vida se tornaba más... viva. Le fascinaban las muestras de la mujer inteligente y divertida que existía bajo la fría fachada profesional.

—Llegué a las seis —respondió Iván, con su mirada dirigida de su jefe a Mariana—. Luis Mourson tenía el turno de noche. ¿Por qué?

—Por nada —contestó Juan Pedro, siguiendo a Mariana hasta los monitores del rincón.

La mirada que ella le dirigió decía lo contrario, pero no estaba dispuesto a acusar a nadie que trabajara para él sin una muy buena razón. Ella se agarró a su hombro, y se elevó de puntillas para llegar a su oreja.

—Estuvo aquí en ambas ocasiones —susurró—. No te apresures tanto en descartar una coincidencia.

—Contigo lo he hecho —respondió en voz baja.
Mariana torció el gesto.

—Sí, bueno, tú también estabas aquí ambas veces.

El monitor se encendió y apareció una grabación del garaje tomada desde el rincón suroeste, desde la que se obtenía un ángulo de visión de las puertas exteriores y de la más pequeña que dirigían a la casa. A diferencia de las cámaras exteriores, ésta era fija en vez de rotar de un lado a otro.
Mariana asintió con aprobación.

—Buen emplazamiento —dijo—, salvo que no tienes una cámara de refuerzo. Si descubren cómo esquivar ésta, ya están adentro.

—No todos somos expertos en electrónica y en el artistas para el robo—susurró, manteniendo la voz baja para que Iván no pudiera oírlo.

—Cualquiera que pudiera llegar hasta aquí sin ser detectado sería un experto —replicó malhumoradamente.

—¿Puedes entrar y salir de ahí sin que nadie lo sepa?

—Ah, sí sabrían que había estado dentro, pero no hasta que hubiera robado ese increíble Bentley Continental GT de color azul y me hubiera ido sin más.

Así que le gustaba el Bentley. La próxima vez que fueran juntos a alguna parte, dejaría que manejara ella. Claro que, al parecer, no tenía brevete, pero eso parecía la menor de sus preocupaciones.

—¿Podemos pasar rápidamente la cinta desde aquí? —preguntó él por encima del hombro.

—Sí. Utilice el teclado que hay debajo del escritorio. Está todo preparado, señor Lanzani.

El contador de la esquina de la pantalla marcaba las nueve menos tres minutos y el Mercedes todavía no había sido devuelto al garaje. Mariana extrajo el teclado y pulsó una tecla, y la cinta comenzó a pasar a gran velocidad. Después de unos cuarenta y cinco minutos, apareció el auto, y ocupó su lugar entre los demás.

Mariana rebobinó la cinta de nuevo para observar la entrada a velocidad normal. Ben manejo el SLK hasta su lugar, bajó, limpió una mancha del parabrisas y salió por la puerta, la cual cerró después. A las once se apagaron las luces programadas, lo que sumió el garaje en la penumbra.

—¡Qué estupidez! —dijo entre dientes, volviendo a pasar el video con mayor velocidad—. Como si los autos necesitaran oscuridad para poder dormir.

—¿Cómo puedes ver algo con la cinta si la pasas tan rápido?

—Tú limítate a observar la maletera. Es lo único que tenemos que ver, a menos que quieras sentarte aquí durante trece horas.

—De acuerdo. Pero ¿qué sugieres que hagamos si descubrimos algo?

—Si encontramos con algo, se lo mostraremos a Castillo, diremos que fue por eso por lo que miramos en mi bolsa y «¡Hey, mira lo que encontramos!».
Él enarcó una ceja.

—Das miedo.
Lali mantuvo la vista clavada en la pantalla, pero sus labios se curvaron nerviosamente en una fugaz sonrisa.

—También tú me asustas.
Juan Pedro apoyó la cadera contra la mesa, y se acomodó para esperar una larga y cuidada vigilancia.

—Deberíamos haber desayunado antes. O al menos haber tomado un café.

—Un refresco. El café es para aficionados.

—¿He mencionado que eres muy rar...?

—¡Eh! —Mariana congeló la imagen de inmediato—. ¿Has visto eso?
Juan Pedro cambió el peso de pie.

Arte Para Los Problemas(LALITER) Where stories live. Discover now