Capitulo 28

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—Quítese el short.
Ella trató de darse la vuelta para mirarlo a la cara, pero él la empujó hacia adelante sobre la mesa.

—Esto no es nada romántico. ¿Ni siquiera vas a ofrecerme una copa de vino primero? —dijo Lali por encima del hombro.

—Te lo hiciste al salvarme la vida —gruñó, sujetándola con una mano sobre la columna—. ¿Por qué no dijiste que estabas herida?

—No es nada.

—Sí que lo es. Ahora, deja de hacerte la loca y quítate el short. No te estoy seduciendo. Quiero asegurarme de que estás bien. —José apareció en ese preciso momento, con el bolso de ella en las manos—. Déjalo y sal —ordenó Juan Pedro.

Mariana se quedó inmóvil por un momento hasta que la puerta se cerró de nuevo, luego, con un suspiro nada sereno, se desabotonó el short amarrillo que llevaba puesto, y se lo bajó.

Fijándose en su coqueta ropa interior de color rosa y en su suave y cálida piel, Juan Pedro se arrodilló detrás de ella. Mientras intentaba reprimir el poco práctico y nada caballeroso impulso de deslizar las manos por la parte interna de sus muslos, cogió el bolso de Lali y hurgó en él. Por supuesto que había estado fantaseando con tener a Mariana inclinada de ese modo sobre una mesa desde que ella había descendido a través de la ventana, pero no en tales circunstancias.

—¿Súper pegamento? —preguntó mientras sostenía un tubo frente a ella.
Lali le arrebató el bolso al tiempo que dejaba escapar un suspiro tenso.

—Esto es propiedad personal.

—Sí, pero ¿de quién?
Lali resopló.

—Jódete.

—Supongo que me lo merezco —repuso—. ¿De verdad quieres que lo haga? Puedo llamar a un médico. Será muy reservado. Lo prometo.

—No. Tú sólo une los bordes, aplica el pegamento a lo largo de éstos y sujétalo durante un minuto. Y no te manches los dedos o se te quedarán pegados.

—Ah. Y no queremos que pase eso.
Peter creyó oírla soltar una risita, lo que consideró una buena señal.

—No. No quiero tu mano pegada a mi culo. Sobre todo con Gastón ya pegado al tuyo.

Era un culo realmente precioso, firme, musculoso e ideal para sus piernas. Despegó con cautela el esparadrapo y retiró el vendaje que llevaba, tomó aire con brusquedad al ver la herida.

—Esto es más que un corte —murmuró mientras limpiaba con cuidado la sangre de su pierna—. Tienes que ir a emergencia.

Ella se quedó en silencio y, un momento más tarde, él notó lo apretados que tenía los puños sobre la mesa. Dios, debía de doler. Limpió la herida de nuevo, apretó con cuidado los dos extremos y aplicó el adhesivo.
En su honor, prácticamente ni siquiera emitió un grito ahogado, pero debía de estar matándola.

—Ya casi está —murmuró—. Luego tomaremos vino y jugo.

—¿Lanzani?

—De acuerdo, terminado —dijo, y resopló suavemente para cerciorarse de que el pegamento se hubiera fijado y aprovechó para mover los dedos con cuidado y, al hacerlo, acariciarle la pierna con la palma de la mano. Nadie poseía tanto autocontrol. El pegamento aguantó—. ¿Cómo...?
Él no pudo terminar la frase porque de repente ella se desmayó y se desplomó lánguidamente en sus brazos.

_____ ° _____

Sábado, 6:54 a.m.

Mariana se despertó con el sonido de unos murmullos masculinos. Abrió un ojo, y contempló las oscuras cortinas a centímetros de su cara.

—Verde —farfulló contra la blanda almohada, intentando recordar dónde diablos estaba.
Unos pasos se aproximaron desde alguna parte al otro lado de las cortinas.

—Buenos días —dijo una melodiosa voz grave, y Lali recordó.

—Demonios —susurró mientras empujaba hacia arriba con las manos y las rodillas.

—Mariana, no pasa nada. Te desmayaste.

Mientras la habitación le daba vueltas, pudo visualizar el resto de esta. Ya de por sí, que Lanzani estuviera hubiera sido suficientemente malo, pero había alguien con él: un hombre calvo y flaco con lentes.

—¿Quién eres tú?

—Es mi médico —dijo Lanzani—. El doctor Lasarte.

Mariana se puso de rodillas, las sábanas de seda se deslizaron desde sus hombros hasta las pantorrillas. Además le había puesto pijama de seda. Para colmo, de color rosa. Rescatarla no requería que la vistiera con ropa apropiada para dormir. Todo un caballero, al que, por lo visto, le gustaba que sus mujeres se vistieran de un color rosa bien cursi. Reprimió un queja un tanto divertida, y se retorció entre el abundante lujo para sentarse en el borde de la cama.

—Te dije que nada de doctores.

—Y yo te dije que sería reservado. No tienes nada de qué preocuparte, linda.

Tenía varias y buenas razones para contradecir esa afirmación, pero al abrir la boca para hacerlo, se dio cuenta de que notaba mejor el muslo. El hombro también, e hizo rotar el brazo tentativamente. Cuando se sintió razonablemente segura de que estaba agradecida, levantó la vista hacia él.

Ese día iba vestido nuevamente de un modo bastante informal, llevaba una vez más un jean, una camiseta negra y una camisa blanca abierta encima, y zapatillas deportivas de marca.

—No pareces un multimillonario —comentó, fingiendo que no le molestaba que durante ocho horas hubiera sido completamente vulnerable. ¡Maldita sea! Desmayarse no había formado parte del plan, y necesitaba calmarse.

—¿No? ¿Qué parezco?

Arte Para Los Problemas(LALITER) Where stories live. Discover now