Capitulo 23

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—Y eso qué importa —gruñó otra voz a su espalda. Cuando ella se dio velozmente la vuelta, asustada, Gastón la agarró del codo—. ¿Qué estaba haciendo aquí?

—Suélteme —espetó.

—Gastón...

—Que quieras mentirle a la policía es una cosa, Peter. Pero ella estaba aquí abajo, sola, metida hasta los codos dentro de la parrilla. Yo la vi. Ambos la vimos. Y quiero saber qué se traía entre manos.
Lali Tomó aire para serenarse. Buenas preguntas, pero no estaba de humor. No con el abogado.

—Voy a pedirle una vez más que me suelte —susurró, quedándose inmóvil bajo su fuerte presa.

—Y yo voy a preguntárselo una vez más, ¿qué estaba...?
Empujando hacia él, Lali se agachó y golpeó con su pierna izquierda las corvas del abogado. Tan pronto como éste perdió el equilibrio, ella se movió bruscamente hacia atrás y empujó hacia arriba. El abogado salió despedido por encima de su hombro y cayó de cabeza a la piscina.

—¿Kárate? —preguntó Lanzani tan tranquilo, doblando los brazos y haciendo caso omiso de los gritos e insultos provenientes de la piscina. Los ojos grises del hombre danzaban rebosantes de diversión.
Ya lo había notado con anterioridad, pero este era un hombre increíblemente guapo.

—Tan sólo soy mala —respondió, y se dirigió escaleras arriba—. Voy a lavarme las manos. Y, por lo que he podido apreciar, su parrilla está en perfectas condiciones. No creo que nadie la hubiera registrado.

Él le había conseguido cierta libertad con el estúpido cuento de la seguridad privada, pero no la había absuelto. Por otra parte, a menos que Lanzani quisiera parecer un completo idiota y posiblemente ser acusado por interferir en una investigación policial, también se había atado sus propias manos.

Lali abrió la puerta del baño con el codo y metió sus manchadas manos en el lavatorio de mármol verde. Ahora estaban los dos hasta el cuello y ella iba a quedarse a comer una parrillada de carne. Después de todo, un trato seguía siendo un trato.

Cuando volvió a bajar a la piscina, la tarima estaba desierta. Un rastro de gotas de agua se extendía desde el extremo menos profundo de la piscina hasta el otro grupo de escalones, que conducían, recordó por los planos, a un pasillo lleno de suites a ambos lados de éste, no tan grandes o elegantes como la que ella ocupaba. Sí, Lanzani le gustaba. Con una leve sonrisa dio la vuelta a una de las sillas de hierro forjado, para no quedar de espaldas al refugio de Gastón, y tomó asiento.

Tomó una profunda bocanada de aire perfumado de jazmín. Por encima de su hombro, en medio del desparramado grupo de aves y el jardín de begonias, una rana comenzó a croar. ¡Qué bonito!
Un hombre joven de aspecto cubano dio la vuelta por un lateral de la casa hacia donde estaba ella.

—¿Desea algo de beber? —preguntó con un ligero acento.

—¿Té helado?

—¿Solo o afrutado?

—De frambuesa, Reinaldo —anunció la voz de Lanzani cuando éste salió de una de las puertas de la planta baja que daban a la zona de la piscina—. Para ambos. Y una cerveza para Gastón.

La tensión había desaparecido de su rostro, pero no podía decir que estuviera precisamente relajada. Para un observador casual probablemente parecía completamente relajada, pero un colega de juego como él podía apreciar una mínima señal de tensión en ella. Se preguntó si alguna vez se relajaba por completo.

—¿Sigue Harvard aún aquí?

—Gastón no se acobarda con facilidad. Se está cambiando. —E hizo otra llamada telefónica a Simón Arrechavaleta, para perfeccionar los detalles de la historia de Mariana ahora que conocía su apellido. Aquello le iba a costar unas entradas para River y una bonita suite junto a la cancha, pero, en de cualquier forma, nunca había tenido demasiado tiempo, o ganas, para asistir a los partidos.

—No pienso disculparme con él.
Él dejó la bandeja que llevaba en la parrilla.

—No debería haberla agarrado. ¿Cómo prefiere la carne?

—No muy cocida, en su punto.

Mientras él encendía la parrilla, Reinaldo regresó con sus bebidas. Juan Pedro no pudo evitar sonreír cuando Mariana cogió la cerveza y la desplazó al extremo más lejano de la mesa desde donde ella estaba. También notó que a su té helado se le permitió conservar el sitio, cerca del de ella. Aprovechándose de ese hecho, se aseguró de que los carbones estuvieran ardiendo y tomó asiento a su lado.

—¿Encontrará Castillo algún antecedente suyo? —preguntó, tomando un trago de su té de frambuesa.
Ella lo miró, obviamente sopesando si la respuesta le incumbía o no.

—No. En cualquier caso, nada que me pueda involucrar. Trabajo para museos y galerías. De modo legal.

—Bien. Eso facilitará las cosas.

—¿Qué cosas?

—Limpiar su nombre y descubrir qué ocurrió aquí. ¿De qué pensaba que estaba hablando?
Se golpeó los dedos de los pies contra la pata de la mesa.

—Me gustaría ver su cuarto de vigilancia.

Continuará...

Arte Para Los Problemas(LALITER) Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin