Capitulo 101

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—No puedo creer lo mucho que te deseo —dijo—. Te deseo constantemente.
La depositó sobre la mesa de conferencias y se fue de nuevo hasta la puerta para cerrarla con llave.

—Qué práctico es eso —señaló mientras Peter volvía a su lado, abriéndole los botones de la camisa de un tirón cuando se acercó—. ¿Eres pasajero habitual del club del "encamadas en el aire"?
Su boca se movió nerviosamente.

—Soy miembro —respondió—. ¿Cómo se puede tener un jet y no serlo? Pero en cuanto a encamadas frecuentes en el aire, no, últimamente no me he apuntado a ninguna. —Le separó las rodillas, arrastrándola hasta el borde de la mesa y poniéndose manos a la obra con el cierre de su pantalón—. Siempre digo que no hay mejor momento que ahora.

Lali levantó el brazo, y tiró de él con fuerza hasta ponerlo encima de ella mientras su mano se deslizaba entre el pantalón y su ropa interior. Ella jadeó, elevando las caderas. Jamás nadie la había hecho sentir así, como si flotara, con sólo mirarla. Cuando él la tocaba, el tiempo se detenía. ¿Cómo iba a renunciar a aquello, a él?

Peter se inclinó sobre ella para quitarle la blusa, desabrocharle el sostén y dedicarle una atención especial a sus pezones con lengua y dientes. Ella gimió, y acto seguido le desabrochó el jean y se lo bajó con manos torpes. Juan Pedro se lo quitó de una patada y le fue bajando lentamente el de ella, aprovechando para besar cada centímetro de piel que quedaba al descubierto hasta que Lali empezó a jadear descontroladamente.

—Ahora, Peter, hazlo ya —le exigió, prácticamente incorporándose para agarrarlo de los hombros.

Él gimió mientras tiraba de ella, y se hundía profundamente en su interior; aquel sonido bastó para que Lali alcanzara el climax. Peter empujó dentro de ella, fuerte y rápidamente, hasta que ella le rodeó las caderas con las piernas y se incorporó, deslizando los brazos alrededor de su cuello.
Todavía en su interior, Peter la levantó en sus brazos y ambos cayeron sobre el sillón más próximo.

—Dios, cómo me gusta sentirte —dijo entre jadeos, recorriendo su oreja con la lengua. Se apartó de ella—. Date la vuelta.

Ella así lo hizo, dejando escapar una carcajada ahogada, y entró nuevamente en ella con un lento envite. Peter alargó las manos para acariciarle los pechos y ella se tensó y explotó de nuevo.

—Peter —gimió, sintiendo cada centímetro de él mientras éste continuaba su asalto.

Juan Pedro aceleró el ritmo y terminó en su interior al tiempo que dejaba escapar un gruñido. Se derrumbó para apoyar la cabeza en la de ella, su peso cálido y acogedor.

Se tratara de lujuria, amparo o de algún tipo de necesidad mutua, en aquel momento juntos eran... perfectos. Se acostaron unidos durante un largo rato, dormitando, hasta que Lali levantó finalmente la cabeza para mirarlo, luego aparentemente renunció y dejó que ésta se hundiera de nuevo en el sillón.

—Comida. Necesito comida —gruñó.

—Creo que el menú de hoy es pollo frito —dijo Peter, moviendo ambos cuerpos para colocarse debajo ella, su ágil cuerpo tendido sobre el suyo. Qué hermosa era. Y en aspectos que pensaba que ella no se daba ni cuenta. Con su mano libre retiró suavemente un mechón de pelo de su sien.

—Mmm, bien, pollo, qué rico. Tengo hambre —dijo mientras cerraba los ojos y apoyaba la cabeza sobre su torso.
Él rio entre dientes.

—Podría llamar a Micaela para avisarle que queremos comer ya.

—No puedo moverme. Estoy agotada.

—Sí, ya imaginaba que me iba a tocar a mí. —Gruñó de nuevo y se estiró hasta el extremo de la mesa para pulsar el botón del intercom.

—¿Micaela?

—¿Sí, señor Lanzani?

—¿Podrías prepararnos algo de comer?

—¿Le parece bien dentro de diez minutos, señor?

—Perfecto. Gracias.
Soltó el botón, y acarició con los dedos el brazo de Mariana. Incluso cuando se sentía... saciado, seguía deseando tocarla, abrazarla, mantenerla a salvo.

—¿Peter?

—¿Sí?

—Eres lo más. —Apretó su mano cuando éstas se encontraron.

—Abre los ojos —susurró, levantando la mirada a su relajado rostro.

Unas largas pestañas se agitaron y unos ojos color caramelo le devolvieron la mirada. Juan Pedro se estiró pausadamente y la besó, saboreando la blanda calidez de su boca contra la suya.

—Lo más de lo más —agregó, y sonrió de nuevo cuando él volvió a apartar la cara de la suya.

—Mariana, prométeme una cosa.

—¿El qué?

—Prométeme que no te irás sin decírmelo, y sin darme la oportunidad de hacerte cambiar de idea.
Ella se deslizó por su cuerpo.

—Lo prometo —dijo.

Juan Pedro quería ir directamente del aeropuerto a la casa de Ignacio en la ciudad. Pero era demasiado temprano para que el banquero estuviera en casa.

Además, eso significaría disponer de una limusina que los llevara. Que lo llevara otro a la clase de confrontación que preveía no sería lo bastante satisfactorio. En cualquier caso, su propia casa, justo al final de Cadogan Garden, quedaba a sólo unas cuadras de la de Pérez, así que se dispuso a planear su ataque y a mirar con cara de pocos amigos por la ventana a prueba de balas.

—¿Esto también es tuyo o es alquilado? —preguntó Mariana, a su lado.

—Es mío. Hice que Ernesto viniera a recogernos desde Devon en cuando supe a donde nos dirigíamos.

—Devon. Es tu otra casa, ¿no?

—Supongo que podría decirse que es mi verdadero hogar. Allí fue donde crecí.

—¿Cómo es?
Apartó los ojos de su vista panorámica de Londres para mirarla a ella.

—¿Intentas distraerme?
Ella se encogió de hombros.

—Pareces a punto de explotar.

—Y eso es malo porque... —insistió.

—Como dijo Khan es una ocasión, «la venganza es un plato que se sirve frío».
Juan Pedro no pudo evitar dedicarle una sonrisa.

—Creo que otro lo dijo antes.

—Lo sé. Pero de parte de Khan suena mejor . Incluso cita a Melville.

—¿Lo recuerdas todo?

—Las cosas que me interesan o que son importantes para mí, sí.

Arte Para Los Problemas(LALITER) Onde histórias criam vida. Descubra agora