Capitulo 6

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Martes, 6:15 a.m.


Gastón Dalmau colgó su celular.—En Mayer-Smith confirman que no enviaron a nadie a comprobar la seguridad. Pero quieren continuar su relación contigo.Peter, sentado a su lado en el asiento trasero del auto, dejó escapar el aliento. Había abrigado la esperanza de que la escurridiza señorita Rinaldi hubiera estado diciendo la verdad.


—¿Y Fernández? ¿Tenía familia?


—Padres y una hermana mayor, todos en provincia. Hay un asesor de Mayer-Smith allí con ellos.


—No me voy a meter —decidió—. Me ocuparé de que les hagan llegar mis condolencias y veré si necesitan alguna otra cosa.


—Señor, hay resguardos de la prensa, y la policía —dijo el chófer por encima del hombro, aminorando la velocidad del amplio vehículo negro.


—Pasa por en medio, Ben. No van a prohibirme la entrada a mi propia casa.


—Pensaba que te mantenías imperturbable frente al desastre.Peter apartó la mirada del abogado mientras las cámaras y los periodistas se precipitaban sobre el carro.


—Estoy siendo imperturbable. Quiero que se vayan, Gastón.


—¿Los periodistas o la policía?


—Ambos.


—Sí, bueno, me ocuparé de la prensa. Pero, asumiendo que esta madrugada alguien ha querido matarte, te sugiero que dejes que la policía haga su trabajo.


—No en la puerta de mi casa. No voy a cambiar mi estilo de vida. En mi trabajo, parecer y ser débil es lo mismo. No dejaré que la policía acordone mi casa como si fuera un ermitaño excéntrico al que le aterra dar un paso fuera de estos muros. Aparte de eso, me niego a vivir en un fuerte armado.


—Está bien. Haré lo que pueda. Pero, afróntalo, Peter... eres un objetivo valioso.


Atravesaron las rejas, que estaban custodiadas por un par de oficiales. Peter dejó a un lado su irritación por tener que recibir autorización para entrar en su propiedad y, en su lugar, mantuvo los ojos fijos en la casa mientras cruzaban el exuberante jardín y llegaban al camino curvo en la parte delantera. Muebles, cortinas y alfombras destrozadas yacían esparcidas al borde de los ladrillos, amontonados junto a figuritas y cuadros colocados de forma más cuidadosa. Los de la aseguradora ya estaban allí, haciendo un recuento, examinando objetos de arte y envolviendo las piezas más delicadas en mantas de fieltro y colocándolas en cajas para su almacenaje y protección... todo bajo la atenta vigilancia de más policías.


—Un par de ventanas reventadas —comentó Gastón, inclinándose al otro lado de Peter para dar un vistazo—, y tejas ennegrecidas. Aparte de eso, no tiene tan mala pinta desde fuera.Pero cuando otro oficial uniformado abrió la puerta del auto, se detuvieron en seco. Las articulaciones de Peter se habían agarrotado durante el viaje desde el hospital, e hizo una mueca de dolor al enderezarse.


—Deberías ver el interior —murmuró, mientras empezaba a subir los escalones de la entrada. Los bloques de granito seguían aún cubiertos con lonas, equipamiento y grupos del personal de emergencias que tomaban café en sus tazas de porcelana.


—¿Señor? ¿Señor Lanzani? —El oficial a su espalda lo alcanzó a paso enérgico—. Señor, el edificio no ha sido despejado todavía.


—A mí me parece bastante vacío —replicó Peter, observando los montones en que se apilaban sus pertenencias desparramadas por el jardín. Debía de haber sido desarmada toda la galería de la tercera planta.


—Quiero decir, despejado por el equipo de artificieros. Han terminado con el sótano y las dos primeras plantas, pero no con la tercera y el ático.


—Entonces, haga que me notifiquen si alguna cosa tiene aspecto de ir a estallar.


—Peter —le advirtió Dalmau—, están de nuestra parte.


Juan Pedro frunció el ceño. Había adaptado la mansión para disponer de privacidad, un lugar para escapar de las cámaras y los periodistas que siempre parecían estar acosándolo. Y debía admitir que sin la presencia de la policía, los periodistas de los periódicos de pequeño formato posiblemente estarían saltando los muros en ese momento. Se dio la vuelta, y miró al oficial que aún los seguía de cerca.


—¿Cómo se llama?


—Alberto.


—Puede acompañarnos. Alberto. Siempre y cuando no se ponga en medio.


—¿Señor? Se supone que debo...


—Dentro o fuera, Alberto. —Entre el dolor de cabeza y la molestia en sus costillas, no estaba de humor para mostrarse diplomático.


—Lo que el señor Lanzani quiere decir —corrigió Gastón— es que pretende colaborar plenamente con la policía. Pero aún tiene varios asuntos de negocios que requieren su inmediata atención. Su presencia garantizará que no nos vayamos a ninguna parte o que no toquemos nada que pudiera comprometer la investigación.


—A los demás no va a gustarles —respondió el oficial.


—Tendremos cuidado.—Hum, bueno, de acuerdo. Supongo.Dante Cortés, el administrador de compras y bienes de Peter, bajó mientras subían las abarrotadas escaleras que llevaban al tercer piso.


—Tremendo desastre —dijo—. ¿Quién haría algo así? Las dos armaduras de 1190, el casco romano, la mitad de los tapices del siglo xvi...


—Puedo verlo por mí mismo —interrumpió Peter, deteniéndose en lo alto de las escaleras. «Desastre» no alcanzaba a describir el estado en que se encontraba el pasillo de la galería. «Apocalipsis» parecía una descripción más apropiada. Armaduras ennegrecidas y retorcidas estaban donde habían caído, guerreros perdidos en algún campo de batalla alfombrado y embaldosado en mármol. Un tapiz del renacimiento francés, una de las primeras piezas que había conseguido, colgaba de la pared convertido en harapos quemados. Lo poco que quedaba era apenas reconocible. La cólera lo invadió. Nadie le hacía esto y salía impune.


Continuará...


Arte Para Los Problemas(LALITER) Onde histórias criam vida. Descubra agora