Capitulo 87

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—¿Con cuántos dientes te quieres quedar? —le preguntó mientras se agarraba con fuerza a las duras losetas.

—Entra en la piscina —repitió, dando un rápido tirón.

Ella volvió a entrar, con la mano bien cerrada en un puño para golpearle en la mandíbula. Antes de que pudiera conectar, la atrajo contra su cuerpo y la besó.

La boca caliente de Peter sobre sus fríos labios resultaba sorprendentemente excitante, y ella cedió contra él durante un instante antes de apartarse de un empujón.

—No voy a besarte —espetó, retrocediendo nuevamente hacia el borde—. Estoy furiosa y me largo.

—Lo siento.
Ella lo miró, ceñuda.

—¡Me has arrojado a la piscina!

—Gracias a eso conseguí que pararas un poco, ¿no? —Retrocedió, manteniéndose a flote—. Me pareció que necesitábamos calmarnos un poco.

—Tarado.

—Sí, lo admito. —Se sacudió el pelo de los ojos—. Tenías razón. Me molesta lo que haces, pero si nos conocemos, es debido a eso. Lo siento.
Ella respiró hondo.

—Soy una ladrona, Peter. Me criaron para serlo y, francamente, me encanta el reto que supone. Fingir que tengo un trabajo de verdad no va a cambiar lo que hago. Esto —y señaló con su mano a ambos—, es absurdo.
Peter nadó hasta ella.

—¿Te gusta estar aquí? —preguntó, agarrándose del borde de la piscina junto a su cabeza. La expresión de sus ojos, con las pestañas llenas de gotas, era grave—. Dejando a un lado los explosivos, por supuesto.

—Claro que me gusta esto. Tienes una casa muy linda.

—¿Y te gusta estar conmigo? —Ahora su voz sonaba más suave. Una fría mano acunó su mejilla, y Lali se apoyó en ella sin pensar.

—No estás mal —dijo sin darle mucha importancia.

—Tampoco tú estás mal —respondió—. Quédate. Solucionaremos el resto después.

—Peter...
Él sacudió la cabeza.

—De todos modos, no puedes irte antes de que hayamos descifrado todo este lío del robo. No solucionarlo te volvería loca, y lo sabes.

Peter se inclinó de nuevo, y se detuvo cuando su boca se quedó a escasos centímetros de la de ella. Lali podía sentir la atracción entre ambos. Sus manos en su cuerpo, su peso sobre ella, la profunda satisfacción en sus ojos cuando se corría dentro de ella... se moría por él. Y eso la asustaba.

Tenía razón en lo que había dicho. No podía ser una ladrona y estar con él. No sabía cómo dejar de serlo, y no estaba preparada para renunciar a lo segundo. Estaba cada vez más entre la espada y la pared. Lali cerró los ojos. ¡Demonios! Podía posponer el tomar una decisión por hoy... durante una semana. Eso era justo. Podía hacerlo.

—¿Mariana?
Lentamente, sintiendo su aliento sobre su piel, puso fin a la distancia que los separaba y le besó.
Peter la estrechó entre sus brazos al tiempo que le mordisqueaba el labio inferior.

—Tomaré esto como un sí —murmuró, besándola de nuevo.
Sin embargo, cuando deslizó una mano por la parte trasera de su short, ella abrió súbitamente los ojos.

—Las cámaras.
Él frunció el ceño.

—Odio la vigilancia.

—Yo también —susurró, decidiendo que era justo presionarle un poco.

—Dejemos el tema —respondió, su ceño se hizo más marcado—. Me disculpo.

—También lanzaste mi maletín al lado más hondo —le acusó Mariana.

—Yo lo traigo. —Peter se dio la vuelta y empezó a nadar, zambulléndose para recuperar el pesado maletín. Durante un momento Lali se preguntó si sería capaz de sacarlo, pero se las arregló para ascender a la superficie de la pared del fondo—. Dios, cómo pesa —bufó.
Lali salió de la piscina, y se acercó para ayudarlo a sacar el maletín y, enseguida, ayudarlo a salir del agua.

—Te lo tienes merecido —dijo, desapasionadamente—, por tirarme a la piscina. El doctor Lasarte dijo que nada de bañarme durante diez días.

—Ah, y a él si le haces caso —dijo Peter, cogiendo su petate y su empapada mochila y cargándolas él mismo hasta su habitación.

—Me cae bien. —El maletín parecía pesar dos veces más que antes, cuando se lo puso al hombro—. Colega, ahora tendré que secar todo este material. Espero que no se haya malogrado nada.

Juan Pedro se preguntó si ella esperaba que dijera que reemplazaría todo lo que el agua hubiera estropeado. Lo haría... siempre y cuando los artículos fueran personales, y no sierras o navajas o lo que fuera que usara para entrar en las casas.

Había estado cerca. La lanza romana había sufrido las consecuencias, pero por suerte eran bastante comunes. Probablemente, debería haber dejado que se marchara; lo había puesto en el buen camino para seguir con la investigación y, en un sentido estricto, necesitaba su cooperación para pasarle la información a la policía. Salvo que no quería hacer partícipe a Castillo de todo por el momento; no hasta que tuviera pruebas suficientes que proporcionaran respuestas, al menos para sí mismo. Por eso, necesitaba a Mariana Espósito.

Pero aparte de todo eso, no quería que se fuera. Durante el último día más o menos, había sentido que estaba siendo ella misma —Lali Espósito, ingeniosa, divertida, asombrosamente inteligente y absolutamente voluble de humor y pensamiento— y que él estaba metido en algo que no podía controlar. Estaba acostumbrado a tenerlo todo bajo control, a saber qué esperar de la gente. Ella lo volvía loco... y le encantaba y odiaba esa sensación en partes iguales.

Arte Para Los Problemas(LALITER) Where stories live. Discover now