Capitulo 44

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—«Cállate la bo...»

—Y me asesora en temas de seguridad —continuó con naturalidad—. ¿Algo más?

—No estaría mal una dirección.

—Si está tratando de incitarme para que le amenace, está a punto de conseguirlo. Necesitaré su carné de prensa. Ahora.

El amable Juan Pedro Lanzani había desaparecido, sustituido por el autoritario hombre de negocios sobre el que había oído hablar y del que había leído en Internet. Lali no se sorprendió lo más mínimo cuando el reportero bajó la cámara y buscó en su bolsillo su carné, y se entregó sin más comentario.

—Gracias, señor... Madeira —prosiguió Lanzani—. Espero que publique esta información de un modo fidedigno y respetuoso. Buenas noches.

—Buenas... noches.
Tan pronto el reportero se dio media vuelta, Lali le hincó el codo en las costillas a Peter. Él se dobló con un gruñido.

—Jamás vuelvas a hacer eso —siseó, retirando su silla y poniéndose en pie.
La agarró del brazo mientras se retorcía y tiró de ella para que se sentara de nuevo.

—Déjame las presentaciones a mí —farfulló en respuesta, negándose a soltarla aun cuando ella volvió a empujarlo.

—¿A qué juegas?

—Quería que tu participación en nuestra investigación siguiera siendo discreta —contestó, apretando el brazo libre contra su tórax—. Quienquiera que le  pagara a Recca para que colocara ese explosivo podría saber únicamente que el ladrón que escapó era mujer. Yo suelo salir con mujeres de vez en cuando, Lali, y no utilizo seguridad personal. Ahora tú te distingues como experta en seguridad y en arte.

Ella cerró la boca de golpe. ¡Demonios! Lanzani la soltó, y ella se quedó sentada donde estaba, tratando de normalizar su respiración y buscando palabras que apenas —jamás— empleaba.

—Lo siento —dijo—. Lo arruiné.

—Son cosas que pasan —respondió con un gruñido—. Ahora tendremos que tener más cuidado contigo, eso es todo.

—No te pegué tan fuerte. —Lali alargó el brazo y le tocó el tórax—. ¿Estás bien?

—Me lastimé algunas costillas la otra noche cuando una joven muy amable me tumbó y salvó la vida.

—Ay, Dios. Lo siento de verdad, Peter. Yo sólo...

—No te gustó que hablara de algo que involucra tu vida privada, lo entiendo. El beso y todo eso de los recién casados era sólo una pantalla.

El hecho de que estuviera equivocado no la hacía sentirse mejor. No era propio de ella reaccionar de un modo tan violento a un pequeño altercado; en cuestión, ella vivía de altercados.

—Nicolás tenía razón —farfulló, terminando su copa de champagne—. Me estoy volviendo loca.

Peter hizo que se sentara con él durante el postre, y teniendo en cuenta que era chocolate y que estaba delicioso, Lali no puso demasiadas objeciones. Sin embargo, mientras volvían al auto ella le puso la mano en el brazo. Si había alguien que pretendía acabar con ella, no deseaba que su equipo estuviera desaprovechado a varios kilómetros de ella.

—De acuerdo —aventuró—, dado que hasta el momento todo parece marchar bien en esta asociación, ¿sigue en pie la oferta de dejar mi auto en el garaje de Harvard?

—Por supuesto. —Si estaba sorprendido, se lo guardó para sí, ocultándole la mitad del rostro mientras pulsaba la llave y abría el Mercedes—. ¿Adónde?
Ella le dio la dirección y quince minutos más tarde frenaron junto a su insulso Honda azul.

Arte Para Los Problemas(LALITER) Where stories live. Discover now