Capitulo 2

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—¡Quieto!


Lali se quedó inmóvil, agachada detrás del cable. «Mierda.» El vigilante llegaba pronto. A nueve metros por delante de ella, en el extremo de la puerta, una sombra salió de entre dos relucientes armaduras de plata.


—¡No mueva ni un músculo!


—Ni se me ocurriría —dijo con calma. Él tenía que estar allí; ella no. Y empuñaba una gran pistola entre sus temblorosas manos—. No estoy armada —prosiguió con la misma voz serena, sin quitar la vista de encima a la temblorosa arma y animándolo en silencio a que no se dejara llevar por el pánico.


—¿Y qué es eso que llevas al hombro? —contestó, acercándose lentamente. Una gota de sudor resbaló por su frente.


«Mantén la calma; haz que se tranquilice.» Sabía cómo encargarse de aquello... lo había hecho antes.—Es una pistola de pintura.


—Déjala en el suelo. Y la mochila que llevas en el otro hombro, también.


Al menos no había comenzado aún a disparar compulsivamente contra ella. Joven, pero con algo de entrenamiento, a Dios gracias. Detestaba a los aficionados. Lali dejó sus cosas en el suelo, colocándolas sobre la elegante y angosta alfombra persa.


—No tienes de qué preocuparte. Estamos en el mismo equipo.


—Nada de eso. —Soltando su mano izquierda de la culata de la pistola, se la llevó al hombro—. ¿Iván? Tengo un intruso. Tercer piso, en la galería.


—¡¿Es broma?! —se escuchó por la radio.


—No bromeo. Avisa a la policía.


Tomándose un segundo para sentirse agradecida de que el propietario apreciara su privacidad lo suficiente como para tener cámaras fuera del edificio principal, Lali dejó escapar un sufrido y sonoro suspiro.


—Esto no es necesario. Me contrató tu jefe para poner a prueba la seguridad.


—Como si no me conociera ese cuento ya —contestó él con un sarcasmo devastador aun en la fría oscuridad—. Nadie me ha avisado, así que puedes contárselo a la policía. Levántate.


Se enderezó lentamente, manteniendo las manos bien alejadas de los costados mientras se le disparaba la adrenalina un poco más. Por si acaso, retrocedió un paso largo, lejos del alambre.


—Si lo supieras, no sería una prueba. Por favor, podría haberme llevado el Picasso de abajo, o el Matisse de la salita, o cualquier cosa que hubiera querido. Se suponía que debía poner a prueba la seguridad central. Enciende las luces y te mostraré mi DNI.


Las luces se encendieron, con la rapidez e intensidad suficiente para hacer que se sobresaltase. «¿Qué demonios?» Esa casa no disponía de un control remoto de voz... y el vigilante también parecía asustado, su pistola se movía de un modo alarmante.


—Tranquilo —le instó suavemente.


Dobló un poco las rodillas, preparándose para salir corriendo.Sin embargo, el hombre tenía su mirada parpadeante clavada por encima de su hombro en dirección a las escaleras.


—Señor Lanzani. He encontrado...


—Eso veo.


Lali luchó contra la oleada de enojo y la curiosidad por ver al ricachón que en raras ocasiones aparecía en las fotos. Si lograba salir de allí, lo cual comenzaba a parecerle incierto, iba a matar a Nicolás. «No hay nadie en la residencia. Y un cuerno.»


—Juan Pedro Lanzani, supongo —susurró Lali sobre su hombro, relajando de nuevo su posición.


—Creí que te había contratado él —dijo el vigilante, con más confianza y seguridad bajo las luces.


—Él no —repuso, decidiendo seguir con el juego—. La compañía de seguridad. Mayer-Smith. Tu jefe.


—Es poco probable —murmuró una voz grave muy cerca de su espalda, lo suficientemente alto para que ella lo escuchara. Se movía con bastante sigilo para ser un tipo rico—. No va armado, Fernández —continuó Lanzani con un tono de voz más normal y culto, y un ligero dejo británico—. Baja el arma antes de que alguien resulte herido y arreglaremos esto abajo.Fernández dudó, a continuación enfundó su pistola.


—Sí, señor.


—Ahora, ¿por qué no le echamos un vistazo, señorita...?


—Rinaldi —le informó.


—Qué interesante.


Lali no estaba escuchando. Observaba cómo Fernández guardaba el arma e iniciaba el paso, indudablemente satisfecho de poder exhibirse ante el jefe. Observó que ni siquiera bajó la mirada.—¡Detente! —ordenó Lali, el repentino pánico hizo que la orden sonara chillona y brusca.


—Que te pas...


—¡Dios! —Lali giró rápidamente, se desvió hacia las escaleras y embistió a la carrera contra Lanzani, sin distinguir más que una breve señal de pecho desnudo, unos sobresaltados ojos verdes y un despeinado pelo castaño, cuando lo tiró al suelo con ella. La galería estalló a sus espaldas con una explosión y un destello. El calor se coló sobre ella aun estando apretada contra Lanzani en el suelo. La casa tembló, el cristal se hizo añicos. Conteniendo el aliento, la galería rugió de una forma aún más escandalosa, y las luces se apagaron de nuevo.


Continuará...


Arte Para Los Problemas(LALITER) Where stories live. Discover now