Capitulo 16

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—Sé a qué se refería. Usted me llamó, así que, ¿qué sucede? —Levantó la mirada, dirigiéndola por encima del hombro de Juan Pedro—. Y manténgalo lejos de mí.

—Gastón, anda a mirar algo —le ordenó, sintiendo a su amigo pegarse a su espalda.

—Estoy mirando algo. Señorita Rinaldi, imagino.

—Gastón Dalmau, abogado en leyes. No me gustan los abogados.

—Y a mí no me gustan los asesinos ni los ladrones.

—Gastón, retrocede —exigió Juan Pedro, mientras miraba la cara y delicada porcelana que los rodeaba—. Yo le pedí que se reuniera aquí con nosotros.

—Claro, y...

—Sí, lo hizo —medió ella, su mirada volvió a él, como si hubiera evaluado y olvidado a Gastón—. Y vuelvo a preguntarle, ¿porqué?

—Cambié de parecer —dijo, rodeando la esquina del mostrador para acercarse a ella.
Por primera vez, ella pareció sorprendida.

—¿Por qué?

—¿Tengo que explicar mi razonamiento?

—Sí, creo que tiene que hacerlo.

La vendedora que atendía a Peter, sintiendo posiblemente su cambio de interés, se acercó de nuevo a él, y la señorita Rinaldi se alejó al siguiente mostrador junto con su propia vendedora. A regañadientes y deseando que la mujer fuera igual de fácil de obtener que una Meissen, Peter señaló el objeto más cercano una jarrita para servir leche sobre un pequeño pedestal.

—Por supuesto, señor Lanzani.

—Creí que la cabra y la pastora eran más de su gusto.
Juan Pedro fingió ignorar el comentario en voz baja de la señorita Rinaldi.

—Gastón, encárgate de eso.

—Nada de e...

—No voy a ir a ninguna parte. Y te contaré todo lo que hablemos —mintió—. Dame cinco minutos para hablar con ella, ¿quieres?

—Después de mirarla —murmuró Dalmau—, ya veo por qué estás interesado, pero asegúrate de que estás pensando con la parte correcta de tu cuerpo.

—No eres mi papá. —Peter se acercó lentamente a ella mientras ésta pasaba el dedo por una de las piezas más recientes—. Anoche planteó algo muy interesante —dijo en voz baja, preguntándose si ella había logrado meter alguna de las figuritas más pequeñas en su bolso Gucci. «Desear, adquirir, poseer.» No eran tan diferentes, y la idea lo hizo pensar. Acarició el brazo de ella con el dorso de la mano—. Acerca de que no fue quien trató de hacerme volar por los aires —prosiguió en voz queda—, y acerca de que su punto de vista es probablemente más útil que el de un detective.
Pareció que ella tuvo que pensar en aquello durante un momento.

—Así que se asegurará de que no me acusen de asesinato.

—Haré todo lo que pueda.

—¿Y hará las llamadas de teléfono y cualquier otra cosa permanente para sacarme de este lio?

—Lo que sea necesario —convino.

—Y no me entregará por robo.

—En realidad no me robó nada. —Examinó su rostro mientras ella movía nerviosamente los labios—. ¿No?

—No si no lo ha notado.

Otra vez su macabro sentido del humor, aunque no le divirtiera particularmente. Estaban pidiendo mucho el uno del otro y dado que ella había asistido a su cita, Peter imaginaba que era él quien debía dar el siguiente paso.

—Tiene que confiar en mí —propuso—, y yo necesito poder confiar en usted. Cuando esto acabe, no quiero que nada más desaparezca de mi casa. ¿Queda claro, señorita Rinaldi?

Por primera vez esa tarde, ella lo miró a la cara, sus ojos le indicaron cuánto le había costado ya esta visita al tiempo que lo evaluaba tanto a él como sus palabras.

—Mariana —dijo casi en un susurro—. Lali. Le diré mi apellido cuando decida que puedo confiar en usted.
Peter le tendió la mano.

—Encantado de conocerla, Mariana.

Tomó aire con fuerza, alargó el brazo y le estrechó la mano. El contacto hizo que cierto calor se extendiera por toda su columna. Fuera lo que fuese esta asociación, no era sencilla.

Continuará...

Arte Para Los Problemas(LALITER) Where stories live. Discover now