Capitulo 17

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Viernes, 4:33 p.m.

—No pienso subir a ese auto con usted. —Mientras estaban parados en la puerta de la tienda, Mariana se dio cuenta de lo equivocada que había estado al pensar que Lanzani le resultaría menos atractivo a la luz del día y con testigos.

—Es una limusina —corrigió Lanzani—, y no pretendo secuestrarla.

—Preferiría encontrarme con usted en su casa, cuando anochezca. —Aquello tenía más sentido para ella. Entraría y saldría a su modo, y tendría un poco de control sobre cuánto se involucraba en esto—. Ya conozco el camino.

—No va a entrometerse en mi casa otra vez. Y no la imagino pasando por delante de la policía en la reja de entrada.

—Me encantaría verlo —contestó Dalmau.

Ella le sonrió con satisfacción, sin tener que fingir irritación mientras ellos seguían discutiendo en el Microcentro. Por marcado que fuera el instinto que le impulsaba a desear no estar al descubierto, no pensaba comprometer sus normas. Y, teniendo en cuenta que el calor masculino que emanaba Lanzani estaba haciendo que se le secara la boca, no cabía la menor duda de que necesitaba mantener un poco de distancia... y de perspectiva. Obviamente, ya no era la única cazadora involucrada.

—Todas mis posesiones terrenales están a unas dos cuadras de aquí. No voy a dejarlas ahí.
Lanzani comenzó a decir algo, pero luego cerró la boca de nuevo.

—¿Todas sus posesiones? —repitió un momento después, y ella sintió que lo había sorprendido. Posiblemente, la idea de que alguien fuera capaz de contar sus posesiones, mucho menos transportarlas en una bolsa, lo dejaba perplejo.

—Me temo que sí. —No era del todo cierto, ya que tenía un almacén alquilado a las afueras de la ciudad, alguno que otro refugio aquí y allá, y una considerable cuenta bancaria en Suiza, pero eso no era asunto suyo. Todo lo que necesitaba para subsistir día a día estaba en la maletera de su auto.

—Nos acercaremos a recogerlas.
Lali decididamente comenzaba a sentirse más la presa que el depredador, y eso no le gustaba para nada. Esta asociación había sido idea suya, no de él.

—Nada de eso —soltó—. Iré a su casa en mi propio auto u olvídese. No es necesario que me haga favores.

—Quiero hacerle favores —insistió Lanzani, su cálida voz estaba ligeramente teñida de irritación.

—La gente no lo contradice con frecuencia, ¿no? —preguntó.

—No, no lo hacen.

—Acostúmbrese—repuso, sin tener la menor intención de ceder la posición de mando. Era posible que pudiera seguir al mando más tarde, pero con Lanzani quería establecer algunas reglas.

—¿Por qué no se limita a cooperar y agradecer que no llamamos a la policía, señorita Rinaldi? —murmuró el abogado con los brazos cruzados. Recostado contra el lateral de la limusina, parecía un mafioso de pelo rubio.

—¿No tiene alguna ambulancia que perseguir? —replicó, contenta de no tener que poner en práctica ninguno de sus encantos con el abogado—. ¿O tiene que estar disponible para limpiarle el culo a Lanzani?

—Yo me limpio solo, gracias —interpuso Peter con suavidad—. Entre al auto.

—Yo...

—No pienso seguir discutiendo. En este momento está libre porque no he llamado a la policía. Recogeremos sus cosas y luego volveremos a mi casa e iremos al grano. Es todo lo flexible que estoy dispuesto a ser, linda.

Por un momento quiso preguntarle qué clase de asunto tenía en mente, pero, dadas las circunstancias, no le pareció prudente. Tenía razón en cuanto a tener ventaja. Aunque no había llamado a la policía, cuanto más tiempo estuvieran en Microcentro, más posibilidades había de que acabara esposada.

—De acuerdo.

—Entonces vámonos—dijo el abogado, su expresión se ensombreció cuando miró más allá de ellos—. A menos que quieras utilizar las noticias de las seis para invitar a Drácula o Hannibal a cenar.

Lali miró sobre su hombro, entornando los ojos contra el resplandor del sol. La imagen de una multitud de reporteros acercándose apresuradamente en su dirección la hizo gruñir. Sin molestarse en esperar a que alguien le abriera la puerta de la limusina, lo hizo ella misma y saltó adentro. «Nada de fotos. Jamás.» Una foto significaba que estas etiquetada, recordada y olvidada a conveniencia.

—Vamos —ordenó ella, deslizándose al centro del asiento, lejos de las ventanas.

—Y yo que creía que odiaba a la prensa —comentó Lanzani, sentándose a su lado.

Gastón ocupó el asiento contrario, y la limusina se internó velozmente con un ruido sordo entre el ligero tráfico. Lali no dejó salir el aire hasta que pasaron la última camioneta de prensa.

—¿Nos seguirán?

—Claro que sí. Imagino que ahora mismo tenemos por lo un séquito de camionetas siguiéndonos los pasos.
Ella frunció el ceño.

—Entonces, olvídese de mi carro. Después volveré por él.

—Mandaré a alguien a que lo recoja. ¿Con eso se sentirá más tranquila?

—Me sentiré mejor si soy la única que sabe dónde está.

—Está nerviosa, ¿no es así?

Continuará...

Arte Para Los Problemas(LALITER) Where stories live. Discover now