Capitulo 34

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—Eres un filántropo. Tal vez no puedas evitarlo.
Con una sonrisa forzada Peter apartó uno de los montones de documentos que Gastón le había llevado para que revisara.

—Mariana no es la única que posee autocontrol. Pero yo también haré lo que me de la gana.

—No te la agarres conmigo; yo sólo trabajo para ti.

—Lo sé, lo sé. Por teléfono dijiste que habías averiguado algo sobre su padre.

El problema no era Gastón, y ni siquiera lo era Mariana Espósito. A medida que iban conociéndose mejor, Juan Pedro quería excusar lo que ella hacía: Lali había tenido una infancia terrible; le daba los beneficios a los pobres; alguien la había chantajeado para que se pasara a la vida delictiva. Por otra parte, sentía que nada de eso era cierto. Era una ladrona porque le gustaba serlo. Y era muy buena en lo que hacía.

Fuera lo que fuese lo que su padre había hecho —y, a juzgar por la reacción de Castillo al escuchar su nombre, papá Espósito había sido un ladrón de indudable notoriedad— ella era una mujer inteligente. Si hubiera querido buscarse otra carrera distinta, podría y lo hubiera hecho.

—De acuerdo. Me debían unos favores en la oficina del fiscal y encontramos a un Carlos Espósito que cumplió cinco años de una condena de treinta en una prisión de máxima seguridad. —Gastón apartó algunos papeles más y los hojeó—. Supongo que era de máxima seguridad porque se escapó de todas las demás. Tres veces.

—¿Qué fue lo que hizo?

—Robar cosas. Muchas cosas. De todas partes, al parecer. Y hay cierto consenso en que se libró de mucho más de lo que se le encontró culpable. Florencia y Roma emitieron una orden de extradición conjunta en el 2002, que retiraron posteriormente.

—¿Por qué?

—Porque murió en la cárcel aquel año. De un ataque al corazón según el informe de la autopsia. —Gastón alzó la mirada hacia él—. ¿Recuerdas todo aquel fiasco del robo de la Mona Lisa hace un par de años?

—¿Fue él? ¡Dios! —Una espantosa idea le provocó escalofríos—. Fue él, ¿verdad? ¿No fue ella?

—Fue uno de los trabajos por los que lo condenaron. Además, ¿cuántos años tiene tu señorita Espósito? ¿Veinticuatro, veinticinco? Dudo que pudiera llevarlo a cabo a los dieciséis, Peter. Sospechan que tuvo un socio en algunos de sus trabajos, pero él jamás señaló a nadie. Pero si fue ella, no se trata de una simple carterista.

—Ya me doy cuenta.

—Peter, hablo en serio. Roban a personas muy ricas y poderosas. Y la mayoría de lo que roban nunca vuelve a ser visto. ¡Las Joyas de la Corona, Monet originales, el diario de a bordo del Mayflower!

Juan Pedro se recostó, y giró la vista hacia la ventana. Ella estaba ahí fuera, sentada en un banco de cara al estanque y lanzando lo que parecían migajas de pan a los peces que ahí habitaban y a los patos que pasaban por ahí. Le había dicho que la admiraba, y así era; no por su carrera, sino por el carácter que mostraba y su evidente destreza.

—Así que lo único que voy a decir es que cuando esto termine y la hayas librado por haber entrado aquí, no va a convertirse en una maestra de escuela.

—Termínala, Gastón.

—La próxima vez que se lleve algo, será porque le mentiste a la policía y la dejaste en...

—Termínala. Ya. —inhaló profunda y pausadamente—. Todo a su tiempo.

—Bueno, aquí tengo otra cosa para ti. —Gas le acerco la sección de sucesos y moda de Hola—. Página tres.

Ya sabía a lo que estaba dedicada la página tres. Era la página de sociedad, en la que figuraban fotos de los más ricos y famosos que se encontraban en Buenos Aires y de con quién salía o de lo que estaban haciendo. Parecía que justo después de su divorcio todos y cada uno de los periodista lo publicaban con una mujer diferente cada día, tanto si en verdad la conocía como si no se trataba más que de un cruce casual en la calle. Una vez que Gastón interpuso una docena de demandas se habían vuelto un poco más precavidos, pero en el año y medio posterior, él se había vuelto un poco menos precavido. Él divorcio no lo había convertido en un monje, por el amor de Dios.

La foto era bastante buena, considerando la distancia a la que se había encontrado el fotógrafo de la limusina. Dalmau estaba apoyado contra el coche mientras que él estaba de pie con una ligera sonrisa, hablando con una «mujer misteriosa» que, por fortuna, estaba parcialmente de espaldas a la cámara.

—No le cuentes nada de esto.

—No voy a decirle nada. Eso es tarea tuya.
Cerró la revista tras darle un último vistazo y se la devolvió a Gastón.
De acuerdo. Enséñame el informe del seguro.

Habían pasado de la compensación por las pérdidas estimadas a revisar el coste de la reparación de los daños de las paredes y el suelo de la galería cuando Dante llamó a la puerta.

—Peter, Gastón —dijo, inclinándose parcialmente mientras se sentaba a la mesa—. He elaborado un nuevo inventa...

—¿Ha desaparecido algo más a parte de la tablilla? —lo interrumpió Juan Pedro. Si habían desaparecido más objetos, su asociación con Mariana iba a verse alterada. Había comenzado a confiar en ella... o, al menos, en su opinión acerca del robo. Si le había mentido...

Arte Para Los Problemas(LALITER) Where stories live. Discover now