Capitulo 56

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—Señorita Espósito.

Mariana se dio media vuelta, sobresaltada. El creído asesor de adquisiciones se acercó a ella, llevaba el pelo perfectamente peinado.

—¿Cortés?

—Sí. Sólo quería darle la bienvenida a la compañía.
Ella frunció el ceño.

—Perdón, ¿cómo dice?

—He visto el periódico de esta mañana. Peter la ha contratado para llevar la seguridad de su colección de arte.

—Ah, eso. Sí, únicamente hasta que solucionemos todo este lío.

—Hice algunas llamadas. Trabaja para Norton. Es usted una experta en arte y antigüedades.
Él hombre hacía que aquello casi sonara a acusación, de modo que ella sonrió. «Es hora de ser encantadora.»

—No intento quitarle su trabajo ni nada por el estilo. Estoy aquí como encargada de la seguridad, y eso es todo. Y solamente de modo temporal.
Cortés sonrió alegremente, aunque Lali no pudo evitar darse cuenta de que la expresión no alcanzó sus oscuros ojos.

—Por supuesto. De todos modos, no tiene importancia.

—¿Y eso, por qué?
Su sonrisa se hizo más amplia.

—No es la primera empleada que intenta acostarse con el jefe, señorita Espósito. Ninguna de ellas sigue trabajando aquí.
Lali entrecerró los ojos.

—Creo que eso es más de mi incumbencia que de la suya.
Él asintió.

—Sí. Entienda que debemos mirar por nuestros intereses.

—Eso lo entiendo.

—Entonces, que tenga un buen día. —Hizo una reverencia y se giró sobre sus talones.

Mariana se sacó de encima la leve sensación de repugnancia que el hombre bajito había dejado a su paso. En cualquier caso, probablemente el tipo no se encontraba en su mejor momento. Un asesor de adquisiciones que permitía que fueran robados objetos de arte no podía sentirse muy seguro de la continuidad de su propio trabajo.

Por otra parte, por lo que Lali sabía, aquélla era la primera vez que había desaparecido algo de la mansión... un historial muy bueno, teniendo en cuenta la calidad del material que Peter coleccionaba. Y Cortés llevaba más de diez años trabajando para Peter. Lo que al italiano le ocurriera no era asunto suyo, aunque si hubiera sido ella quien se llevara la tablilla, suponía que sería culpa suya si lo despedían. ¡Qué cosa tan rara!

Su habitación y la de Peter estaban en alas opuestas de la casa, y Lali estaba sin aliento después de cargar con su mochila, el petate y su equipo por lo que le parecieron mil pasillos y corredores. ¡Qué horror! Iba a tener que ponerse las pilas con el gimnasio; aunque si Peter y ella continuaban haciendo ejercicio como la noche pasada, bastaría para cumplir con su entrenamiento diario.

Sonrió mientras abría la puerta de la suite con el hombro y arrastraba el petate adentro. Si continuaban igual que la noche anterior, moriría en una semana. Pero increíble modo de palmarla.

La mochila tendría que seguir hecha hasta que Peter llegara, pues seguía decidida a no tocar la tablilla si él no estaba. Pero tenía más ropa interior limpia y otras prendas en el petate y, por muy bonitas que fueran las cosas que le daba Peter, se sentía más... independiente llevando las suyas.

Agarró nuevamente el pesado petate y lo arrastró hasta el dormitorio. En la entrada algo presionó contra su muslo y retrocedió instintivamente un par de centímetros.

Era demasiado tarde. La anilla de seguridad sujeta al extremo de un cable se desprendió, emitiendo un pequeño clic, de la granada sujeta con cinta adhesiva a la pared de la habitación. Jadeando, la agarró de golpe, aferrando el resorte contra la granada en el preciso instante en que éste comenzaba a saltar.

El movimiento la hizo perder el equilibrio, pero se las ingenió para seguir apretando el resorte con los dedos mientras se estampaba contra el marco de la puerta y caía al suelo.

—Ay, Dios mío —dijo con voz áspera, sin ni siquiera atreverse a respirar. En el otro lado de la puerta se balanceó otra granada, cuya anilla pendía por los pelos. Su pierna, enredado en el cable, se movió bruscamente, y la anilla se deslizó otro milímetro—. ¡Peter!

Juan Pedro iba silbando mientras se dirigía a la habitación de Mariana. Llevaba un recipiente de fresas con azúcar en la mano, no podía creer que estuviera de tan buen humor teniendo a una ladrona y a un asesino en potencia sueltos en su propiedad. Pero no había situación que pudiera sofocar la idea de que la noche pasada había disfrutado de lo que posiblemente era el mejor sexo de su vida. Y contra viento y marea, iba a repetirlo antes de que pasara una hora.

—¡Peter!
El miedo que denotaba el grito hizo que se le helara la sangre. Dejó caer las fresas y corrió lo más rápido que pudo hacia la habitación de Lali. La puerta estaba entreabierta y se abalanzó sobre ella.

—¿Mariana?

—¡Aquí!
Vio sus piernas al otro lado de la puerta del dormitorio, una de ellas formando un extraño ángulo.

—¿Qué ha pasado? —ladró, lanzándose hacia delante.

—¡Detente! ¡Es una granada!

Arte Para Los Problemas(LALITER) Where stories live. Discover now