Capitulo 70

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Esa nueva vida eran tan extraña... tan tentadora. Retomó la tarea, y sacó otro vestido veraniego del closet y cerró la puerta del cuarto para poder probárselo sin comentarios por parte de Peter. Tenía que dejar de distraerse con los indulgentes placeres de esa vida. En su trabajo, la indulgencia equivalía a encarcelación... o a la muerte. Trabajo. Estaba trabajando, tratando de descubrir lo que sucedía.

Y aunque pudiera albergar alguna leve duda o dos sobre la implicación de Gastón, no tenía ninguna con respecto a la de Dante Cortés. Cuando la policía se llevó al asesor, hicieron lo mismo con unas cajas de expedientes de su despacho. Para ser un hombre tan remilgado, su lugar de trabajo estaba desordenado, aunque ella no tenía nada que objetar a eso.

Por el contrario, tenía intención de hacer una visita a una hora más tardía aquella misma noche para ver qué podría quedar. Si eso fallaba, averiguar dónde vivía Cortés sería pan comido. Dado que Peter la había retirado del seguimiento de las otras dos tablillas, necesitaba encargarse de algo. Sentarse de brazos cruzados la volvía loca, y no pensaba olvidar que alguien deseaba ver muerta. Todo lo contrario a Lanzani, que simplemente la deseaba.

—Está bien, ¿qué te parece éste? —preguntó, conteniendo con firmeza los nervios. Encajaría esa noche, porque eso era lo que hacía. De no ser por la irritante habilidad de Lanzani para descifrar con exactitud lo que pensaba o sentía, contaría aquella velada como un trabajo fácil. De acuerdo, bastante fácil.

—Escogiste el verde —dijo, parándose de nuevo.

—Tiene manga corta y la espalda cubierta —explicó pacientemente—. Si crees que me parezco al monstruo que se devoró Tokio, me cambiaré otra vez.

—No te pareces a Godzilla —respondió, su cálida sonrisa iluminó su delgado y hermoso rostro—. Estás hermosa.
Lali soltó el aire.

—Bien. Ahora me falta peinarme y maquillarme.

—No necesitas nada de eso.

—Buena respuesta, pero no te pido que me halagues. Quiero estar... decente. Como la gente normal. En cualquier caso, supongo que la señora Dalmau es normal. Sé que Harvard no lo es.

—Has visto el lado malo de Gastón, porque piensa que la gente suele intentar aprovecharse de mí. En realidad es bastante normal... aunque mi experiencia en ese campo es bastante limitada.

—La mía también. —La gran batalla contra los Godzillas se estaba poniendo bastante interesante, así que se sentó junto a Peter en el sillón. El maquillaje podía esperar hasta que Tokio fuera salvada—. ¿Puedo hacer una hipótesis? —preguntó un momento después, mirándole de reojo.
Él seguía mirándola fijamente.

—Por supuesto.

—Nadie se aprovecha de ti, ¿no? Nunca.

—No.

—Pero tu amigo Martín Valente lo hizo.
Peter apretó la mandíbula.

—Siempre hay una excepción que confirma la regla, supongo.

—¿Sólo una? —respondió.

—Estás hablando de Dante, ¿no?
Lali se refería a Dalmau, pero asintió de igual modo.

—Confiabas en él.

—Sí, pero no es lo mismo. Lo conocía desde hacía tiempo, pero no estaba en la misma categoría que Martín. Y debido a él, hoy en día elijo a mis amigos con cuidado, Lali. Me han defraudado una vez. No volverá a suceder.
Ella le miró a los ojos.

—¿Y en qué categoría estoy yo?
Sus ojos verdes acariciaron los de Lali.

—Me temo que tú estás en una nueva categoría. —Deslizó lentamente la mano por su muslo—. Una muy interesante.
El calor se originó en el punto de contacto y ascendió por su pierna.

—Bueno, otra pregunta.

—Estás haciendo que me pierda la película.
Ella hizo caso omiso de su protesta; resultaba evidente que Peter no sentía un aprecio genuino por las películas con histriónicos monstruos.

—Llevas media hora sentado conmigo en este sillón y estás siendo todo un caballero.

—Ah. ¿Te refieres a qué no estamos desnudos y haciendo el amor apasionadamente?
«¡Ay, madre!»

—Sí, algo así.

—Porque dentro de una hora tenemos que estar en otro sitio y no quiero apurarme en este preciso momento.

—Esta tarde lo hiciste.

—Fue antes de que supiera lo de Cruz. Ahora estoy... preocupado por tu permanente seguridad, y esta noche pretendo tomarme mi tiempo contigo más tarde y saborear cada centímetro de tu cuerpo.
Ella se estremeció. Dios, hacía que se sintiera tan... débil.

—No durará, lo sabes —dijo, intentando poner cierta distancia mental entre ambos.
Un ceño frunció su frente.

—¿El qué no durará?

—Esto. —Señaló entre los dos—. Tú y yo. Afróntalo, somos una novedad el uno para el otro. Pero casi hemos solucionado todo esto. Una vez que sepamos quién tiene la tablilla en su poder, se acabó la historia. Yo no tengo motivos para quedarme y sin duda tú tienes mejores cosas que hacer que estar conmigo.
El se paró con un movimiento conciso y sobrio teñido de ira.

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