Capitulo 3

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Martes, 2:46 a.m.

Juan Pedro Lanzani volvió en sí mientras un enfermero le abría el párpado y apuntaba una luz sobre su ojo izquierdo.

—Aléjese de mí —gruñó, empujándolo mientras trataba de incorporarse.


—Recuéstese, señor Lanzani. Puede tener heridas intern...


—Maldición —dijo con voz áspera, echándose de nuevo cuando el dolor le atravesó la parte posterior de la cabeza. Además de eso, parecía que le hubieran golpeado las costillas con un bate de béisbol. Trató de inhalar, tosiendo bruscamente debido tanto al dolor, como al olor del humo. Recordó todo de repente... la explosión, el vigilante. La chica.


—¿Dónde está la chica?


—No se preocupe, señor —dijo otra voz, y un segundo enfermero apareció borrosamente en su campo de visión—. Nos hemos puesto en contacto con su médico para que se reúna con usted en el hospital.


—No, ¿dónde está la mujer? —No necesitó preguntar por Fernández. Había sentido el calor de las llamas, los escombros ardientes impactando contra su cara.


—No estamos seguros de nada. Están todos aquí; los artificieros; los de Homicidios; la policía, pero tienen que esperar a que concluya su trabajo el cuerpo de bomberos. ¿Vio el artefacto?Peter tosió nuevamente, haciendo una mueca de dolor.


—No he visto nada.


—¿Está seguro de eso? —preguntó una tercera voz, y ajustó de nuevo la vista.Ropa sencilla, con una corbata barata pero elegante. Homicidios, a juzgar por lo que había dicho el enfermero.


—¿Y usted es? —preguntó de todos modos.


—Castillo. Homicidios —declaró el detective—. El vigilante de abajo dio el aviso sobre una explosión y un intruso. ¿Imagino que es la mujer de la que habla?Él asintió.


—Supongo.


—Bueno, no cabe duda de que ella lo quería muerto. Tanto como para llevarse por delante a su guardia de seguridad y a sí misma junto con usted. Tuvo suerte de lograr bajar las escaleras. ¿Puede describirla?


Por primera vez, Juan Pedro miró a su alrededor. Estaba en el segundo piso, nada más bajar el descanso, y seguía palpitándole la parte posterior de la cabeza donde se había golpeado contra el suelo. El equipo de bomberos no lo había arrastrado escaleras abajo, o Castillo no hubiera hecho el comentario sobre su suerte. Y, por supuesto, no había sido él.


—Dijo que se apellidaba Rinaldi —respondió pausadamente, incorporándose otra vez—. Delgada, baja, vestida de negro, estaba de espaldas a mí, y llevaba un gorro. Me temo que no vi mucho más. Ojos pardos —añadió, recordando el fugaz vistazo a su rostro en el momento en que ella se lanzó contra su cuerpo. Cuando le había salvado la vida.


—No es mucho, pero buscaremos en los hospitales locales. Aun si hubiera llevado puesta una armadura, dudo que lograra salir de aquí sin un solo rasguño. —El detective se pasó un dedo por el bigote canoso—. Lo llevaremos al hospital y le daré el alcanzase allá.«Genial.» La prensa iba a ser feliz con eso. Sacudió la cabeza con cautela.


—No voy a ir.


—Sí irá, señor Lanzani. Si se muere, a mí me despiden.


Dos horas más tarde, escuchando la cháchara de los medios de comunicación y el destello de los focos de las cámaras por el angosto y cavernoso pasillo de yeso blanco y barnizado, deseaba haberse quedado en su finca.


Naturalmente que la prensa se había enterado. Y solo ellos sabían en qué invento trataban de convertir su paso por el hospital. Le contó todo a su médico mientras cerraban con puntos una profunda herida de diez centímetros que le cruzaba el pecho.


—Lo estás llevando bien—dijo el doctor Lasarte, vendándole las costillas—. Traje un tranquilizante para elefantes. Qué pena que no haya tenido que usarlo.


—Tenlo a mano, por si acaso. Estoy que muerdo —dijo Peter secamente, tratando de respirar poco a poco y de no desplomarse de nuevo en la cama. El efecto del calmante que le habían puesto los paramédicos en la ambulancia comenzaba a desaparecer, pero como lo aturdía, se negaba a pedir que le administraran más. Alguien había intentado matarlo, y no tenía intención de quedarse dormido mientras otro averiguaba su identidad—. ¿Dónde está Gastón?


—Aquí estoy. —el abogado principal del estudio Dalmau, Rivas & Asociados entró en la habitación—. Peter, tienes un aspecto terrible.


—¿Quién es ella, Gastón? ¿Y dónde está mi ropa?


—Aún no sabemos. Toma, aquí tienes la ropa —Entrecerró los ojos—. Pero lo descubriremos. Dalo por hecho. —Dejó el maletín sobre una silla, sacó un jean, un polo negro y una camisa de manga larga.Peter arqueó una ceja.


—¿De la selección de ropa de calle de Gastón Dalmau, supongo?


—No me dejaban entrar en la casa para recoger tus cosas. Te quedará bien. —Frunció el ceño mientras Lasarte terminaba de vendarle las costillas a Juan Pedro, y después Gastón le entregó un par de zapatillas—. En todo caso, ¿qué haces aquí? ¿No se supone que debías estar en Punta del Este?


—Ignacio trató de convencerme de que me quedara otro día. Debería haberle hecho caso. —Peter hizo rotar su hombro, haciendo una mueca de nuevo cuando le tiraron los puntos—. Quiero a Mayer-Smith al teléfono.


—Son las cuatro de la mañana. Ya los despediré mañana en tu lugar.—No hasta que pueda hablar con ellos. —Y no hasta que se asegurara de que no habían enviado a un mujer muy lista, y afortunada, para poner a prueba su sistema de seguridad.

—La policía encontró una de las cámaras desviada hacia los árboles, unos espejos bloqueando los sensores de la puerta y un enorme agujero en una de las puertas del jardín. Por no hablar del guardia de seguridad, y de Peter Lanzani con el pelo chamuscado.

—No tengo el pelo chamuscado, pero gracias por las imágenes. Y no pienso quedarme sentado sin hacer nada. Quiero estar allí cuando la interroguen. —Claro, primero tendrían que encontrarla. Suponía que la policía lo haría, pero, por otra parte, tenía la sensación de que no sería fácil. Quienquiera que fuera, hacía que siguiera preguntándose acerca de la prueba del sistema de seguridad, y eso después de que el tercer piso de su casa hubiera volado por los aires.

—Olvídalo, Peter. Ella no es más que alguien que quería algo tuyo y no lo ha logrado. No es la primera que lo intenta. Y ya hay otras cinco personas junto al ascensor que quieren algunas cosas más.

—Creo que me salvó la vida.

Continuará...


Arte Para Los Problemas(LALITER) Where stories live. Discover now