Capitulo 41

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Sábado, 6:15 p.m.

Puede que la paciencia fuera una virtud, pero no era algo que Juan Pedro apreciara o en lo que tuviera experiencia. Quería respuestas. Mariana había subido el volumen de la radio del auto y Haydn resonaba suavemente mientras se dirigían en dirección norte. No había puesto ninguna objeción cuando abrió el techo, algo que Juan Pedro atribuyó más a su estado de distracción que a que se hubiera hartado de la charada de los turistas.
Sus dedos tamborileaban contra la manilla de la puerta.

—Si empiezo a contarte todo lo que estimo que necesitas saber —dijo en el relativo silencio—, no es sólo mi libertad y seguridad la que estará en tus manos, Peter.
«Peter.» Le había dado acceso, un poco.

—Estás aquí para ayudarme a resolver esto.

—Bueno, en realidad estoy aquí para que tú me ayudes a... Pero intento cumplir con mi parte del trato.

—¿Qué es lo que quieres, mi palabra de que no revelaré nada de lo que me cuentes? No puedo hacer eso, Mariana. En primer lugar, no me gusta la idea de que todo lo que he ganado y coleccionado esté a disposición de quien lo quiera. En según...

—No —lo interrumpió, sentándose derecha—. No voy contigo en este auto por un robo. Estoy aquí por una bomba. —Sus labios se movían nerviosamente al tiempo que sopesaba sus próximas palabras—. Haré un trato contigo. Utiliza cualquier información que quieras que tenga que ver con Maxi Recca. El resto de lo que le cuente o consigas descubrir, úsalo para proteger tus cosas, pero no puedes contarle nada de todo ello a la policía.

—Nada de tratos.

—Entonces detén el auto y déjame bajar.

—No.
Lali accionó el botón que bajaba la ventana.

—De acuerdo. Saltaré.

—No seas ridícula. —Lanzani subió de nuevo la ventana y bloqueó el control.
Con una mirada furibunda, se desabrochó el cinturón de seguridad y volvió a alargar el brazo para abrir la puerta.

—No puedo proponerte un trato mejor. Si no te gusta, nos separamos. Ahora mismo.

A Lali le ofendía la idea de matar a alguien para obtener un objeto; Peter lo había notado casi desde el primer momento en que se conocieron. Suponía que aquello sería garantía suficiente por ahora. El hecho de que quisiera sexo con ella también interfería en su decisión, naturalmente, así como el que le resultara tan difícil creer que sus coqueteos eran puramente interesados... no más que los suyos propios.

—Abróchate el cinturón.

—¿Eso es un sí?

—Sí. Sujeto a más discusión.
Mariana asintió, abrochándoselo de nuevo.

—Esto es complicado.
«No tenía idea de cuánto.»

—Me gustan las complicaciones. Ahora, ¿quieres ir a Osaka o llamo a casa para que nos prepare algo de comida italiana?

—Sueles hacer eso —comentó.

—¿Hacer, qué?

—Dar opciones a una persona para que sienta que toma decisiones, pero en realidad eres tú quien lo controla todo.
Juan Pedro sonrió.

—¿Japonés o italiano?

—¿Osaka no se aleja un poco del estilo de James «Tengo Diamantes Hasta En El baño» Bond?

—No soy James Bond, ¡ay!, y deja de dar vueltas.

—Que sea un japonés.

Y aquello también tenía sentido. Un lugar público en el que las discusiones personales no pudieran volverse demasiado personales. Así que más valía empezar antes de llegar al pub.

—Hablando de extranjeros, cuéntame del tal Cruz que contrato a Rubén Bauer para que a su vez te contratara a ti.

—Es un sinvergüenza.

—Eso ya lo dijiste. ¿Qué más? Y sé lo más sincera que puedas.
Ella le lanzó una volátil sonrisa.

—¡Qué vivo!. Tiene su base en Londres. De hecho, nunca sale de ella porque tiene miedo a volar, al agua y a los espacios cerrados. —Mariana subió la pierna y se sentó sobre ella para mirarlo de medio lado—. No me gusta trabajar con él porque siempre exprime y escatima en el precio a su proveedor.

—¿Cómo es eso?

—Te dice que tiene un comprador para un objeto por cincuenta o cien por debajo del precio de mercado, pero que es un trabajo fácil, bla, bla, bla. Así que aceptas y luego descubres que su comprador está dispuesto a pagar cincuenta o cien más sobre el precio de mercado.

—Lo cual se embolsaría él, sin porcentaje para el proveedor.

—Exacto, eso es.
Juan Pedro agarró el volante con algo más de fuerza, y mantuvo la vista clavada en la cada vez más oscura ruta.

—¿Si tuviera en marcha un buen negocio, pero que probablemente generara mucha publicidad, le echaría la culpa a alguien... sobre todo si se trata de alguien con quien no ha trabajado mucho o que quizá habla sin tapujos y lo llama sinvergüenza?
Peter le lanzó un rápida mirada cuando ella no respondió. La boca de Lali formaba una adusta línea cuando lo miró fijamente, sus ojos iban adquiriendo un tono avellana a la luz del atardecer.

—Crees que la bomba estaba destinada a mí.

—¿Haría Cruz algo así, Mariana? —insistió.

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