Capitulo 69

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—Pase —dijo, luego recordó que había puesto el pestillo para llamar por teléfono a Castillo. Comenzó a levantarse, pero la puerta se abrió antes de llegar a pararse.

—De acuerdo —dijo Mariana, guardándose en el bolsillo algo semejante a un clip—, la tablilla número uno está en posesión de Gustaf Harving en Hamburgo. La número dos pertenece a la familia Arutani de Estambul, pero al parecer hay varias familias prominentes con ese apellido.

—Está muy bien, para empezar. Llamaré a Sarah. Deberíamos ser capaces de establecer estas conexiones de modo totalmente legal.
Ella le brindó una breve sonrisa.

—Sería un cambio agradable, ¿no?
Tenía algunas cosas más que hablar con su secretaria, pero prefería discutirlas sin que Mariana estuviera presente.

—¿Tienes planes para esta tarde? —preguntó.

—Claro —respondió con la voz teñida de sarcasmo—. Godzilla contra Megagodzilla. ¿Y tú?
Él se puso en pie con una risilla.

—¿Podría acompañarte? Puedes explicarme los mejores puntos de la guerra de un monstruo gigante.

—Claro. —Se encogió de hombros, estudiando su expresión—. Quieres que ahora te deje solo, ¿no?

—Y que no te metas en problemas —añadió—. Tengo que hacer algunas llamadas. No tardaré mucho.

—Entonces, estaré en mi habitación.
Se dio la vuelta para dirigirse a la puerta, pero él la alcanzó, deslizando la mano por su brazo.

—Pensé que esta noche podríamos salir a cenar fuera otra vez —dijo, preguntándose cómo reaccionaría a lo que estaba a punto de decirle. Maldita sea, Lali le hacía mantenerse alerta.

—De acuerdo. Pero ¿Hans no se sentirá herido? Me adora y esperaba una escultura de helado tallada con mi imagen.

—Se derretiría en un segundo. Y Hans sobrevivirá. —Juan Pedro la besó en la mejilla—. Llamaré a Rochi para confirmar.
Ella se puso tensa.

—¿Rochi? ¿Qué Rochi?

—Rocío Dalmau. La esposa de Gastón. Nos han invitado a cenar.
Su expresión se desdobló en una cómica mezcla de horror e incredulidad.

—Me estás tomando el pelo, ¿no?

—No. Tenemos que estar allí a las siete.
Lali retrocedió hacia la puerta.

—Ni hablar. Olvídalo. No pienso comportarme de forma hogareña.

—Es sólo por una noche —trató de engatusarla, avanzando a medida que ella retrocedía, en su propia versión de un tango «a ver si puedes»—. Los Dalmau son mi única incursión en el tema doméstico, como tú lo llamarías. Y resulta que me gusta.

—Te diré qué vamos a hacer —respondió, pasándole la mano por el pecho—. Si nos quedamos aquí, puedes aprovecharte de mí.
Peter sonrió abiertamente.

—De todos modos tengo intención de hacerlo cuando volvamos —le dio otro beso, en esta ocasión en la boca—. Te gustan las experiencias nuevas —dijo—. Y ésta lo será para ti.
Con una mueca de dolor sacó el cerrojo y abrió la puerta de nuevo.

—De acuerdo. Pero sólo porque te lo debo.

—Gracias, Lalita.

Domingo, 5:48 p.m.

Mariana podía escuchar el suave ronroneo de su padre removiéndose en su tumba. Ni por lo más remoto hubiera podido Carlos Espósito imaginarse a su hija preparándose para una cita con Juan Pedro Lanzani... y nada menos que en la casa de un abogado. No vería la ventaja de eso y, peor aún, se alegraría de recalcar que, con toda probabilidad, la aventura tendría un resultado negativo para ella.

Lali tenía sus propias reservas, pero se referían más bien a la profundidad de su implicación con ese hombre. Una cosa era el sexo; y con lo increíblemente placentero que había sido, también había hecho que Peter se pusiera específicamente de su parte. Sería una idiota de no haberse aprovechado de eso y no sentirse halagada por ello. Pero salir con él era una cuestión muy diferente. No se trataba simplemente de velar por sus propios intereses; era involucrarse, conocer a sus amigos, hacerse pasar por... ¿Qué?... ¿Su novia? ¿Su amante?
Mientras el corazón comenzaba a palpitarle con fuerza, Lali rebuscó en su armario de ropa prestada.

—¿Qué se supone que tengo ponerme?
Desde la sala de estar pudo oír a Peter riéndose.

—Ponte lo que quieras. Pero Godzilla está atacando al monstruo mecánico. Creía que habías dicho que Godzilla siempre era malo.
Eligió un vestido de verano y fue hasta la puerta del dormitorio.

—No, dije que era mejor cuando era malo. ¿Qué tal esto? —Sostuvo en alto el corto vestido rojo y amarillo.
Él estiró el cuello para darle un vistazo por encima del respaldo del sillón.

—Es bonito. Pero...
Ella frunció el ceño.

—Pero ¿qué?

—Se verán los arañazos y cortes de la espalda.

«Caramba.» Con el antiséptico que le había dado el doctor Lasarte habían dejado de doler los cortes, y se olvidaba de ellos.

—¿Qué te vas a poner tú?

—Lo que tengo puesto.

—Pero tú estás guapo.

—Gracias. Me echaré algo en la camisa si quieres.

Estaba bromeando de nuevo con ella, tal como había hecho desde el momento en que se dio cuenta de que la idea de cenar con Gastón y Rochi la ponía nerviosa. Pero había aceptado ir, en gran medida porque él había dado a entender que era una cobarde si se negaba, pero sobre todo porque después de que Peter acudiera esa mañana en su rescate con las granadas, sentía que le debía algo.

—¿Encontraste algo? —preguntó Peter, asomándose a la puerta.

—Vuelve ahí y dime qué te parece —dijo—. Te enseñaré lo que encuentre.

—Algo en color verde sería estupendo. En honor a Godzilla.

—Vuelva al sillón, camarada.
Peter levantó las manos en broma a modo de rendición.

—De acuerdo, está bien.

A pesar de todo se estaba riendo por lo bajo, lo cual daba miedo de por sí. Era imposible que estuviera ya tan conectada a él, que verle feliz le hiciera sentir feliz a ella.

Arte Para Los Problemas(LALITER) Where stories live. Discover now