Capitulo 62

203 13 0
                                    

—No pienso ir a la comisaría.

—Claro que sí —murmuró, besándola otra vez, incitándola con la lengua—. Si tenemos razón con respecto a Dante, al menos Recca y él están involucrados. No estoy seguro de si el dos es el número de la suerte, o si se trata todo de una conspiración. Y hasta que lo sepa, no pienso quitarte los ojos de encima.
Ella lo empujó.

—No, Peter. Hablo en serio.
Él retrocedió un poco, estudiando su rostro con sus fríos ojos grises.

—Está bien —asintió tras un momento—. Lo haremos aquí.
Lali no pudo reprimir un bufido cínico.

—Un poco creído de tu parte, ¿no te parece?
Peter le regaló una resuelta sonrisa.

—Sí.

Le siguió de nuevo escaleras arriba y hasta la cocina. Castillo se encontraba junto a un gran horno doble, vociferando órdenes por su radio. También Gastón estaba hablando por teléfono, pero ambos dejaron de hablar cuando Peter levantó una mano. Debía de ser asombroso ser el jefe.

—Caballeros, me gustaría hacerlo aquí —dijo—. En mi despacho.

—Si lo hacemos aquí —dijo Castillo, bajando la radio—, no puedo leerle sus derechos. No tendrá un abogado presente y nada de lo que él diga será admisible ante un tribunal. Y no, Dalmau no cumple con los requisitos porque trabaja para usted.

—De todos modos, dijo que no iba a arrestarlo por lo que yo opine —medió con brusquedad Mariana.

Los tres hombres se la quedaron mirando. Ella irguió los hombros. «Que miran». Nadie iba a ir a la cárcel por algo que ella hubiera dicho. Si se granjeaba la reputación de ser una soplona, nadie de su círculo volvería jamás a confiar en ella.
Castillo frunció los labios.

—Sólo preguntas amistosas, entonces. Pero que quede claro, señor Lanzani, que yo no trabajo para usted. Estoy aquí para resolver dos asesinatos y un intento de homicidio. Cueste lo que cueste.

—Llámeme Peter. Y se lo agradezco —respondió—. ¿Sabemos dónde está Gastón?

—Con el resto de los empleados, que han sido evacuados en las canchas de tenis.
Gastón se puso de pie.

—Iré a llamarlo.

—No. Yo iré por  él —dijo el detective—. Será su despacho, Peter, pero ésta es mi investigación. Si se pasa de la raya, lo detendré por obstrucción. Ya está pisándola.

—Hecho. —Peter lo observó salir por la puerta y enseguida se dirigió a Gastón—. ¿Dónde está esa lista de empleados?
El abogado la sacó del bolsillo del saco.

—Estás chiflado, Peter. Lo sabes, ¿no?
La mirada que éste le lanzó fue espantosamente sombría, incluso para los ojos hastiados de Mariana.

—Tú no has visto lo cerca que Mariana ha estado de morir hace una hora —soltó—. En mi casa. Así que ayúdame o lárgate, Gastón. Hablo en serio.

Gastón le devolvió la fulminante mirada. Dejó salir el aliento un momento después y pareció desinflarse. Entregó la hoja a Peter sin dirigirle la palabra y acto seguido fue el primero en salir por la puerta.

—Hay seis personas, sin incluir a Espósito y a ti, que estuvieron aquí la noche del robo y esta mañana.

—¿Dante está entre ellas?

—Sí.

Cuando salieron de la cocina, Mariana divisó una copia del periódico de la mañana sobre la encimera. Lo cogió después de dirigirle una sonrisa inquisitiva a Hans, el cocinero, a fin de asegurarse su permiso para hojearlo de camino al despacho de Peter. Le llevó un momento encontrar la sección de sociedad.

—Página tres —dijo Gastón, lanzándole una fugaz mirada por encima del hombro.

A juzgar por su expresión, el hombre pensaba que debía sentirse halagada y emocionada porque su foto apareciera en el periódico, sobre todo con Lanzani como acompañante. Claro, así era ella, una obsesa en buscar fama. Harvard jamás creería que hubiera preferido enfrentarse a otro par de granadas antes de ver su cara y su nombre en la sección de sociales.

—Bonita foto —dijo Peter, reduciendo el paso para ponerse a su lado.

El periódico había optado por utilizar la primera instantánea que había disparado el reportero, probablemente porque en la segunda parecía un ciervo deslumbrado por los faros de un auto. Así que Peter y ella estaba sentados, manteniendo una conversación natural, y él lucía una serena sonrisa relajada mientras la miraba fijamente. La expresión de ella era de afectuosa irritación mientras que la mano de Peter cubriendo la suya hablaba de confianza y afecto.

—Qué extraño —farfulló, incómoda. Bajó la vista al pie de foto donde la describían como Lali Espósito, levante del millonario Juan Pedro Lanzani, y experta en arte y seguridad.

—¿Qué es extraño?

—Es como... una prueba —barbotó, cerrando de nuevo el periódico.
Peter lo cogió.

—¿Prueba, de qué? ¿De qué me gustas? ¿De qué te gusto? ¿Tan malo es eso, Mariana?

—Es un momento congelado —farfulló—. No dice que dos minutos después te di un codazo en las costillas, o que...

—... o que una hora más tarde hacíamos el amor —susurró, rozándole la oreja con los labios—. Algo que pretendo repetir una y otra vez. Y otra más.
Ella se estremeció.

—Las granadas son más seguras que tú.
Peter rio entre dientes.

—Me tomaré eso como un cumplido.

—Como voz de la razón de este feliz grupito —dijo Dalmau, esperando ante la puerta del despacho a que Peter metiera la llave—, me gustaría saber la seriedad con la que consideramos la idea de que Cortés matara al guardia de seguridad, al tipo del río y tratara de liquidar a Espósito. Dante, nuestro Dante. El hombrecillo de pelo engominado.

—Voto por lo tercero —dijo Lali—. El resto no tiene sentido viniendo de Cortés. Todavía no, de todas formas.

—Los artificieros dijeron que creían que las bombas fueron fraguadas por dos personas distintas —complementó Peter.

—En ese caso, ¿cuál creen que sea motivo? —preguntó el abogado, lanzando una mirada a Lali.

Arte Para Los Problemas(LALITER) Where stories live. Discover now