Capitulo 67

193 14 0
                                    

—Tenemos una sociedad —respondió—. La cual tú propusiste.

Así había sido. Pero no había previsto todo lo demás. Y jamás planeó convencerle de nada que no fuera ayudarla para después salir corriendo, porque estar con él era muy perjudicial para el negocio. Perjudicial para el negocio... y para su paz mental.

—Y entonces, ¿por qué nos acostamos juntos?

—Porque ambos queremos. Para ser del todo franco, Mariana, me fascinas. Me resulta imposible apartarte de mis pensamientos.
Ella se aclaró la garganta.

—Eso no puede ser bueno.
Peter se arrimó lentamente, retirándole el pelo detrás de la oreja con sus delicados y diestros dedos.

—¿Por qué no? ¿Querrías estar en algún otro lugar ahora mismo?

«Claro... desnuda en tu cama otra vez con tu cuerpo cálido y duro en mi interior.»

—Bueno, este lugar es muy bonito.
En la mandíbula de Peter palpitó un músculo y antes de que ella pudiera disuadirse de hacerlo, se inclinó y lo besó.

Él le devolvió el beso, incitando y presionando, moldeando su boca a la de ella mientras el calor bajaba como una flecha por su espalda. Lali enredó los dedos en su pelo, gimiendo suavemente mientras la boca de Peter le hacía promesas que ella esperaba que cumpliera con su cuerpo.

—Sabes a jardín —murmuró él, levantándola para sentarla sobre su regazo.
Podía sentirlo ya bajo sus muslos, duro y preparado.

—Es el pepino.

—No, eres tú —la corrigió con una grave risita, introduciendo la mano debajo de su camisa para tomar un pecho en ella.

Lali jadeó cuando sus dedos se escurrieron bajo el sostén para rozarle el pezón. ¡Dios! Habían pasado la noche haciendo eso, y sólo llevaban cinco o seis horas fuera de la cama, y ya se moría por sentir de nuevo su contacto, sus caricias y su calor.
Cuando su lengua y sus labios hallaron la base de su mandíbula perdió la voluntad, fundiéndose en su abrazo.

Peter le quitó la camisa abierta y el polo de tiritas que llevaba debajo y las arrojó al suelo a su espalda. Su sostén siguió un momento después y sus manos se pusieron a trabajar, friccionando y presionando con los dedos.

—Espero que lleves paraguas —gimió, sacándole la camisa del pantalón y desabrochándole los botones.

—De hecho, esta mañana me guardé algunos en la billetera —respondió; su voz estaba teñida de diversión—. No lo hacía desde que estaba en la universidad.

—Qué chico más inteligente.
Su teléfono móvil sonó.

—Demonios.
No había duda de si iba a responder o no. Lali simplemente concentró su atención en besarle la garganta mientras él sacaba el móvil y contestaba.

—¿Aló?.

Sintió tensarse los músculos que cruzaban su torso, y levantó la cabeza. Su cara se había endurecido, poniendo toda su atención en la persona al otro lado del teléfono. Durante largo rato no articuló palabra. Luego su mirada se clavó en la de ella.

—Debería oírlo de ti —dijo, y le entregó el teléfono a ella—. Es Rubén —explicó, su voz sonó grave y severa.
El corazón le dio un vuelco mientras se llevaba el aparato a la oreja.

—¿Nicolás?

—Hey, chiquita. Intenté llamar a Cruz esta mañana y lo atrapó la policía. No me dio detalles, y tuve que colgar antes de que rastrearan la llamada, pero Juan Cruz está muerto.

Lali tomó aire. No le caía bien Juan Cruz, jamás lo había hecho y jamás lo haría. Pero había trabajado en su gremio y era uno de ellos. Y había estado de algún modo involucrado con la tablilla troyana.

—¿Tienes idea de cómo ocurrió?

—La policía dijo que en una explosión. Es todo lo que sé. —Guardó silencio durante un momento—. Lali, voy a desaparecer unos días. Creo que deberías hacer lo mismo.

Peter la rodeó con sus brazos, no debido a la pasión, sino de modo consolador. Ella apoyó la cabeza en su hombro.

—Ten cuidado —dijo—. Llámame a este número en cuanto puedas y avísame de que estás bien.

—¿A este número? —repitió, el tono de su voz varió un poco—. ¿Así que te quedas con el tipo rico?

—Si no, le robaré el celular —respondió, aunque sólo para Nicolás. No pensaba irse a ninguna parte.

—Parece razonable. Intenta pasar desapercibida, nena.

—Tú también.

La llamada se cortó y se lo devolvió a Peter. Él lo dejó sobre la mesa, manteniendo los brazos alrededor de Lali y meciéndose lentamente adelante y atrás. ¿Por qué, se preguntó, cuando en realidad no servía de nada, se sentía tan segura en sus brazos? Tomó aire de nuevo lenta y profundamente, intentado recomponer sus pensamientos y sus emociones. Dios, había estado tan on fire hacía tan sólo unos minutos.

—Deberíamos decírselo a Castillo —sugirió, y la sintió asentir con aprobación contra su mejilla—. Pero únicamente que conocía a Cruz, que él había expresado su interés por las tablillas troyanas y que ahora está muerto. No que Nicolás esté relacionado con nada de esto.

—¿Nicolás? ¿Qué Nicolás? —convino, su voz reverberó contra su hombro.

—Yo, hum, debería vestirme —dijo, siendo consciente de que estaba desnuda de cintura para arriba.

—Supongo que sí. Por ahora. —Sujetándola un poco apartada de él, la besó de nuevo, larga, lenta y profundamente—. ¿Estás segura de que te encuentras bien?

Arte Para Los Problemas(LALITER) Where stories live. Discover now