Capitulo 61

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—Quiero estar allí —dijo Juan Pedro. Ésa seguía siendo su fiesta.

—Claro, ya me lo imaginaba. Primero quiero dar un vistazo al vídeo del que hablaban.

—Por supuesto que sí —farfulló Lali, su expresión se volvía más abatida a cada segundo que pasaba.
Juan Pedro no pudo evitar sonreír.

—No te preocupes —le murmuró al oído—. Cooperar en momentos de adversidad fortalece el carácter.

—¡No me jodas!

—Más tarde, chiquita.
Ella se acercó lentamente.

—Siempre y cuando yo escoja el lugar —susurró mientras regresaban a la casa.
«¡Dios!, iba a volverlo loco.»

—Trato hecho.

—Cuando Castillo vea el video vas a tener que explicarle que encontramos la tablilla en mi bolsa, y no le dijiste nada —continuó un instante después.
Bueno, aquello fue casi tan efectivo como una ducha fría.

—Te hice una promesa —respondió, también, en voz baja—. Yo cumplo mi palabra.

Mariana no dijo nada, pero su mano se deslizo contra la de él y Peter entrelazó los dedos con los de Lali sin mediar palabra. Por todos los santos, aquello se estaba complicando. Y ahora uno de sus empleados acababa de convertirse en sospechoso de intento de homicidio. Lo más extraño era que le resultaba más fácil aceptar la culpabilidad de Cortés de lo que jamás le hubiera resultado creer que Mariana pudiera estar involucrada en un asesinato.
Su teléfono sonó.

—Aló —dijo al contestar.

—Peter, diles a los policías que me dejen entrar—espetó la voz de Gastón. Juan Pedro bajó el teléfono.

—Franco, le ruego que deje pasar a Gastón.
Castillo frunció el ceño.

—Estábamos manteniendo una agradable conversación. ¿Está seguro de que quiere que su amigo nos la arruine?

—Estoy totalmente de acuerdo —dijo Mariana con un atisbo de sonrisa.

Estupendo. Ahora la ladrona y el policía habían formado una sociedad de admiración mutua.

—Creo que es para bien, sí —insistió—. Además, trae información que podría sernos útil.

—Está bien. —Franco levantó su transmisor una vez más y dio la orden.

Juan Pedro se llevó el teléfono al oído y escuchó durante un segundo mientras de fondo Gastón seguía discutiendo con la policía estacionada en la puerta principal.

—¿Gastón? Dales un momento. Te dejarán entrar.

—¡Malísimo! —susurró Mariana.
Peter la acercó lentamente, cogida todavía de su mano.

—Sé simpática con él —dijo en voz baja—. Puede que no tardemos en necesitarlo.

Domingo, 2:15 p.m.

Franco Castillo se mantuvo en silencio mientras miraba la grabación del garaje, incluyendo las imágenes de Peter y Lali rebuscando la maletera del SLK y hablando, momentos después, con el detective. Mariana tragó saliva, y se quedó cerca de la puerta aguardando las inevitables acusaciones y la tentativa de arresto. Una cosa era segura... si pretendían llevarla a la cárcel, iba a hacerlos sudar para conseguirlo.

Gastón tampoco articuló palabra, pero los sonidos que emitía decían a las claras que comprendía el significado de las batas y las manos entrelazadas. ¡Demonios! Probablemente le encantaría verla pudrirse en prisión de por vida. Naturalmente, si había sido él quien había orquestado todo aquello, la quería muerta, no sólo en prisión. Hum, ¿tenían los boyscouts conocimientos sobre granadas de mano?

—Está bien —dijo finalmente el detective, y se acomodó en su asiento—. Dispuso de cuatro minutos para ocultar la tablilla. Podría haber colocado las granadas en cualquier momento después de eso... a menos que fueran más de una persona.

—No lo creo —dijo con desgana, deseando poseer algo de la actitud indolente de su padre hacia los demás como para poder mantener la boca cerrada.

—¿Por qué no? —preguntó Peter.

—Parece que el plan era cerciorarse de que yo parecía culpable para después acabar conmigo —respondió.

—Dante Cortés lleva diez años contigo —dijo Gastón, aunque la expresión de su rostro era esquiva—. ¿Estás seguro de esto?

—Estoy lo bastante seguro como para pedirle que venga a la comisaría para hacerle algunas preguntas —dijo Castillo, levantándose.

—Sigo queriendo estar allí cuando hable con él —declaró Juan Pedro al tiempo que salían del cuarto de vigilancia.

Lali agarró a Lanzani del brazo cuando los otros dos hombres se dirigieron de nuevo al piso de arriba. Podía oír cómo Castillo le advertía a Iván que no hablara con nadie de lo que había escuchado.

—Vi a la policía sacar un recipiente roto con algo del pasillo que lleva a mi habitación. ¿Qué era?

—Fresas con azúcar.

—Mis preferidas. —Deslizando las manos por el pecho, se puso de puntillas y lo besó. Sus brazos no tardaron ni un segundo en rodearla, apretándola contra su alto y fibroso cuerpo. La adrenalina se disparó y la recorrió de nuevo, esta vez grata y eléctrica, y acompañada de la considerable ayuda de la excitación—. Gracias —murmuró contra su boca.

Peter la hizo retroceder, apretándola entre la pared y él. Con sus labios y lengua besó la base de su mandíbula bajo su oreja, y ella gimió. Sus manos se escurrieron bajo su camiseta, ascendiendo por su espalda mientras Lali capturaba nuevamente su boca.

—Peter, ¿vienes? —preguntó Gastón desde las escaleras.

—Casi —murmuró, bajando los brazos con notoria reticencia—. Sí —dijo en voz más alta.

—¿Estás seguro de que quieres ir a la comisaría? —preguntó Mariana, mordisqueando su barbilla—. Me siento muy agradecida en este preciso momento.
Peter gimió cuando ella enredó los dedos en su pelo.

—Tengo una idea —sugirió en un susurro—. Iremos en la limusina y así podremos tontear en el asiento de atrás.
A pesar del destino, se sentía tentada.

Arte Para Los Problemas(LALITER) Where stories live. Discover now