Capitulo LII: Up

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No es de sorpresa notar que los protagonistas de las historias dirigidas hacia los más jóvenes tienden a ser precisamente eso mismo ellos también. Uno supone, sin demasiada meditación, que es más sencillo identificarse con alguien cercano a su edad, y a los retos con los que se topa.

Por eso mismo, Up resulta ser una especie de comodín, de carta que no entra en el patrón esperado, aún para una compañía como Pixar que siempre parece haber ostentado con orgullo el no tratar de ser como los otros. La historia de un hombre mayor que de pronto se ve sin el amor de toda su vida, temeroso y sin certeza de que pueden traer los mañanas para él, al tiempo que debe ser consciente que no le quedan demasiados en el horizonte.

Dicho así, no parecería el tipo de aventura familiar que uno espera de la empresa de animación: suena casi más como un drama que intenta apelas a los miembros de la Academia para llevarse a casa al menos un premio Oscar. Ustedes deben saber más o menos a qué me refiero: un dramón de al menos tres horas con algún actor de alto calibre con un final deprimente que muchos halaban pero en realidad pocos ven. Hace mucho ruido en la temporada de premios, para luego desaparecer y difícilmente ser vista de nuevo.

Pero no deberían ser mutuamente excluyentes: Up, en cierto modo, es ambas. Basta con ver los primeros minutos del filme (y ya saben a qué me refiero) para comprender que el revolcarse en la fantasía casi al punto del absurdo no es impedimento para crear drama poderoso. Nunca he sido gran fan de esa frase tan sobre-usada en la internet de “si has visto tal o cuál escena y no lloraste, no tienes alma”, dado que parece imponer cierta conformidad en algo que es muy personal (la reacción a una obra de ficción depende muchas cosas, incluyendo, el modo en que el lector o espectador relaciona la obra con sus propias experiencias) pero uno entiende la intención.

Up se balancea entre el absurdismo y el dramatismo realista. Hace un par de años o quizá más, discutí la película con una amiga: a ella no le gusto tanto como a mi, diciendo que le pareció que tocó un punto demasiado ridículo para ser tomado en serio (vamos, hay perros aviadores, por Dios).

Me es difícil reclamar tal punto de vista porque todos tenemos un punto de quiebre para nuestra “suspensión de la incredulidad” (concepto previamente tocado, y se refiere a nuestra facultad de hacer de lado el sentido de juicio para poder disfrutar una obra). Puede parecer insensato para los fans de fantasía o de géneros similares, pero no son pocos los que no gustan de historias con hechiceros o dragones porque no disfrutan de cosas que no pueden ser posibles en el mundo real; a primera vista, parece contradecir el que para muchos es el punto de crear ficción en primer lugar (evadir la realidad por la longitud del libro, película, etcétera) pero simplemente es una cuestión de lo que queremos ver en nuestras historias. Inclusive fans de cierta fantasía pueden ser incapaces de suspender su incredulidad ante otro tipo de fantasía.

Yo defendí el filme diciendo que se le tiene que juzgar más bien como una especie de cuento de hadas moderno; hemos visto, en ese tipo de historias, gatos parlantes con botas y ratones que se transforman en caballos, ¿hace tanta mella perros parlantes que manejan aviones? ¿Rompe mucho con los esquemas tradicionales? ¿Es tan diferente a temas y recursos vistos en Pinocho? ¿En Peter Pan?

Estamos acostumbrados a ver temas que son demasiado fantásticos como una cuestión infantil; después de todo, el cuento de hadas es el tipo de historia preferida a la hora de querer contar algo con que distraer a los niños hasta que se duerman. En general, la fantasía es vista como algo para mentes un tanto inmaduras. No que yo mismo crea que es así, en realidad, pienso que es meramente un prejuicio social tonto, pero es inevitable negar que existe tal impresión. Encontramos la fantasía y los absurdos fascinantes y entretenidos, pero incapaces de hablar de aquello que de verdad importa, y confundimos realismo con calidad.

En muchos sentidos, Up parece querer probarnos que la existencia de elementos un tanto increíbles aquí y allá no elimina la profundidad del drama y las emociones de los personajes, así como la importancia de la historia.

El tema, por ejemplo. La importancia de buscar una nueva aventura, una nueva dirección en la vida cuándo parece que ésta la ha perdido. En más de un sentido, se trata de algo con más resonancia para las audiencias adultas qué las infantiles. Suponiendo que un infante no ha pasado por una desgracia, en teoría, un niño debería de tener una vida apacible y sencilla, lejos aún de los retos del mundo adulto.

El adulto ya habrá experimentado toda clase de victorias y derrotas, que en ocasiones, pueden llegar a ser muy amargas y dolorosas. La perdida de ése ser querido, aquella persona con la que no podemos imaginar la vida es una de las experiencias más temibles que cualquier persona, hombre o mujer, de cualquier raza, país o era tienen que pasar. Estamos hablando de algo que trasciende toda barrera, y nos golpea en la humanidad más elemental y primitiva.

Podemos llorar, y es de hecho el curso esperado: lamentar cuándo alguien que nos importaba tanto se va y ya no va a poder volver a estar con nosotros en esta vida. Inclusive aquellos que creen en algún tipo de vida eterna van a reaccionar con tristeza porque a pesar de la fe en la garantía de el reencuentro, en un mundo mejor, la separación sigue siendo dolorosa.

Mas hay un punto en que las lamentaciones deben acabar, y el rumbo de la vida debe ser retomado. He ahí el tema de la película; la dureza de tratar de volver al mundo, pero al mismo tiempo, la dulzura de el re-encontrarse con un sentido de propósito: una nueva aventura por la cuál vivir. Russell, el pequeño niño explorador, representa muy bien el concepto de “el llamado a la aventura”: no es algo que el señor Frederickson desee, pero fuerzas más allá de su control lo llevan en un determinado camino, y una vez ahí, se ve obligado a buscar un segundo despertar.

Él se ve en un proceso de transformación: de una persona deprimida, y aferrada a los bienes materiales, guardianas de sus recuerdos, a alguien que debe saltar con ánimos para superar nuevos obstáculos, y darse cuenta que el mejor modo de honrar a esos que se nos adelantaron en el camino es seguir el nuestro.

Pero toda transformación conlleva, por llamarla de algún modo, un dolor de parto: nuestro héroe sufre, nuestro héroe grita, refunfuña y se lamenta otra vez, más con cada paso que da, está un paso más cerca del fin último de este proceso: una renovación.

A pesar de todo, uno debe de continuar, y no sólo al lamentar una muerte: existen tropiezos en el camino, despidos, rompimientos, problemas económicos, las molestias del día a día. Y aunque parezca en ocasiones un sinsentido, siempre es mejor levantarse y proseguir, porque todos podemos volvernos más fuertes después de esas pequeñas o grandes desgracias.

Shalom camaradas.

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