Capitulo XXXI: Otro Ladrillo en el Cuarto Muro

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—...y eso fue lo que me dijo —Sarah concluyó con su explicación, tratando de dotar a su mejor amiga, Allyson, de todos los detalles por más absurdos que pudieran parecer.

—¡Es imposible! —Allyson exclamó—. ¡No tiene sentido!

—Pero es verdad.

Era demasiado absurdo para ser creído, mas la verdad es así en muchos casos, y ése era uno de ellos.

—¡No puede ser que sólo seamos personajes de un libro!

—Te juro y perjuro que es la realidad; al menos, nuestra realidad —Sarah comentó—. Es más, para proparlo, hablaré con el autor.

—¿Cómo dice qué? —murmuró Allyson perpleja sin poder seguir el ritmo de lo que su amiga estaba explicando.

—¡Hola autor!

—Hola Sarah —devolvió el saludo—. ¿Cómo va la trama?

—No lo sé, eso depende de ti. ¿Cómo va tú obra, Ficcionando?

—Bien, y de hecho, empezaré un nuevo tema justo ahora, así que si no te molesta, me temo que tendremos que hablar en otra ocasión.

—Comprendo. ¡Mandale mis saludos a la familia!

Y el autor se dejó de tonterías que imaginó tras una noche de mucho cansancio y cafeína, se puso a escribir el siguiente tema de Ficcionando...

Mejor me pongo a trabajar.

Damás y caballeros, la escena antes presentada les juró que cumple con un objetivo más allá de ser una muestra de mis evidentes problemas mentales; con ello, ejemplifiqué una técnica de enorme relevancia para el tema que les presento en esta ocasión.

Hoy hablaremos del “Cuarto Muro”.

Se trata del hipotético separador de la realidad y de la ficción; los personajes de una obra no se dan cuenta que su mundo es la creación de alguien más, y que son observados o leídos por una audiencia debido a este elemento: un “muro” invisible que separa lo real de lo irreal y que en teoría, ninguna de las partes debería cruzar.

Es un concepto omnipresente en la ficción, necesario para que la tomemos en serio en primer lugar; inclusive si el mundo del cuál estamos leyendo existen dragones o hadas, seres sobrenaturales que sabemos que no existen en la realidad, los personajes deben actuar como si el mundo de su historia fuese así.

El cuarto muro es un conceto presente en la mayor parte de la ficción a lo largo de la historia, seamos conscientes de la teoría o no. Cualquier libro, cualquier historia, tiene un cuarto muro sin importar el género, estilo, calidad o intenciones de la obra de ficción. Aunque de manera “formal” no fue algo presente hasta el siglo XIX de la mano del autor y critico Denis Diderot, refiriendose al objeto como el muro a través del cuál la audiencia veía el mundo en que se desarrollaba la obra.

Pero el cuarto muro no es un concepto rígido e inmutable, pues la teoría nos indica que existen distintos “grados” de dureza de esa curiosa pared; la mayor parte de las obras tienen un cuarto muro duro y que no se puede atravesar, pero en la comedia y en las obras posmodernistas, romper el cuarto muro y dirigirse de manera abierta a la audiencia o ver personajes que reconocen completa o parcialmente que existen dentro de una obra de ficción (“¡Hey, estamos en un libro!”) es una forma común de comicidad.

A tal acción se le llama precisamente “romper el cuarto muro”, tal y como mis personajes hicieron al comienzo de este capitulo.

No necesariamente es un recurso de ficción moderno (en el Quijote de Cervantes, muchos personajes en los capitulos posteriores conocen de las hazañas del personaje principal debido a que han oído de los capitulos previos) pero parece ser especialmente común en nuestros tiempos. De algún modo, no nos sumergimos en la ficción con la facilidad de antaño; tenemos dudas, criticamos, inclusive hacemos series ensayos analizando de un modo obsesivo las implicaciones, alegorías o lecturas que un texto puede o no poseer. Desde tal perspectiva, bien se podría decir que somos un tanto escepticos, aún con temas que sabemos que necesitan suspender un poco la incredúlidad para disfrutar de una historia.

E inclusive el modo de romper el cuarto muro puede variar: hacer una referencia que puede dar a entender la creencía de un mundo fuera de una obra de ficción pero que no indica de manera directa y explicita tal hecho se le llama “acariciar el muro” (“'¡Mi vida parece un mal libro de románce!”) mientras que un reconocimiento constante de que se existe en una obra de ficción puede indicar un muro tan frágil y delgado que “no existe” (“Autor, ¿puedes escribir al menos un buen románce para este libro?”)

Mas hacer chistes no es la única manera de jugar con el concepto.

Una tendencia entre muchos autores es usarlo a manera de presentar alegorías acerca de la naturaleza de la realidad del mundo en que se vive. En el filme “Adaptation”, un guionista intenta hacer el guión basado en un libro del cuál no se le ocurre como hacerlo en realidad, así que comienza a escribir...y hace una historia sobre un guionista que intenta hacer el guión basado en un libro del cuál no se le ocurre como hacerlo en realidad.

Si ya se revolvieron, no los culpo, porque admito que la primera vez me pasó también.

En una historia con un cuarto muro “fuerte”, los personajes no son conscientes en absoluto que son sólo ficción y que están siendo vistos por una audiencia. Mas nosotros en el público sabemos la realidad; desde nuestra perspectiva, sabemos que son sólo un libro, o una película, o una serie que determinada persona creo, en cuyos personajes son sólo palabras o actores, o dibujos animados, siempre creados o interpretados por alguien en el mundo real.

Pero al mismo tiempo, ¿es nuestra realidad...real? Desde el ángulo en que estamos, lo que está en la televisión es ficción, pero porque podemos ver desde un punto que los personajes de la televisión no pueden ver; para ellos, cada capitulo es sólo una extensión más de la realidad, completamente incapaces de saber que son una obra y nada más.

Nosotros somos personas en el mundo real, pero, suponiendo el improbable y casi imposible caso de que fueramos personajes de ficción de una serie o un libro con un cuarto muro “fuerte”, se nos haría imposible percibir nuestro mundo alrededor como otra cosa que no fuese calificado como “real”, pero para los espectadores que hipotéticamente estén leyendo o viendo nuestras aventuras, desde su perspectiva, nuesta condición como una obra de ficción sería más que obvia.

Es un poco lo inverso al deseo de que un libro sea real; que nosotros podemos ser un libro. No es como si yo pensara en realidad que el mundo es un escenario y todos en él sólo somos personajes, pero como ejercício para calificar nuestras vidas al igual de las ideas de realidad e irrealidad es uno muy creativo e interesante, e inclusive provoca preguntas fascinantes más allá del reino de la ficción, sino entrando casi al mundo de la filosofía y la teología (por ejemplo, ¿es Dios nuestro “autor”? ¿Y dirigirnos a él en una plegaría sería el equivalente a “romper el cuarto muro” y hablar con la audiencia o con nuestro creador? Porque después de todo, el autor de una obra es en teoría, omnipotente, y puede hacer y deshacer el mundo de su trabajo como quiera y a su gusto. ¿No es así lo que nos han enseñado que es Dios? Simultaneamente, podríamos ser personajes de un Dios autor, y dioses autores para nuestros perosnajes)

—Señor autor, creo que te estás yendo por otros lares que no tienen lugar en Ficcionando —Allyson me interrumpió.

—¿De verdad? —dije—. ¿Por qué lo dices?

—Ficcionando es crítica literaría, no clase de filosofía.

—Supongo que estoy tocando algo que no tiene que ver con los capitulos anteriores. ¿Verdad?

Allyson y Sarah asintieron.

—Mejor termina con esto antes de que piensen que estás loco —me dijo Sarah—. Y quiero decir, MÁS loco.

—¡Y deja esas boludeces de creerte Dios! —Allyson me regañó —. ¡Ay sí, ay si! ¡Tan poderoso y ni nos diste descripciones! ¡Ni escenario! ¡Y hasta tuviste que recurrir a tomar dos personajes de una obra pasada porque de seguro eras tan flojo como para inventar dos nuevos!

—Vale, creo que es lo mejor acabar de una vez.

Shalom camaradas

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