Capitulo L: Cars y Comercio

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Tenía tantas ganas de escribir sobre Cars como las de someterme a una operación dental sin anestesia y con instrumentos del siglo XIX, y es que, y sé bien que no soy el único que piensa de tal manera, en el contexto de una carrera que nos ha dejado clásicos modernos que tanto niños como adultos han disfrutado y probablemente lo hagan por años, la historia sobre los autos parlantes luce pequeña.

Batallé para decidirme verla, de algún modo, desde la presentación sentía que no estaría a la altura de lo que Pixar nos tiene acostumbrado, y aunque al fin y al cabo, la calidad artística es en muchos sentidos una cuestión de percepción, no me sorprendió en lo más mínimo al revisar toda clase de críticos de cine opinar de una manera similar y casi en consenso: algunos podrán darle algo más de crédito mientras que otros la destrozaron en sus reseñas, pero en general la opinión más predominante es que no posee el mismo nivel que los filmes que le vinieron antes, ni de los que eventualmente vendrían después.

Así que, haré un poco de trampa: los temas de las películas son sencillos, y nos hablan respecto a como en ocasiones, en nuestras constantes carreras de ratas de la vida moderna, debemos detenernos y pensar en lo que realmente importa. No suena a algo demasiado sofisticado, he ahí el meollo del asunto, y como a veces las personas más sencillas ocultan complejidades que no hubiéramos imaginado.

Pero inclusive eso no suena como algo suficientemente atractivo...así que en lugar de hablar de un tema “dentro” del filme, hablaré de algo “exterior” al filme, pero relacionado al fin: expectativas.

Al momento de estar de frente a una nueva obra de ficción, es imposible no generarnos algún tipo de idea: un juicio previo respecto a lo que vamos o no a ver, y si es de nuestro gusto, o si puede serlo. Si alguien nos dice que va a ver una nueva adaptación al cine de “Romeo y Julieta”, nos hacemos una idea de lo que puede llegar a ser en base de lo que conocemos de la obra y de su historia con diferentes adaptaciones, y eso sucede en prácticamente cualquier contexto artístico, sin importar si se tratase de una película, libro, serie de televisión o inclusive canción.

Por supuesto, cada cierto periodo de tiempo llega algo inesperado, nuevo, diferente, al menos respecto a la tendencia primordial de lo que se ve, lee y escucha. En esos casos, nuestras expectativas son pocas o ninguna, no sabemos a qué nos puede llevar o dónde puede terminar. Muchas de esas tendencias fracasan y son olvidadas tan pronto como llega el nuevo sabor del mes, así que no podemos de todo ser injustos con personas que guardan escepticismo respecto a tales novedades (existe una especie de leyenda urbana en la que Frank Sinatra declaró que el Rock N'Roll sólo tendría seis meses de vida), mucho menos cuándo tenemos acceso al juicio de la historia (En palabras de Nelson Mandela: todo parece imposible hasta que sucede).

En muchos sentidos, he ahí la historia de Pixar: estábamos muy habituados a una manera de hacer cine animado que cuándo llegó esta nueva y loca compañía muchos no sabían si hacían lo correcto o si iban a triunfar. Claro, hoy conocemos muy bien la respuesta, y conforme iban sacando nuevas historias, el nombre de la compañía se comenzó a hacer uno muy respetado, al grado que muchos asumen que cualquier película con animación CGI es o está relacionada con esa empresa. Ir a ver la “nueva de Pixar” tenía una connotación positiva: gente de todas las edades, inclusive aquellos que en otras circunstancias piensan que ver una cinta animada es “para niños” al menos le daban una oportunidad.

Pero como dicen por ahí, hasta al mejor cazador se le va la liebre, y cuándo las criticas a Cars comenzaron a llegar, pareció quedar en claro que nadie es perfecto, y ciertamente tampoco se salvan de ese conocimiento popular las productoras de animación.

Para la siguiente película, la calidad pareció recuperarse, pero lo curioso es que, en términos numéricos, la saga de Cars es la que mayores ganancias ha generado: un público tibio si se es generoso, pero la taquilla sin duda estaba caliente, y no sólo eso, sino también las jugueteras y tiendas de juguetes, que parecían no darse abasto con la demanda de las figuras de personajes de la película.

En la guerra entre el arte y el comercio, nos guste o no, el comercio siempre gana.

Va, tal vez fue una manera muy tenebrosa y cínica de ponerlo, pero hay que recordar que Pixar, y para el caso, muchos otros creadores de obras de ficción y entretenimiento no se sostienen con las alabanzas y los premios, sino con el dinero: una compañía debe ser rentable para poder subsistir, sin importar si es automotriz, alimenticia o en éste caso, productora cinematográfica. Puede que lo veamos un poco diferente porque, a diferencia de otros giros comerciales, con el entretenimiento uno llega a formar un lazo muy profundo: uno tiene canciones favoritas que le recuerdan el primer beso o la primera decepción amorosa, uno ve con nostalgia tal o cuál libro que leíste cuándo eras apenas un niño y que quizá fue el motivo por el que te enamoraste de la literatura en primer lugar, y con las películas, bueno, son citas con novias o novios, salidas con los amigos, o simplemente hay en ellas una escena, un personaje que recuerda demasiado a la propia vida. Puede que algunos que lean esto puedan decir que teóricamente eso también puede llegar a ser cierto en otros tipos de productos, por ejemplo y usando los ya mencionados, muchas personas recuerdan con enorme cariño su primer auto, o puede que tu madre usase cierta marca de pan para hacer la comida y como adulto te traiga memorias de un tiempo pasado, y es valido y no digo que no me haya pasado a mi también.

Pero creo que con la ficción sucede no sólo de un modo más profundo, sino inclusive más rápido: algo tan simple como las primeras notas de una canción que realmente haya significado algo para ti son suficientes para hacer derramar una lagrima, o al menos, hacernos pensar.

¿Se justifica que alguien haga productos subpares si eso garantiza su supervivencia? Si al momento de rendir cuentas, las ganancias de algo como Cars contribuyó para que se hayan financiado obras consideradas casi universalmente de un nivel mucho mayor. Por supuesto, siempre existirán voces que se quejen respecto así alguien “se vendió”, lo cual, en algunos niveles puedo comprender también, pero no apoyar al 100%, porque, y sé bien que es un escenario conocido por más de un escritor que pueda o no estar prestando atención a esto, aunque crear historias es algo tan elemental para ciertos individuos como respirar, mentiríamos si dijéramos que no esperamos que eso algún día nos sea provechoso. Ey, después de todo, ¿quién no quisiera ganarse la vida haciendo lo que ama? Como muchos, sueño con esa posibilidad.

Pero se requieren más que sueños, y en ocasiones, aún si se diera el enorme paso de que alguien influyente te de la más pequeña oportunidad, hay que trabajar duro, y si en lo que llega la chance de presentar mis propias ideas me piden elaborar el guión de la cuarta película de “Alvin y las Ardillas”, bueno...mi alma podrá estar gritando en silencio, pero de algún modo tengo que comprobar mi valor.

Supongo que es como dicen, hay que tomar lo bueno con lo malo, por ponerlo de algún modo: Cars es innecesario desde el punto de vista del arte, pero esencial para el lado comercial, del mismo modo en que hay muchos aspirantes a pintores, cantantes o directores de cine pero que en lo que llega la “gran oportunidad” (suponiendo que llegaría en todo caso) tienen que trabajar en un Call-Center. No es bonito, pero la integridad no pone pan en la mesa.

Shalom camaradas.

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